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30 julio 2009

desde la lejanía

Por marichuy


“Los exiliados son los inquilinos de la soledad” Juan Gelman



Ya falta poco, en cuestión de horas habré llegado a la última parada de mi viaje. Después de haber deambulado por tantos sitios, siempre de paso, rehuyendo ataduras, por fin tendré una morada permanente en esta ciudad. Creo que es justo finalizar aquí, pues fue en esta misma ciudad en donde hace treinta y un años, di el primer paso del que terminaría siendo el periplo de mi vida.


Llegué aquí sin tener idea clara de lo que haría. No lo había planeado con antelación; una cosa eran mis sueños adolescentes y otra muy distinta, tener el suficiente carácter -y encontrar la oportunidad- para hacerlos realidad. A los 23 años no sabía gran cosa de la vida; no conocía nada fuera de aquella ciudad a la que llegué desde mi pueblo natal siendo un adolescente y resultaba ocioso pensar en conocer otros lugares. Aún así, yo soñaba con hacerlo algún día. Tenía la cabeza llena de duendes, como decía mi viejo maestro de la Academia o repleta de demonios, como me dijo alguien más. Siempre fui inconforme, rebelde y terco; me costaba adaptarme a las restrictivas normas imperantes en mi país en aquel entonces. Pero a diferencia de muchos transterrados, yo no era un perseguido a causa de sus ideas; en ese sentido, mi historia dista mucho del heroísmo. Nunca pretendí la heroicidad, ni luché en pos de mis ideales; no arriesgué mi vida para defender o hacer valer los derechos de los demás. Nada de eso me movía ni obligaba; lo único que anhelaba y necesitaba, era conocer otros mundos; probarme a mí mismo que en otro sitio mi vida podría ser distinta; que existía la posibilidad de un futuro mejor al que estaba destinado de quedarme en mi tierra.


A pesar de que no fue algo premeditado, ni siquiera tuve tiempo de sentir temor; me limité a seguir mis impulsos, a aprovechar esa fortuita oportunidad, sin detenerme a reflexionar en que, al momento de saltar la barra de contención en ese aeropuerto, me convertiría en un desertor. Y eso terminé siendo; a partir de entonces me fue prohibido regresar a mi país; perdí mis derechos ciudadanos; de la noche a la mañana, me convertí en un hombre sin patria, sin nacionalidad, sin familia; sin nada. Pero en ese momento, lo único que me importaba era haber conseguido mi anhelada libertad… porque eso era todo lo que me quedaba. Mi historia anterior sería borrada por los guardianes del honor de la Patria abandonada. Tendría que crearme una nueva vida; recomenzar mi historia, solo en un país tan distante como distinto del mío; lejos de todo lo que había conocido: aromas, sabores, colores y sonidos de mi infancia; lejos de mi madre. Empezaría de nuevo como lo que ahora era: un exiliado.


Me dediqué a trabajar muy duro, buscando forjar aquello por lo que había abandonado mi país: una vida menos gris, un futuro más promisorio. Y al mismo tiempo, me ocupé de no penar ni añorar esa Patria que me era negada. Durante un tiempo lo conseguí; rodeado de gente que se sentía atraída por mi condición de desertor y por mi personalidad algo exótica ante sus ojos occidentales, disfracé la melancolía. Pero la soledad, como la realidad, tarde o temprano nos alcanzan y en medio de logros sociales y materiales, viví momentos de profunda y dolorosa soledad. Sentía nostalgia, no tanto por la tierra abandonada, sino por el muchacho que se quedó en ella; quise borrarlo y lo conseguí. De aquel chico con la cabeza llena de duendes y demonios, ya no quedaba gran cosa. Podía seguir siendo irreverente, nunca conforme con lo que conseguía; podría incluso seguir luchando con mis duendes y demonios internos, pero las ansias de descubrir y asombrarme se me fueron quedando en el camino, junto con las ilusiones. Entre tanto deambular por el mundo y regodearme en mis propios logros, olvidé para siempre una parte de lo que fui. Por eso decidí no regresar; allá ya no me quedaba nada; ni familia, ni deseos, ni ilusiones; apenas unos cuantos recuerdos que me llevaré conmigo.


Terminaré diciendo que aunque mi nombre se volvió célebre, a estas alturas del viaje la celebridad no sirve de gran cosa, porque al final de cuentas, célebre o desconocido, sólo soy uno entre tantos otros que abandonaron su país para jamás regresar. Alguien que vivió la mayor parte de su vida en el exilio y decidió permanecer así hasta el final. Me llamaban el tártaro y fui un gran bailarín; pero de todos los pas de deux que di, de todas las grandes coreografías que cree y recree, ningún paso fue tan espectacular, como aquel grand jeté con el cual burlé la barra de seguridad en el aeropuerto de una capital europea. Treinta y un años después de aquellos hechos, dentro de unas horas, justo cuando llegue el amanecer, yo habré de perderme en la lejanía... concluyendo así el periplo de mi vida. */





*/relato inspirado en un famoso personaje de la vida real -a quien la que esto escribe, admira más allá de la sensatez- y quien desde luego, jamás habría contado algo semejante.






imagen tomada de www.arteinformado.com/

27 julio 2009

Custodio

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Por MauVenom

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Imagen tomada de Internet

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-Te dije que no volvieras Fernando.
-Como no... si eres mi hermano, si aquí está mi familia.
-Eso cuándo te importó... aquí no está tu familia, no hay nadie.
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Julián sentado en la piedra hablaba mirando al horizonte, un interminable paraje de polvo.
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-Mírame Julián, no seas rencoroso, ¿qué pasó?, por favor dime que pasó aquí.
-Te dije que no volvieras.
-Sí, en unas notas mal escritas con tinta ocre que aparecían debajo de mi puerta... no decían nada más que eso, “nunca vuelvas”... que estupidez es esa.
-Eso es todo lo que tenías que saber, ahora no hay marcha atrás, lo vas a lamentar.
-Por qué... deja de hablarme en clave... dime que pasó aquí, ¿dónde están todos?.
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Los silencios de Julián parecían eternos y amedrentaban a Fernando como lo hacía también el vacío.
*-No sé. Se fueron. Se los llevaron. O estarán aquí enterrados.
-No digas pendejadas Julián, qué pasó con nuestra casa, el patio, las plantas de la abuela. Dónde está todo, ¿lo derrumbaron?. Qué haces aquí solo. Por favor dime, hermano.
-No me llames hermano. Deja de preguntar y no hables tan fuerte. Te fuiste y no debiste regresar, te lo advertí, lo vas a lamentar.
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En Fernando crecía una angustia de pérdida irreparable y la rara intuición de que las incoherencias que escuchaba podrían no serlo tanto, se puso en cuclillas para quedar a la altura de éste sin atreverse a tocarlo, lo miró a la cara y sus ojos perdidos le erizaban la piel, emergía una urgencia por encontrar explicación y no seguir con ese capítulo absurdo.
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-¿Me oyes?. -Dijo Fernando con voz insegura intimidado por el terminante silencio del lugar y trantando de sacar a su hermano del letargo .
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Los ojos de Julián se humedecieron repentinamente. -Tú no viste como lloraba Mariana, lloraba horrible... tú no viste... ella sabía, lo sabía, estoy seguro y no nos dijo nada.
-¿Mariana?, ¿mi Mariana?.
-Que estúpido eres, no era tu Mariana... pero eso a quién le importa ahora, ¿no me estás oyendo?... ella lloraba, pobrecita, tan feo... pobres todos Fernando, pobre de ti también.
-Es que no te entiendo, ¿qué sabía?, ¿por qué lloraba?.
Julián regresó la vista a la lejanía. -Por lo que iba a suceder... pero no quiso decirnos, tenía miedo, tenía mucho miedo, seguro a esa altura no había nada qué hacer, se volvió loca.
-Julián, ¿por qué pobre de mí?.
-¿Qué haces aquí imbécil?. -Contestó con furia repentina pero sin alzar la voz. -Te dije que no volvieras, siempre fuiste igual, ¿qué querías demostrar?, un día tenías que pagar tu terquedad, ahora no tienes salida, eres el último, no queda nadie más del pueblo allá afuera.
-¿Y qué con eso?, tenía que volver, de aquí soy, ¿qué pensaste?, ¿que había desaparecido para siempre?, si yo escribí Julián yo les escribí siempre, les contaba... pero ya no me contestaron así de repente... pasó el tiempo y luego tus notas esas “no vuelvas nunca”, ¿qué es eso?, hasta escalofríos me daban.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última carta que te contestamos?, ¿recuerdas?.
-No... ahora que preguntas... no estoy seguro.
-Como sea... no importa.
-Dime una cosa Julián... ¿Mariana me esperó?, ¿por qué nunca me volvió a escribir?... ¿se casó con alguien?.
Julián clavó sus mirada en la de su hermano y con una frialdad casi cruel empezó a reir calladamente de una manera que amedentró a Fernando, se puso de pie y con miedo lo observó riéndose casi para sí y no quiso estar más junto a él. -No te muevas de aquí, ahora vuelvo. -Le dijo y miró alrededor los despojos de aquel estrecho pueblo de muros blancos y techos con teja. Echó a andar dejando atrás a Julián sentado en su piedra, caminó reconociendo trazos de calles y paredes pertenecientes a casas ahora derruidas, las rodeaba esperando encontrar explicación. Llegó así a la plaza central del pueblo, se topó con una explanada polvosa en donde extrañamente los portales del rededor parecían conservarse, abandonados pero íntegros. Aceleró el paso para llegar a uno de ellos y abrió de golpe las puertas de lo que fue un establecimiento comercial, se detuvo al ver las paredes frías de un espacio en el que parecía no haber habido presencia en siglos. Lo contempló atento y abriendo los ojos como tratando de adivinar a través de los espacios.
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-Sabía que aquí estarías, la tienda de la abuela, siempre venías aquí cuando no sabías que hacer. No seas idiota, ella murió antes de que todo ocurriera.
Fernando volteó atrás y vio a Julián parado a sus espaldas.
-Sí... lo sé. -Contestó tranquilo. -Fue la última carta que recibí de ustedes. El tío Carlos diciendo que ella había muerto.
-Y por supuesto no te importó... eres un cobarde Fernando, lo fuimos todos en este lugar.
-Fuimos malvados no cobardes... por eso me fui, no pude más.
-Da igual, que diferencia hace. -Una pausa y de manera casi infantil Julián reaccionó. -Oye Fernando, quizá eso fue lo que pasó. Cuando las madres mueren se llevan todo, será que al irse la abuela llegó el viento negro del que tanto nos hablaba y...
-Sí eso fue. -Interrumpió Fernando. -Ella era la más vieja del pueblo, la única arrepentida, no hubo quien nos defendiera cuando se fue, nadie rezó por nosotros después de eso.
-¿Cómo estás tan seguro?... ¿ves?, ya empiezas a saber, ya estás entendiendo.
Fernando reparó en su aseveración sin comprender por qué lo había dicho.
-Es el silencio. -Continuó Julián en susurros. -Ya te está contando, te está diciendo sus cosas, así debe ser... al último que quede le va a narrar todo y éste lo tendrá que escribir.
Fernando se encogió en un escalofrio.
Repentinamente Julián empezó a temblar con angustia.
-No sabes como lloraba Mariana, Fernando, no sabes, era horrible yo no pude dormir, los demás no se atrevieron tampoco a hacer nada, todos teníamos miedo pero no sabíamos de qué... Ese día -Continuó en susurros. -no hubo pájaros, no hubo ruido, no importa cuanto hablaras o lo que hicieras todo se oía lejos, como yéndose... hasta el llanto de Mariana fue disipándose con la noche... cuando desperté pensé que todo había sido un sueño pero salí y no había nadie, la casa estaba sola... entonces abrí la puerta de la calle, Dios mio, no sabes lo que fue eso. -Julián se tapó la cara para contener su desconsuelo. -No había nada... todo era ruinas, no quedaba ni el futuro.
*
La aprensión crecía en Fernando pero cada vez tenía menos valor para cuestionar, lo iba invadiendo una asfixiante solemnidad y la sensación de callar por obligación. Trató entonces de abrazar a Julián para tranquilizarlo pero éste se hizo para atrás violentamente.
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-¡Te dije que no volvieras imbécil!.
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Fernando reparó entonces en los brazos de su hermano que parecían haber sido varias veces cortados con un objeto punzante.
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-¡Qué te pasó!. -Dijo exaltado arrepintiéndose inmediatamente del alto tono. Bajando la voz y acercándose un poco repitió. -Qué te pasó.
-Ya sabrás. -Sentenció Julián. Dio entonces la vuelta y empezó a caminar, Fernando lo siguió pues ya era tarde, iba tras de él viendo su figura lúgubre y majestuosa avanzar bajo la escasa luz del anochecer sombrío. Regresaron a lo que había sido la casa de la familia pero ahora parecía completa y conservada en medio de la desolación, Fernando se alarmó al verla pero la incertidumbre de estar perdiendo la razón fue disminuida por un infantil alivio, se acercó siguiendo los pasos de su hermano quien había ya atravesado el portón principal para entrar al patio central, Fernando estaba seguro de haber visto todo eso en ruinas pero ahí estaba ahora de pie en medio de un pueblo vencido, notó entonces que había luz en uno de los cuartos que daban al patio, justamente el que había sido su recámara alguna vez, se aproximó y abrió la antigua puerta de cristales con marcos de madera para encontrar todo en perfecto orden y limpio, asumió que era ahí donde su hermano pasaba las noches. -Está igual a como la dejé. -Murmuró.
Julián detrás de él recorrió el lugar con la mirada. -Es cierto, yo tampoco la había visto en mucho tiempo.
Fernando no entendió tal respuesta pero el agobio lo vencía y murmulló casi suplicante. -Tengo que dormir, por favor, no puedo con el cansancio, mañana... mañana... -Y no se atrevió a concluir “tenemos que hablar”.
-Haz lo que te diga, Fernando. -Advirtió Julián con tristeza. -Siempre haz lo que te diga no importa lo que sea, tú obedece y al obscurecer vas a encontrar donde dormir.
-Lo que me diga quién. -Preguntó arrepintiéndose inmediatamente como si hubiera cometido un sacrilegio.
-Recuerda siempre que yo te dije que no volvieras. No pude hacer más por ti... Te advertí.
Los ojos de Fernando se cerraban extenuados y aún más que antes sentía confundir la realidad con un sueño, se arrojó bruscamente sobre la cama tratando de aferrarse al pensamiento de que al siguiente día tendría el valor de preguntar, de que todo sería distinto. Hundió la cara en una almohada que no olía a familia sino a vacío, al abandono de una extraña eternidad.
*
Fernando recordaría siempre que esa noche a lo lejos escuchó la voz de su hermano perdiéndose en lo incorpóreo. Creyó oir afuera de su cuarto los sonidos de mil vivencias pasadas que parecían tener doble profundidad e irse alejando al suceder. “Ya no llores, ya me puedo ir con los demás, él se queda es el último, no tiene opción, nunca volverá a estar entre tú y yo”.
*
* * *
*
Fernando despertó con un insondable eco dentro de sí que por alguna razón no pareció ajeno. Notó la ausencia absoluta de sonido y descifró una total falta de presencias. Permaneció acostado mirando el techo blanco iluminado por un sol frío y polvoso que entraba por los ventanales de la puerta, se levantó despacio y caminó estrenando un tiempo de segundos perpetuos, encontró su patio de la infancia sin las plantas de la abuela, sin las aves de la mañana, sin su vida, inexorablemente solo.
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Es tu turno, te toca a escribir la historia
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Sorda voz que se filtraba de la lejanía a la realidad conforme Fernando atrevezaba el patio hacia el portón sintiéndose extrañamente presionado a salir.
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El pasado omitido por los tuyos, las consecuencias
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Abrió aquel pórtico e internamente se derrumbó al ver su última esperanza vuelta un pueblo erosionado, las ruinas conocidas de un día previo, la roca en la que había estado Julían sentado y que ahora era su destino, volteó atrás para descubrir horrorizado que la casa había desaparecido en un vestigio de paredes inconexas.
*
Usa la tinta de tus venas, escribe en los muros de un olvido eterno con el filo de piedras que reclaman sentencia, no contaremos lo acaecido pero serás guardia de los crímenes perpetrados y la indulgencia sobre ellos otorgada.
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Fernando tomó un pedrusco a manera de cuchillo y empezó a rasgar su brazo.
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Escribe
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El custodio del silencio regresó para cerrar la puerta y dejar el tiempo atrás.
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Derechos Registrados
Safe Creative
Edit work: 0907274169917
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23 julio 2009

Décima de Segundo

Por Jolie

¿de que estrella azulada
venimos a caer ambos
frente el uno del otro?
...



Un instante entre mis manos
tocando tu figura integra
fuera del marco
en un retrato circular
te atraigo a mi montado en fantasías febriles

Trazo una cartografìa literaria
convoco un desenlace en un navío
ingenio recitar algún panfleto o
busco plasmar un beso de postal


como fuegos de artificio

transformados en conjuro
la fracciَón de ese momento
es mi gesto retenido


como esas semillas rebeladas
que juegan y
escapan al viento
la imaginaciòn se palpa

y el deseo bulle al unìsono

en este momento mágico

como bazookas del destino

tus ojos claros como cristales
resultan imprescindibles

20 julio 2009

La vida es Bella.

*
Por Jess
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Hoy será una noche especial.

Sé que te amo profunda e irracionalmente.

He dejado de lado mi carrera profesional, mi ascenso y su consecuente traslado a aquélla ciudad extranjera, por seguirte a donde quiera que te dirijas.

Me enviaste un regalo de aniversario casi tan sensual como el de hace un año.

Me dejaste un mensaje en mi contestadora y me pediste efusivamente que llegara a tu pent house a la misma hora en que nos vemos cada fin de semana.

Tu chofer pasó por mí a la hora acostumbrada, mientras recorría las calles de tu Ciudad, el sonido extasiado de tu voz no dejaba de hacer eco en mi mente, mientras el aire desacomodaba mi escote y dejaba entrever el encaje negro de la lencería francesa que me habías enviado.

Recorría cada momento importante de nuestras vidas, la manera absurda e irónica en que nos conocimos, nuestra primer mirada entrecruzada, cada recóndito lugar esconde entre sus sombras besos, caricias y orgasmos.

Entré al ascensor, acomodé mi pelo, recibí un mensaje extraño de un número conocido a mi celular, titubeé en entrar a tu encuentro, miré la hora, negué con mi cabeza y subí hasta tu habitación.

La puerta estaba emparejada como siempre.
Giré la perilla y noté cómo mis manos temblaban.

Estabas de pie. Dándome la espalda. Mirando hacia tu balcón.

Pude ver una botella de whisky vacía en la mesa.
Y una botella de Möet sin abrir a su lado.

Volteaste a verme.
Tu corbata estaba desaliñada.
Parecías un poco ebrio.
Pero sabía que la ocasión lo ameritaba.

Sonreíste, y vi esa expresión con la que me enamoraste la tarde en que te conocí.

Señalaste ese sofá azul que era mi favorito.

Asentí, sonreí y tomé asiento.

- “Neftalí me envió un mensaje muy extraño. Dice que es urgente que vaya a verlo a su casa. Estaba pensando en las distancias, y …. Si no tenemos nada importante qué hacer esta noche, llegaría nuevamente a tu lado antes del amanecer y….”
- “Natalia….” – interrumpiste.

Era la primera vez que tu acento no era firme. Yo estaba a punto de arrojarme a tu cuello y decirte lo mucho que te amaba, que había renunciado al ascenso que soñaba desde el momento en el que entré a laborar, y fue cuando te sentaste enfrente de mí y proseguiste mirando hacia la botella de champagne:

- “Soy el heredero de una gran fortuna. El hasta ahora, último miembro familiar de una estirpe de 120 años. Y no puedo… no quiero… no debo seguir solo este camino. He decidido formar una familia. Y quiero… casarme.”

Busqué tu mirada. Te ví nuevamente. Ví la pasión, tu pasión tan característica en tus ojos de fuego, sonreí, te miré, abrí mis labios y antes de que pudiera decir palabra alguna, continuaste:

- “Me casaré con alguien más.”

Te observé atónita, había un nudo en mi garganta, mi cerebro no procesaba lo que acababa de escuchar.

- “Natalia eres la mujer más increíble que he conocido en mi vida, eres inteligente como ninguna otra, siempre me haces reír con tus ocurrencias, junto a ti descubrí cualidades que no sabía que poseía, eres genial en la cama….”

- “Soy lo suficientemente vanidosa para percatarme de mis cualidades… pero lo suficientemente ególatra para darme cuenta de mis defectos…”

Estuve a punto de tirarme a tus pies para rogarte, suplicarte que no me dejaras, tú eras mi vida, sin ti yo no era nada..

- “Soy una figura pública… Mi linaje exige unirme a alguien de similar nivel socieconómico y ….”

Desviaste tu mirada, te paraste en tu balcón nuevamente, me diste la espalda, y yo con mi corazón destrozado, y sin ningún futuro por delante, ahogando mis lágrimas para no sollozar delante de ti que tan estúpidamente denigraste mi calidad humana, salí de ahí para no volver jamás.

Era ya de madrugada, y las calles de tu Ciudad artificial de falsos ídolos se iba quedando tras de mí.

Me detuve en ese jardín de piso de piedra.
Me arrodillé al no poder dar un solo paso más.

Estallé en lágrimas mientras golpeaba el suelo con mis puños y mis antebrazos.

Mi piel no resistió más la fricción y comenzó a sangrar abruptamente, mientras yo, sin poder contenerme y con mi pecho estallando de dolor, repetía sin cesar, una y otra vez, las cuatro palabras con las que se titula este post.

16 julio 2009

Encuentros (I)


Por Pelusa
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Vuelco al corazón
vibra el agua
descubro vida.

(Mafalda)
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09 julio 2009

Bitácora de duelo

por Ivanius

Julio 31, 1944.

...Hace un minuto que las hélices dejaron de girar. Mis ojos ven un panorama casi simétrico hasta el horizonte. Como siempre, me pregunto qué haríamos los vagabundos del desierto sin la compañía de las estrellas, perdidos en medio de esta inmensidad que siempre se repite.

Contemplo en silencio el paisaje dorado y rojo, con las primeras luces del día. Estoy seguro: éste es el sitio donde aterricé para reparar mi más afortunada avería, cuando conocí al pequeño príncipe. Éste es el lugar donde llegó a la Tierra, aquí me pidió que le dibujara un cordero dormido en una caja para llevárselo a su pequeño planeta. Qué más da si hoy despegué de Córcega y debo reportarme en Marsella. Desde aquel accidente, todos mis puertos de descanso tienen el mismo rostro, aunque Didier se burle.

¿Qué habrá sido de ellos, el niño, el cordero y la rosa? Me gusta pensar en el reencuentro del príncipe y la flor. Quizá la rosa sufrió un poco al principio por los celos... compartir es difícil.

—¡Estábamos tan bien los dos y ahora llegas con un animal en una caja! ¿Qué vamos a hacer con él?
—No te pongas así... ¡es tan pequeño! En el camino le conté muchas cosas de ti, de lo hermosa que eres, de todo lo que hacemos aquí juntos. Él sólo necesita una raíz de baobab de cuando en cuando para alimentarse. Anda, míralo; quiero que sean amigos.

Desde entonces, a veces la rosa le hace muecas al cordero tras la seguridad de su campana de cristal y él se acerca balando suavemente a darle los buenos días. No lo he visto, Consuelo, pero no es necesario: la risa de las estrellas me lo cuenta todo.

En cada uno de mis viajes vuelvo aquí, al único lugar a salvo de la locura y el absurdo. A unos cuantos kilómetros hay una guerra en la que los hombres se matan unos a otros, mientras yo pienso en un planeta lejano que nunca veré.

Los adultos mueren, pero en alguna parte hay un niño que ríe, un cordero que bala suavemente y una coqueta rosa que todos los días amanece cubierta de rocío. Mientras existan ellos, sobre todo ellos, no debo estar triste.

Se hace tarde. Es hora de subir a mi P-38 y cabalgar en el viento, mientras abajo se extiende el desierto eterno como un amigo, sí, como otro enorme amigo que espera a que me canse de volar, para esconderme entre sus brazos quizás en el mismo rincón donde una vez un niño me pidió un cordero...

“Bitácora de duelo”. Relato de Ivanius. Texto: © ChanchoPensante.com Foto: Wikimedia Commons.

02 julio 2009

El último sueño

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por Canalla

Alain dio las llaves del auto -Mercedes CLS- al mozo y trepó ágilmente las escaleras sin esperar el elevador -Thyssen-Krupp- inteligente, felicitándose porque desde su retorno a las rutinas del gimnasio –Club Chapultepec- con sus amigos podía hacer tales esfuerzos, y su mente volvió a concentrarse en la sensación vivida esa madrugada en un sueño que, sin valorarlo simplemente así, tampoco podía calificar como pesadilla.
Durante años, quizá toda su vida pese a no recordarlo, soñaba un sobrevuelo de praderas verdes, y durante ese recorrido experimentaba la emoción más placentera en la memoria desde niño, hasta que de golpe perdía la capacidad de planear cayendo hacia el pasto, su cuerpo amortiguado suavemente entre las manos paternas.
Cuando conoció a Elba y aún antes de casarse con ella a la muerte de su madre, el sueño volvió intermitente con un matiz sutil: ahora aquélla lo veía precipitarse gratamente, y a contrapelo del hábito onírico de sus viejos no metía las manos, aunque ese nuevo campo era lo suficientemente acolchado todavía para garantizar su aterrizaje sin peligro alguno.
Al fallecer su padre se avocó a dirigir la compañía heredada y los vuelos desaparecieron mientras consolidó su situación financiera, la diversificó hacia otros rubros en un récord de tiempo, acrecentó su importancia y el monto global de las ganancias.
Ambos empezaron a viajar con mayor frecuencia fuera de México, y de cada nuevo sitio regresaron con mayor número de cosas, que adquirieron un carácter de representaciones simbólicas de su sólida situación, y sustituyeron en su afecto a los hijos que quizá nunca llegarían a tener.
La confirmación por diversos especialistas de la esterilidad de ella no lo desalentó, pues al verla recibir la noticia con parsimonia y desenfado, casi con alivio, correspondió a esa actitud de la misma forma. Si estaba dispuesta a afrontarlo con valor, él debía tenerlo, y transmitir esa conformidad a su cónyuge.
En compensación incrementaron sus salidas al extranjero hasta culminar, en nueve años, la lista más extensa posible de todos los destinos alrededor de la tierra, y para ello Alain desatendió por un tiempo su empresa confiando en su óptimo estado: cada vez dependía menos de las ventas, y más de la jugosa especulación financiera con futuros bursátiles.
La llamada de su corredor –Kauffman´s- de Bolsa la semana pasada, empero, lo sustrajo imprevistamente de su ensueño y lo obligó a actuar con prontitud, pues un solo corretaje de acciones –Enron- inexplicablemente malogrado, consumió todo su capital sano.
Ahora debía cancelar cualquier gasto así como las adquisiciones de pasivos, ahorrar más y recortar personal además de extender la nueva austeridad a su situación personal, pues su consumo estaba totalmente desproporcionado, con relación al último reporte de retiro de utilidades rendido por su administrador –Columbia Business College- corporativo.
Entre esos tecnicismos para referirse a la inminente quiebra revoloteaba su pensamiento, al entrar por el roof garden al penthouse, resuelto a sostener una conversación definitiva con su mujer. Como todavía no regresaba de compras, se despojó con una mano de saco –Hermenegildo Zegna- y corbata -Louys Athié-, mientras se dirigió a la barra que varios años antes Gérard Zost Dauphine le fabricó personalmente, en su taller de Ática.
En el old fashioned aventurine adquirido -Venettia Murano´s- un año atrás vertió directo el güisqui -Tullamore Dew-, que bebió de solo un trago antes de servir otro, e irse a tirar aburrido en su couch –Beauty Stamp- a ver en las paredes del estudio los Átl, Tamayo y Gironella, que pronto descolgaría el galerista para subastar, calculando cuánto obtendría por ellos si, en lugar de ofrecerlos en el país, los llevaba al mercado de Nueva York.
Sus vuelos retornaron tan pronto percibió la dificultad económica, ahora con un violento impacto que se le reveló noche tras noche más duro, a cada nuevo contacto con el suelo, e incluso doloroso antes de despertar. La noche anterior, un nuevo giro en la trama: salía disparado desde la terraza de su piso, ahora tras saltar así, sin mayor trámite, al vacío.
En la misma proporción que lo aterrorizaba revivirlo, al día siguiente, por largos ratos lo reconfortaba, como el Prozac que empezó a consumir en exceso Esa ilusión de liberarse de toda la presión de un salto lo extasiaba, pero a los pocos minutos recobraba el aliento de otro trago revisando el ascensor, un tanto incómodo por la demora de Elba.
Habían acordado la noche anterior encontrarse para la comida, platicar calmos, y decidir en definitiva, pues a Alain le preocupaba la actitud que asumiría al enterarse con mayor claridad de todo, meditó al tiempo de tomar con ansiedad otras tres copas.
Todavía absorto en sus sombríos pensamientos con el sexto güisqui, imaginaba su vuelo tras cruzar el balcón, se recriminaba lo absurdo de sentir desahogo con esa idea, y luego retornaba a la misma con una variante adicional: lanzaba a Elba, y esperaba abajo a que cayera abriendo sus manos, como recordaba hacer a sus padres en la primera temporada del sueño original, sonreía al comparar su actual situación con la de una serie televisiva.
La llegada intempestiva de su esposa lo sustrajo de igual modo, y volteó al umbral al verla aparecer radiante, envuelta en una bella túnica –Isabel Toledo- de estampado, dejando la bolsa –Louis Vuitton- en la coqueta –Kalmandrás- de caoba, donde descansaba la lámpara Art Decó que compraron –Atellier Studios- juntos el año anterior al regresar de Aspen. Al mirarla tan guapa sonrió otra vez, y logró olvidar por unos instantes sus maquinaciones.
Pero al sentarse Elba, y durante los diez minutos que empleó en la somera exposición del asunto y detallar las acciones que deberían adoptar sin retraso, su mente permaneció ausente, en la evocación de aquél verde prado cuya visión lo gratificó, hasta mudar en la escena soñada la noche anterior que, sin embargo, ahora era capaz también de calmarlo.
Por esto no supo cómo terminó revelando a su mujer que, incluso, conocía sus aventuras con un empleado de la fundación que ambos apoyaban, y las pasó por alto como un acto de amor. Ella podía seguir haciendo lo que quisiera, si esclarecía la única duda que Alain ya no quería cargar sobre sus hombros siquiera un minuto más, por el riesgo de llegar a odiarla tanto como hasta ese momento la había querido.
- Ya no puedo con el peso, explotó sin poder contenerse.
- ¿Qué peso?, dijo Elba mientras acariciaba con su mano el colgante de perlas negras de Tahití –Valgeoda- pensando en enviarlas pronto –Christin´s- a limpiar, antes que alguna de las malditas perras del Country Huixquilucan notara la suciedad.
- El de procurarte todo lo que todavía crees necesitar para sentirte viva y feliz. No voy a traerlo a cuestas ni se trata de que te disculpes o te perdone. Sólo quiero oírte decir, así sea por única ocasión, lo que íntimamente crees de nosotros.
Elba inclinó el rostro con una repentina expresión consternada, su barbilla casi arañando el nacimiento del cuello y la vista tirada al suelo, y Alain creyó ver en ese gesto una genuina muestra de arrepentimiento, e incluso suavizó el tono de su voz para evitar herirla sin necesidad, meditando cuidadosamente algunos segundos antes de continuar.
Le dijo lo que poco después no tuvo pronta conciencia de haber expresado, y demoró en entender él mismo unilateral e inequívocamente: por primera vez en la vida de ambos juntos, tomaría en cuenta por completo o por completo ignoraría su opinión, y de ella dependería, también por completo, cualquiera de esas opciones y sus posibles desenlaces.
- Quiero que me digas lo que realmente deseas, lo que en verdad sientes tú por mí, soltó esperanzado en obtener de ella alguna respuesta que lo persuadiera con eficacia de proceder solo.
Aunque Elba, en realidad, estaba contrariada porque un herraje de su zapatilla –Hermés- se había atorado en la mullida alfombra –Ashtari- y le impidió levantarse para evadir al esposo, corroboró éste al ver su mueca de eterna contrariedad y aburrimiento enmarcada por el amplísimo sofá –Clementine Hurst- negro, la mejor compra de ambos en Jersey´s.
- Por mí puedes irte al carajo.
Un segundo antes de decidirse, Alain sopesó la razón contenida en la respuesta de Elba porque, efectivamente, sin vuelta atrás ni moraleja, por ella estaba todo por irse al carajo.