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31 mayo 2010

Era jueves



Dedicado a Lebaum
por llevarme a desandar el camino.



ERA JUEVES
y me entregué a sus brazos
en aroma de incienso
entre bruma y en un cuarto de mañana.

Débil
mi cuerpo se recostó en el suyo
y abrazó mi cargamento de tormentas desatadas.

Su rostro pálido
en el rincón de la penumbra
le dí la palma de mis manos
como quien da la vida
y despojó de mi cuerpo los pesares
uno
a uno
y los lanzó a la nada
en el claroscuro de las horas.

Su voz
se amotinó en mi cuerpo
me rodeó la voluntad
y me extrajo puñales de traición
así me dijo
y era viento
en bocanadas de plegaria.

Regresará
y vendrá contigo
pero lejos
lejos la quiero
quien te arrojó al fango
y te atravesó la espalda.

Se fumó un cigarro
sostuve entre los labios el mío.
Cuéntame la intención de tus afanes
y salieron palabras como soles
a relucir deseos.
El destino se cumple
en la necesidad de quien lo pide
estampa las letras que nombran tus empeños
que trazas en ellas el rumbo de tus días.

Regresa con siete luces
sándalo
romero
y alumbre
en jueves y temprano
me dijo en un murmullo
y salí al mediodía
sin prisa
sin habla
sin cuchillos.




LUMPENPO
(POETA DE SEGUNDA DEL TERCERMUNDO
EN EL EXILIO, NÁUFRAGO IZANDO VELAS)

27 mayo 2010

Civitas Dei.





Por Lidia




He visto llegar a todo tipo de gente a este lugar.

Algunos escépticos vienen buscando algo que obviamente nunca encontrarán porque va en contra de sus creencias.

Otros idealistas llegan para reafirmar su fuerza interna.

Unos pocos realistas únicamente hacen arribo para tomar un descanso de sus ajetreadas vidas materiales y seguir viviendo con lo poco o mucho que tienen.

Todos los visitantes pueden deambular libremente por nuestro pueblo, consumir nuestros frutos y semillas, bañarse en nuestro lago, observar nuestra fauna y naturaleza, aprender nuestras costumbres, escribir sobre nosotros, hablarle al mundo de nuestra manera de vida.

Pero los turistas saben que tienen una limitación.
La noche del cuarto día de cada mes, no pueden estar con nosotros.
Deben subir a la ciudad más cercana y dejarnos solos con nuestro propio Ritual.

A través del tiempo, he descubierto que lo único que todos nuestros visitantes tienen en común, es la curiosidad de saber si esta Ciudad tiene la magia de la que todos hablan en el exterior.

Todos, menos una.
Ella llegó en el último mes del año.
No venía buscando respuestas ni preguntas.
Simplemente, llegó a este pueblo escondido de la “civilización”.

Pidió un lugar para descansar indefinidamente.
Un corazón herido puede definir la personalidad del ser humano o puede desvanecerla para siempre.

Natalia era una mujer que pronunciaba muy pocas palabras.
Parecía que la mayoría de sus charlas eran más que nada internas.
Era común verla sentada a orillas del lago.

Pero conforme transcurrían las semanas sus silencios fueron desapareciendo.
Ahora sonreía más.
Y se interesaba más por el exterior.

Cada lunes se perdía unas cuantas horas para aparecer nuevamente con un sobre entre sus manos.
Volvía a sentarse a orillas del lago para reírse sola mientras leía.
Tomaba tinta y una hoja en blanco, y escribía enfáticamente.
Al parecer hablaba sola, pero mientras lo hacía acariciaba su vientre que cada noche se pronunciaba más.

Una tarde Natalia se acercó a mí.
Me pidió tinta porque al parecer la suya se había terminado.
Ví que su sobre tenía destinatario pero no remitente.

Era una carta dirigida hacia un hombre llamado Neftalí, y quien la enviaba se denominaba a sí misma: “Tu dulce ángel.”.
Ésa fue La señal.

Natalia estaba a punto de subir a la Ciudad, respetando así nuestra cultura y la obligación de no estar presente esa noche en nuestro pueblo, cuando la tomé del brazo y le pregunté si quería presenciar lo que estaba a punto de acontecer.

Ella me miró extrañada.
Mis ojos le brindaron la confianza necesaria para obtener su afirmación.

Y así, delante de ella, inició ese Ritual que se ha conservado en nuestro pueblo de generación en generación desde tiempos ancestrales.

Donde todos nos volvemos uno mismo, donde los cuatro elementos convergen y las estrellas brillan intensamente.

Solamente los ángeles pueden acompañarnos esta noche.

El cuerpo de Natalia temblaba y sus ojos voltearon hacia mí, para preguntarme con su mirada algo a lo que yo serenamente respondí:

“No temas dulce ángel, bienvenida a nuestro pueblo, bienvenida a la Ciudad de Dios.”.

24 mayo 2010

Oldfreedom

Por Sonia.




Candado antiguo en alguna puerta de San Miguel de Allende.


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17 mayo 2010

Visita


por Ivanius

Ya sé que tu nombre es uno entre muchos, y que jamás te ha importado la sensación particular de avidez que me provocas. Especialmente cuando aún te las ingenias para guardar sorpresas en regiones ya erosionadas por la insistencia.


Cuando invocamos a la química, hay entre nosotros un goce casi clandestino, que no entienden ni siquiera quienes nos han visto, casual o abiertamente, embebidos en mutua absorción. En ese vampirismo concertado, no se sabe quién es el alimento, quién el trofeo, quién obtiene más en directo: tú, embajador de alguien ausente que no es intruso sino perpetrador, no socio sino cómplice, o yo, egoísta supremo en un acto imposible de compartir hasta que se me antoje abandonarte, quizás (sin yo saberlo) para siempre. Para equilibrar, por supuesto, eso a ti te tiene sin cuidado.


La contemplación es utilitaria pero viciosa; el acercamiento siempre tiene más sabor a reconciliación que matices de cautela. Gracias a la experiencia y a la imaginación, logramos que el acto sea siempre diverso, a pesar de los movimientos repetitivos y automáticos, y el sopor final anuncia el síndrome de abstinencia.


Apagaré la luz. La visita de hoy no fue memorable. No puedo mentir, y tú tampoco: aunque casi llegamos al final, no hubo sobresaltos.


Mañana será otro libro.


"Visita", Relato de Ivanius. Texto: © ChanchoPensante.com. Imagen: "Lecture sous la lampe", de Léon Pourteau (1872-1898), en Wikimedia Commons.

13 mayo 2010

La herencia


Por Canalla

Ilustración tomada del blog del magnífico ilustrador Mouronte

Cuando Pablo cerró la puerta tras de sí tenía el futuro asegurado: acababa de matar al tío y volvía a casa a esperar la noticia, recibir condolencias y disponer el servicio funerario; aguardaría a la lectura del testamento y tomaría posesión de la herencia; el crimen rindió sus frutos al mes de cometido: el pariente le dejó todo, menos una pequeña pensión para la joven que conoció en la oficina del notario.
Exploró sus rasgos hasta concluir que esa muchacha de veintitrés, procedente de Puebla, no podía ser hija del finado: eran distintos y sin correspondencia tampoco con los de sus amigas en aquélla ciudad; más lógico suponer que había sido su amante o concebida por alguna de ellas con otro hombre aunque, como fuera, le sonrió, y pensó lo bien guardada que la tuvo ese viejo granuja.
Juzgó impropio dejarla a su suerte en el hotel y ofreció hospedarla hasta que, resuelto lo conducente con el banco, cobrara el primer cheque y pudiera regresar: ella aceptó y, con algo de timidez y su única maleta en una mano afuera de la notaría, subió al auto ajena a su aparente aflicción, que mantuvo aún luego de escuchar lo relativo a la suma que cada mes recibiría.
Al otro día recorrieron la casona de su tío y, aunque fue evidente para Pablo que Ana ya la conocía, al verla pisar las duelas y abrir las puertas con seguridad sólo pudo centrar la atención en su silueta, que adivinó apetecible debajo del vestido cuya semitransparencia delataba la luz solar, sin premeditar el momento en que, abrazados, la tiró sobre la cama de caoba acariciando sus muslos y besando sus pechos antes de desnudarse.
Tres horas después Ana le acercó un cigarro encendido a la boca, y él seguía sin creer su buena suerte. Había heredado esa mansión cuya venta acrecentaría el monto de la cuenta de inversión, y reposaba junto a la mujer con mayor capacidad de procurar un buen sexo que conociera, con la ventaja adicional de no sentir pesada la carga de la manutención si la conservaba.
Los meses siguientes los dedicaron a la buena vida, sus sesiones amatorias in crescendo. La fortuna les permitió desatar completa su avidez, Pablo por comida y vinos gourmet y Ana por vestidos y perfumes de marca y follar a diario. Con tal religiosidad que primero lo fascinó y al correr el tiempo empezó a preocuparlo pues, no bien repuesto del anterior coito, la tenía encima otra vez exigiendo más.
Al despertar un día, no reconoció en el espejo su propio cuerpo, con varios kilos menos; lo aterró la rapidez con que el goce del candente pasatiempo de Ana, por más placentero que había sido, acabó en una aburrida y mecánica repetición por ser tan insaciable como enfermizo e imposible de atender, sin ayuda de varios hombres, si pretendía disfrutar los beneficios de convertirse en asesino.
Por primera vez sintió pena sincera por el tío, cuya muerte a causa del veneno vertido en su café no lo atormentaba. Comprendió el aparente despilfarro en la paga del jardinero y el chofer que ocupaban su casa. Habitada por ellos, justificaba mejor su dimensión, para un sujeto maduro y solitario y sus pocas pero, al parecer, voraces visitas provincianas; si intentaba emularlo, sin embargo, podía acabar también muerto.
¡Que fuera con esos tipos que, ahora que lo recordaba mejor, también eran poblanos. Ya podía irse tras ellos y cogérselos a todos, la puta maldita! Tan pronto la sintió levantarse volteó a verla resuelto: ese mediodía ordenó la creación del fondo triplicando el monto a condición de que, a más tardar esa misma tarde, se largara, y cuando Ana cerró la puerta tras de sí tenía el futuro asegurado.
-oooOooo-

10 mayo 2010

la mamá de verónica



"La luna alejada
de la órbita solar
un cuarto y medio
de circunferencia
aflige al epicentro vital"
Samuel Beckett (en su obra Compañía)

Verónica era mi amiga desde que cursábamos primer grado de primaria, así que para el 2º de secundaria, ya era lo que se dice una vieja amiga; la más cercana que tuve durante la infancia. De mi relación con ella, lo que más disfrutaba eran las tardes en su casa. Y es que su familia, disfuncional a su manera (como no diría el buen Tolstoi), me significaba todo un viaje al mundo de la extravagancia. Las tardes en aquella casa se dividían entre los juegos en el jardín y las sesiones de relatos con Teresa, su hermana mayor, y la más extravagante de la familia, cuyas disparatadas historias hacían nuestras delicias aunque la mayor parte del tiempo no entendiéramos nada. Claro que había más cosas, pero entre los muchos recuerdos de aquellos días, no son las correteadas en el jardín, los relatos a veces fantasiosos y en ocasiones oscuros de Teresa y ni siquiera los helados de chocolate que el papá de Verónica solía comprarnos de vez en cuando, lo que más atesoro (aún cuando todos ocupen un buen sitio en mi memoria). Por extraño que parezca, lo que más recuerdo y aún hoy puedo ver con emocionante claridad, es la imagen de la madre de mi amiga. La mamá de Verónica no se parecía a ninguna de las madres que yo hubiera conocido y tampoco se comportaba como ellas. Mientras la mayoría de esas mamás ajenas eran “normales”, asistían a las juntas escolares y mostraban preocupación por el comportamiento de sus hijos (su mal comportamiento) o por lo elevado de los precios en el supermercado, ella parecía vivir (y provenir de) en un sitio muy lejano al que habitábamos el resto de los mortales. Era una mujer especialmente bella, rubia (natural, no merced a Miss Clairol o L’Oreal) con un aire como de femme fatale del cine negro de los 50’s; casi no hablaba, menos que acostumbrara dar de gritos para reconvenir a sus hijos, llamar a cenar o quejarse del precio de los jitomates. Nada de eso. A veces me daba la impresión de sentirse ajena a su propia familia. Seguramente la vi vestida con otros atuendos, pero la imagen que se me quedó grabada para siempre, y que aún puedo ver en mi mente como en stop motion, es aquella en la que bajaba las escaleras ataviada con largas y vaporosas batas de chiffon en colores claros, cuyo escote dejaba ver el suave contorno superior de sus generosos pechos. Una vez abajo, se limitaba a sonreír a manera de saludo y sin más dirigirse hacia el objeto con el que, ahora lo pienso, parecía tener más comunicación que con cualquier otro miembro de su familia: el antiguo piano negro de cola que ocupaba casi todo el salón. Si el piano reinaba (por tamaño y prestancia) en esa casa, ella reinaba por encima de él cuando sus blancas manos se deslizaban sobre el teclado, arrancándole suaves y envolventes notas. A los trece años no estaba yo para determinar lo bien o mal que ella tocaba; tampoco, para saber los nombres de las melodías que interpretaba; pero aún dentro de mi infinita ignorancia musical llegué a diferenciar y hasta reconocer los distintos sonidos, en especial los de la armoniosa melodía que repetía de manera  recurrente: claire de lune (según me dijo ella que se llamaba). Fue así como me convertí en su única y devota espectadora, pues ni sus hijos ni su marido prestaban mayor atención a sus conciertos que yo escuchaba en arrobado silencio. Algún anochecer, al terminar de tocar me preguntó “¿Cuándo escuchas claro de luna y piensas en su nombre, qué imagen viene a tu mente?” Sorprendida le respondí que la melodía y su nombre me transportaban a una noche oscura en medio del bosque, apenas iluminado por el reflejo de la luna llena en el lago ubicado al centro, en uno de cuyos extremos se hallaba una solitaria mujer con la vista perdida en el luminoso reflejo de la luna. Tras escucharme, me sonrió, preguntándome si deseaba escucharla otra vez. Creo que mi fascinación por esa mujer tenía que ver con mi proyección personal, pues en ella veía lo que, a esa edad, consideraba un sueño fascinante: ser una enigmática femme fatale que sedujera a incautos hombres por medio de sus notas pianísticas (con los años, la personalidad de esa femme fatale sería sustituida por la que se convertiría en mi arquetipo absoluto: Marlene Dietrich en El ángel azul).

Muchos años han pasado desde entonces; tantos plenilunios como noches negras he vivido y sin embargo, no he olvidado aquella noche en la que excepcionalmente mi abuela me había dado permiso para quedarme a dormir en casa ajena y ella me tocó claire de lune tras escuchar mi respuesta a su extraña pregunta. Poco tiempo después, al terminar la secundaria, Verónica emprendió el camino inverso al acostumbrado por los chicos de provincia que suelen venir a la capital para cursar el bachillerato: regresó a su lugar de origen –un costero pueblo de Nayarit- a continuar sus estudios y su vida. Y aunque jamás la volví a ver, continuamos comunicándonos por medio de largas cartas. Fue así como me enteré, cinco años después del regreso de Verónica y su familia a la costa nayarita, de la muerte de su mamá. En forma por demás lacónica, mi amiga me contó que una mañana la encontraron muerta al lado del piano, con los ojos abiertos y una expresión de serenidad en el rostro; fallecimiento que el médico, llegado horas más tarde, adujo a un ataque al corazón. Nada más, ni una sola expresión de dolor o drama había en las letras de mi amiga; en tanto yo, conforme leía la noticia, derramaba silenciosas lágrimas al recordar el sonido de su piano y volver a ver a aquella solitaria mujer a la orilla del lago... que el claire de lune de la mamá de Verónica me había llevado a imaginar.

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06 mayo 2010

Oleaje.


Política no,
tsunami de terror
marea de letras.


Imagen: Bibloteca universitaria (sección de Política). Barcelona, España (2009)
Haiku: Cortesía de Ivanius Chancho Pensante.

03 mayo 2010

Eso que veías en mi mirada






Por MauVenom


Te agradecería dejes de referirte a tu hermano como ‘ese imbécil’

Está bien padre, por respeto a tu memoria lo llamaré tu hijo dejándote claro que con eso me salgo del círculo filial pero no lo tomes personal, sólo me salvo de estar al mismo nivel que... que tu hijo. 

Al menos ya no lo llamo ‘pobre pendejo’.

Cuando éramos chicos él era para mí como un objeto, uno molesto, siempre aislado de la circunstancia y sumido en su estupidez, sin embargo era más feliz que yo, bien decía mi maestro de epistemología que la consciencia estorba. Durante años el permanente confort de mi hermano era interrumpido sólo por mis asaltos pero al final se quebró a manos de nuestra madre que prefirió volverse contra nosotros antes que dividirse en dos tiempos incombinables, le hizo (nos hizo) saber que sin la voluntad de coexistir tampoco tendríamos el alivio de la seguridad familiar. Admirable, no toleró la falsedad. Mi padre fue más débil, no lo crítico, era muy grande para cargar pedazos de semejante tamaño.

No eres mala persona, tampoco bueno, no eres, esa es tu historia. El no tolerarte no debiera marcarme como lo hace, el juicio que condena es arbitrario, no hay obligación de incondicionalidad con la propia sangre, eso es basura vendida. La subsistencia se gana, hermano.

Hoy ante los abogados vi que no has cambiado, hablaste institucional sin sostener la mirada. Firmaste los papeles con los que dejas en mis manos la casa de pueblo en la que hiciste planes de un futuro. Mírate, certificando todo a mi nombre, que no es tan simple pues siempre tuve que ceder algo para no tenerte cerca y esta vez se me va el dinero que corresponde a tu mitad de esa herencia, me quedo en la ruina pero no me importa, entre ruinas marchamos la adultez tú, yo y cualquier otro, lo acepto, tú te darás la vuelta para evadirlo. Conversamos sin fingir lazos, menos mal en la vida optaste por ignorarme antes que simular fraternidad, yo escogí patearte. Nos diluimos y poco es el peso que resta pero porque soy ingenuo o idiota aún me admiro ante el abismo entre nosotros.

Detestar no entra en categoría de sentimiento, es una emoción torpe que adopta uno ante lo que no respeta, aprende eso, lo viste siempre en mi mirada.

No soy tan insolente para creer que nuestros padres se fueron sin pendientes, sabemos que no y cargaremos con eso, por su bien debí ser menos crudo, lo intenté tarde, lo hice mal y no me creyeron, menos a ti que jamás diste duda o certeza, fuiste su hijo intrascendente, el que jamás dio señal de vida inteligente. Tengo buenos recuerdos de mis progenitores pero admito que estorbaba la tensión de tu ausencia, misma que tú viviste estando con ellos y yo lejos.

Tomo las consecuencias.

Mañana me voy al pueblo para entrar en mi casa sin tener que trazar una línea imaginaria que la divida en dos, me pediste cuadros y retratos, todos tuyos, querías el retablo y te dije que lo habían robado, mentí, no sé que mal día sacaste el vitral y por conveniencia contuve mi rabia, para qué quieres algo que no sabes apreciar, ah sí, por los recuerdos que arrastras, me envidias eso, que liberté mis espectros y aunque los veo no me atemorizan ya, envidias eso y la fuente del patio, mis diálogos que jamás entendiste y la vista de las montañas desde esa casa a la que no volverás.

Tendré alguna habilidad o por suerte me fue dado el saber que la prueba familiar no tiene que ver con resignarse si no con escoger, ignorar lo obligatorio o abrazar lo clásico, casi cae en el trillado rango de la libertad. El pasado estará ahí, nos da nombre y camino pero eso tú no lo sabes. Sonreirás para ocultar que no entiendes. Eso que está enfrente es el mundo... no, no lo reconoces cuando lo ves.




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Imagen: AFP BBC World News