Por Lidia
Nunca he sido partícipe de las muestras de afecto en la vía pública.
Me sonroja sobremanera el hecho de que un extraño valore más mi mirada, o mis brazos, o mis labios, que la persona hacia quien va dirigida la exteriorización de mis emociones.
He caminado tantas veces este mismo callejón de esta mágica Ciudad, al lado de tantas personas tan diferentes entre sí.
Y siempre he llevado mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón.
El contacto físico es tan íntimo que no necesita demostrarse ante el público en general.
- Siempre te detienes bajo este mismo balcón.- Dices tú mientras giras tu cuerpo hacia el mío.
Yo retrocedo unos pasos para que la distancia entre nosotros deje de ser nula.
La algarabía de todos alrededor, turistas y locales, enmarcaron en ese momento, tu figura tan masculina.
- Me gustan las leyendas cursis de enamorados.- Dije sonrojándome.
Tú me miras y permaneces en silencio.
Yo, fiel a mis códigos de conducta, trato de rehuír tu mirada, pero es tan profunda que termina venciéndome.
Das dos pasos hacia mí y delicadamente acaricias mi mejilla.
Una mujer de edad avanzada pasa a nuestro lado y nos mira atónita.
Al percatarme de aquella mirada lacerante, de mi interior surge el impulso de rechazarte y continuar nuestro camino, pero algo más fuerte que yo me impide actuar, y termino indiferente hacia la cruel mirada de la mujer. Seguramente nunca en su vida recibió una caricia apasionada como ésa que tú me obsequias en este instante.
Al igual que en la leyenda del callejón donde nos encontrábamos de pie, donde el padre de Carmen sentenció injustamente el amorío de su hija con Luis, con la misma injusticia, los juicios morales de la sociedad local nos condenaban a ti y a mí.
Y como parte de un mismo estímulo, acerqué mis labios a los tuyos.
Una joven iba pasando escuchando música a través de sus audífonos, nos miró de reojo, sonrió y siguió de largo.
Un hombre trajeado y con maletín nos miró reprochando nuestra osadía y murmuró algunas blasfemias mientras seguía su curso.
La historia de nuestro beso no pasará generación tras generación, ni será contada por los residentes de aquélla hermosa Ciudad.
Pero a partir de ese día, ese balcón cobró especial relevancia para ambos, porque allí escribimos nuestra propia leyenda.
7 comentarios:
Quisiera escribir y escribir sobre lo que es un beso... y solo suspiro.
La leyenda del Callejón del Beso, versión Siglo XXI. Bien por ti, mi estimada Jess.
Un abrazo
De por sí muchos besos se vuelven leyenda aunque no los recuerde más que el que los vivió.
Kiss
(Y a mí tampoco me gustan las muestras de 'demasiado' afecto en público)
Me gustó mucho este texto y este beso.
Pues al contrario de ustedes a mí no me importa expresar el afecto en público... sé que es algo privado pero hay momentos en que te olvidas dónde estás y un abrazo o un beso son necesarios.
A veces, estando con la persona adecuada a la sombra leve de las ramas de una ceiba se da la caricia...
es muy dulce,
Besos a la luz,
Penélope
Cuando una pareja se besa en la calle
a su alrededor crecen las violetas y las amapolas...
http://paginadeanamariagomez.blogspot.com/2010/11/besos-florecidos.html
Qué sencilla y hermosa manera de recordar un beso, en esa dimensión que para uno se vuelve el sentido de la historia misma. Bella entrada, me recuerda que escribí algo de besos y sobre todo que viví unos recién, después de la sequía. Abrazos y un beso, que desde luego no será ni siquiera atisbo de una letra pero agradecimiento a su texto bello, regalo de recuerdos.
me dejaste pensando.
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