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29 abril 2010

Redención






Por Annabel Villavicencio


Cuando era niña mamá decía que era su pequeño angelito, que mucho tiempo estuve volando por el cielo alimentando ilusiones y podando los sueños de los humanos que no ponían la debida atención a esas aspiraciones que los llevaban al borde de la locura y los acercaban a la vida etérea. Recuerdo que me encantaba cuidar los suspiros que llegaban a la porción de paraíso donde yo vivía; muchos se contenían por años en el pecho de las personas, a veces por segundos pero si llegaban ahí significaba que el sentimiento que los hacía brotar era suficientemente fuerte para remontarlos a las alturas y por eso mismo debía poner especial cuidado en ellos.

Un día empecé a sembrarlos, solo que no siempre en tierra fértil: no era extraño que un suspiro de libertad guardado celosamente se convirtiera al llegar en un árbol de ilusión si yo tenía tiempo de atenderlo en agradecimiento a su belleza. Aunque también dejaba de atender unos pocos y se transformaban en monstruos con ramas fuertes de sueños descabellados. Así pues, con los años mi edén se llenó de maleza, de sentimientos que brotaban de lugares inesperados o de hermosos rosales cuyas flores se deshojaban sin que nadie hiciera por cuidarlos.

Entonces, Él me llamó a su presencia. Suavemente me recordó aquellos tiempos donde revisaba mi área diligentemente, metiendo entre mis alas las hojas marchitas de mis jardines. ¿Dónde quedó tu devoción? ¿Que ha sido de tu magia? ¿Qué, de los anhelos que has manejado desde antes que el aire fuera aire? Un descanso, fue su sabio consejo. Con estas palabras, los arcángeles a su lado me explicaron que sería humano por un tiempo, quitaron mis pequeñas alas y con un beso en cada mejilla me dejaron aquí.

Así explicaba ella mis hoyuelos y las cicatrices de mi espalda. Los arañazos de mis manos son por las espinas de los sueños de locura y mis uñas siempre sucias por la tierra que cuidé desde el inicio de las eras. Dice también que debo estar orgullosa de dar flores a los habitantes de esta tierra y que su manera de pagarlo es con una burda moneda acompañada a veces de una sonrisa. Nunca olvides que descuidaste un jardín lleno con su magia y ahora tu deber es darles una rosa por cada sueño que no han cumplido.

Me pregunto si los otros niños son angelitos como yo. No todos tienen sus ropas rasgadas o les afecta tanto el frío, quizás se les permitió olvidar su pecado o están descansando en la tierra por faltas menos graves... o éste es su infierno. Mamá dice que no debo hablarles, que mi vida pasada no es tan importante para ellos, pero quiero que alguien me ayude a volver, extraño mis jardines y las nudosas hebras de la maleza que se enredaba entre mis arbustos llenos de vida. 

Empecé a suspirar mucho para ver si alguien entendía mis llamados y venía por mí, soñaba con mis plantitas, con hacer mejoras, oraba para decirle que entendía mi lección, que me llevara, que no podía vivir en este lugar donde el frío llenaba mi piel de marcas, donde mamá no me dejaba olvidar, decía que su pecado era mío y que yo pagaba por ambas, que si dejaba que por un solo segundo me distrajera que perdería el camino de regreso para siempre. Suspiraba cuando escuchaba el llanto de las calles, al sentir el hierro de los hombres, suspiraba cuando el espíritu desconocido me torcía por dentro el cuerpo y cuando la cruz dejaba su marca en mi piel, suspiraba cuando me partía el corazón, suspiraba cuando entendía palabras nuevas, suspiraba cuando mamá me decía que no lo hiciera.

Suspiraba tanto que mi alma se quedó chiquita y no fue suficiente para que pudiera recuperar mis alas. Suspiraba tanto que mi vida se quedo vacía y no fue suficiente para esperar que vinieran por mí y me llevaran de vuelta a Él. Suspiraba tanto que se fue mi magia y no fue suficiente para que diera fruto. Suspiré tanto que para seguir viviendo tuve que morirme.



26 abril 2010

Alea Jacta Est





Por Lidia



Su nombre fue Maximiliano.


Siempre creyó que su padre lo había nombrado así por la similitud con su propio nombre.


Desconocía que una noche, en su incipiente juventud, su progenitor soñó con ese nombre.

Los hombres llevan grabado en el corazón el nombre de su hijo desde antes de su nacimiento.

Pero Maximiliano comprendió esa parte de la vida de un hombre, hasta que él mismo fue parte del genial acto de la procreación.


Maximiliano nunca supo quién fue su madre.


Había muchos rumores en la Ciudad.


Unos decían que su padre había ido a meditar a algún bosque y encontró un niño siendo amamantado por una loba.


Otros decían que su padre había ido a hacer tratos con las grandes firmas internacionales, y en el trayecto los rayos del sol y el cálido viento del Sur, hicieron germinar de manera anticipada los sembradíos, dando vida a Maximiliano.


Y sólo unos cuantos, murmuraban entre las sombras que el padre de Maximiliano había concebido a su hijo con una rara mujer que llegó a la Ciudad una noche lluviosa de Abril.


La mujer decían, denotaba una raza distinta en sus rasgos faciales, en la complexión de su cuerpo y en el acento de su voz.

Hablaron unas horas, parecían conocerse antaño, aún cuando ella era una total desconocida, se perdieron un par de días, y una noche fría de Enero, un cesto con un niño en sus adentros fue entregado al mejor negociante de la Ciudad.


Aún cuando el padre de Maximiliano seguía siendo un ser sexual, no había nadie en el mundo que compartiera su vida como el niño que o bien, había sido amantado por una loba, o surgido de brisas suaves del extranjero, o procreado por el acto humano más trascendente desde el inicio de la humanidad.


- ¿A qué te dedicas padre? –

- A ordenar papeles y a representar a personas Maximiliano, si sigues mis pasos, serás el mejor y honrarás tu nombre.

Maximiliano volteó a ver la portada de la carpeta que su padre tenía en su escritorio.

Había tres palabras que Maximiliano entendería y comprendería a cabalidad muchos años después.

- Maximiliano.... ¡Despierta! ¡Hoy es tu gran día!

Maximiliano abrió sus ojos, vio el hermoso rostro de Natalia sonriendo intensamente y recordó aquella tarde en la que su padre profetizó el momento que estaba a punto de vivir.

Recordó la portada de la carpeta colocada encima del escritorio de su padre.

Sonrió levemente y dijo de manera segura:

Alea Jacta Est.

22 abril 2010

Cuentos Tropicales I




Por Mara Jiménez



Fernando corría por la calle oscura. Hubiera podido cerrar los ojos y no hubiera tropezado con nada, la ruta le era tan familiar que se movía con la agilidad de un gato callejero. Bueno, él era un poco eso, un gato callejero, sin vínculos ni cariños profundos, que dormía donde la noche lo sorprendía, y que comía sin mirar la mano que le extendía el plato. Su respiración se hacía más agitada conforme oía los ladridos de los perros que se acercaban, acechándolo. Podía oler la saliva de los animales furiosos que seguían su rastro sin tregua y sus gruñidos resonaban en su garganta, haciendo difícil respirar. Nunca había sentido ese miedo, nunca pensó verse en esa situación. El calor de agosto le infringía todo el peso del trópico sobre sus hombros, parecía como si corriera dentro de una gelatina a medio cuajar, pero no podía dejarse atrapar. A sus 13 años, y habiendo sido declarado “caso social” por las autoridades habaneras desde los 11 años, su destino sería un internado de tiempo completo y los mirones ojos de todas las instituciones sobre su cabeza. Por eso renunció al sueño de ser médico, por eso no le dijo a nadie que su padre lleva 10 días borracho, y desapareció de la casa el día que lo encontró muerto. Olía muy mal. Estaba podrido por dentro, en vida. Fernando estaba seguro que se le había reventado el hígado, porque la casa olía parecido a la carnicería del barrio, que a pesar de estar vacía desde hacía varios meses, mantenía un olor pútrido como recordatorio de sus alojamientos y la falta de higiene. El calor lo pudre todo rápido, incluida la inocencia. Se reía de los sueños de la primaria de estudiar medicina, del esfuerzo, de las notas altas, de la mirada de compasión de los maestros.
Hacía dos años ya de la muerte (o la pudrición final) de su padre, y desde entonces se había dedicado a esconderse. Así, escondido en la cama de un camión llegó a Alquizar, cerquitica de la Habana, y ahí conoció al Boris, ese campesino rudo, delincuente de nacimiento y sin escrúpulos, que vio en Fernando una mina de oro. Lo acogió en su casa algunos días, le enseñó a rascabuchar a las guajiras cuando se bañaban en sus improvisadas casetas de madera y después le enseño el arte de templarse a las terneras para desahogar los instintos que despertaba la miradera. Después le dio a fumar la hierbita y lo enganchó. Le ofreció un suministro completo de hierba a cambio de que llevara marihuana a La Habana, y entregarala en el Vedado a su socio “El Pana”. ¿Quién iba a sospechar de un chama de ese tamaño?
Fernando daba viajes de Alquizar a la Habana cada 10 días, llevando y trayendo en un cinto de tela pegado a la barriga una cantidad respetable de marihuana. En efecto, los policías y DTIs hacían revisiones de las mochilas de los pasajeros que viajaban insolados en las camas de los camiones por la carretera, pero pasaban de largo por su lado sin mirarlo siquiera. El negocio daba “pa vivir”, para comer, para subsistir.
Mientras corría, sintió la humedad de la tela del cinto pegada a su piel sudada, y en medio de la carrera, se lo arrancó y lo boto en cualquier esquina, ya se haría cargo él de Boris, y aguantaría la mano de palos que le iba a dar por aquello… maldita Migdalia, esa chiquita le había descompuesto la vida. Desde que la vio en los bajos de la casa de El Pana, sintió que el corazón le volvía a latir, pues desde la muerte (o la peste) de su padre, parecía que lo tenía paralizado. Se sintió churroso e indigno de la sonrisa que la jebita le hizo con sus 14 años, sus dientes blancos y las téticas chiquiticas. Desde ese día, pasaba a una gasolinera abandonada donde había una llave con agua, y se lavaba la cara y los sobacos, enjuagaba un poco la camisa, y se la ponía húmeda, abrochándola solo del botón del cuello para que volara mientras él caminaba y se fuera secando. Migdalia empezó a saludarlo; Migdalia empezó a conversar con él; Migdalia le dio la mano; Migdalia se dejó robar un beso.
Fernando empezó a dar más viajes de los debidos de Alquizar a La Habana, porque el negocio iba bien y sus bolsillos crecían. Nunca se percató de los policías y los DTIs se repetían en el camino y empezaban a mirarlo con desconfianza. Cuando ahorró lo suficiente, le compró al Pana un relojito de los que vendía en el mercado negro. Era blanco, no tenía números, pero si unas rayitas rosadas en lugar de ellos y un corazón de un rosa muy pálido en el medio con una piedrecita que imitaba un brillante. Se lo regaló a Migdalia, que estaba encantada y se lo puso en seguida. ¿Cómo iba saber él que Migdalia se lo iba a enseñar a su hermana mayor? ¿Cómo iba a saber que la hijaeputa de la hermana se lo diría a sus padres? ¿Cómo iba a saber que el padre de la chiquita comemierda, era el jefe de sector de la policía? ¿Cómo podía adivinar que lo estaban espiando y que en cuanto entró a casa del Pana, iban a montar un operativo en la puerta y se iba a tener que escapar por la ventana? Y ahora, mientras corría y se hacía estas preguntas, al tiempo que el gruñido de los perros le cortaba la respiración, ¿cómo iba a saber que esa maldita piedra se iba a cruzar en su camino y lo iba a hacer tropezar tan estrepitosamente? Mientras volaba, antes del aterrizaje, cerró los ojos y por primera y única vez, invocó a su padre: “Coño, viejo, haz que me explote el hígado como a ti”. Pero no sucedió. Lo próximo que supo fue que tenía el vaho de los 3 pastores alemán arriba de la nuca, y los pitos de la policía sonaban muy cerca. Empezó a reír y pensó: “Ta bien. De todos modos, médico, ya no iba a ser”.



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Imagen:http://www.xabierpita.es/2010/01/12/marihuana120110.jpg

19 abril 2010

En Construcción





Por Sonia.






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Construcción del Cowboys Stadium, Arlington.


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Nota: Desde el año 2007, comenzo la construcción de esta obra arquitectonica, sus instalaciones reciben a 80.000 aficionados, con la posibilidad de expandirlo a 100.000 asientos. Tiene un par de arcos de 91 metros de alto y anclados al suelo por ambos extremos del estadio atraviesan el domo completo de la estructura. Posee un techo retráctil capaz de abrir o cerrar en un aproximado de nueve minutos; puertas de cristal, aire acondicionado y una enorme pantalla doble de LCD de alta definición colgando por encima del campo de juego. Las pantallas de más de 1075 metros cuadrados son las más grandes del mundo en un recinto deportivo*


*Fuente Wikipedia

15 abril 2010

Flechazo


por Ivanius

Cuando la conocí, no hubo nada especial. Ni música, ni palabras cursis, ni rosas rojas ni cenas a la luz de las velas.

Lo único fue descubrir, simplemente, que no podía vivir sin ella.

Entonces sí tuve mariposas en el estómago.

Claro, primero fueron orugas; después les crecieron alas, pero ya sólo quedaba mi esqueleto, descorazonado e incapaz de enamorarse.

"Flechazo", relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Imagen: "Butterflies seduction" (by Tony, from Den Haag, Netherlands), Wikimedia Commons.

12 abril 2010

La última pelea


Por Canalla

Fue difícil prever su reacción tras recibir macizo el gancho al hígado. El retador lo envió contra las cuerdas antes de hundirle el puño de costado y él protegió su cara por instinto, el abdomen al descubierto y la vista al piso. Pero al girar, de un nada boxístico rodillazo desinfló al oponente; mandó la izquierda, dos veces, a su mandíbula, y a éste a la lona.
Pese al notorio cansancio y la dificultad para respirar, siguió la trayectoria de ese cuerpo inerte como si del suyo se tratase, equiparando uno a uno los instantes que tardó en caer, con los años que a él le costó hacerse de la corona, y casi con envidia: sin tanto esfuerzo podría aguardar ahora recostado el desenlace de ese encuentro.
Sin acusar la falta, el réferi comenzó a contar, aunque era obvio que aquél bulto ya no se levantaría sólo, mientras el campeón rogaba a la virgen no ser descalificado y los jueces, que tampoco vieron nada, o quisieron regalarle una retirada menos indigna, escasos diez segundos después ya le colocaban de nuevo el cinturón.
Él no supo si llorar o desmayarse mientras sus piernas temblaban y escupía sangre, pero el médico fue a buscar lo antes posible al dueño del rastro para pedirle prestada la única cámara fría en ese pueblito, porque al agente del Ministerio Público no le gusta andar de noche por caminos donde Dios nunca ha pasado, menos para extender dos actas.

-oooOooo-

08 abril 2010

recuento de tu ausencia


Como sabes, a lo largo de mi vida he acumulado manías producto de la deformación, más que formación, que artes como la literatura y el cine, sobre todo, han obrado en mí. Y me pasa que no pocas veces termino por proyectarme, buscarme y hasta hallarme –faltaba más- en las historias vividas y contadas por seres ajenos a mí y a mi mundo. No hace falta decirte más, pues esta extravagancia, para no llamarla ridiculez, nos unía… como tantas otras cosas. Sin habernos buscado ni tener en mente –porque no venía al caso- el quimérico hallazgo de nuestra otra mitad, tú y yo nos encontramos; par de extraños, distantes y distintos, que terminaron por descubrirse cercanos y pares en más de un sentido. Aunque no estoy segura que la literatura de Murakami hubiera sido de tu agrado (de Japón nomás Kurosawa y los gadgets, solías decir), algunos de los personajes, escenarios y, en especial, el lánguido aire de melancolía que recorre su Tokio Blues, me saben tanto a ti y, como al personaje central, me llevan a un viaje en el tiempo en el que más que recordarte, intento traerte a mi lado.

«Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía feliz. La gente se quitaba los abrigos y charlaba en los rincones soleados, jugaba a la pelota, se enamoraba. Yo estaba completamente solo. Naoko, Midori, Nagasawa: todos se habían alejado de mí» [Watanabe en Tokio Blues de Hakuri Murakami]
Comparto el sentir de Watanabe; ese que antes, cuando lo leí por primera vez, no entendí porque hasta entonces había vivido en la certeza de que para estar solo no existía mejor ni peor tiempo; que estar solo podía doler o no sin importar la época del año en que ocurriese. Pero este abril, como nunca antes, me duele mirar la vida con el peso de tu ausencia. La mañana presagiaba un día luminoso y cálido, coronado por un cielo azul que de tan perfecto e irreal, parecía salido de un lienzo de Magritte; el meteorológico pronosticó una temperatura máxima de 28° C y sin embargo yo me tuve que poner un sweater de lana para atenuar el frío recorriendo mi ser, por dentro y por fuera. Estás loca, habrías dicho. Cierto, las más de las veces yo también lo creo. Por eso te escribo estas líneas inconexas que el correo no te llevará; al hacerlo, quiero creer –cursi como soy- que desde allá donde estés, asentirás en señal de comprensión a mis locuras. Siempre lo hiciste; sin necesidad de mayores explicaciones, sabía lo mucho que me entendías… que nos entendíamos. Ojalá que estas letras cargaran la emoción de antaño y fueran portadoras de noticias, gratas o ingratas, pero diferentes. No es así; no trato de hacer un recuento de mis empeños; sino asir, como agua entre los dedos, el aroma de aquellos días. Me asiste la absurda pretensión de menguar el dolor que aún me produce extrañarte. Es una imprudencia e inmadurez añorarte de esta forma; es una locura sentir cómo el peso de tu ausencia va haciéndose presente, llenándolo todo...

Dicen que después de la tempestad viene la calma; hoy ocurrió al revés. Pasado el mediodía, la luminosidad matutina sucumbió ante la grisura y humedad acarreadas por las primeras lluvias de primavera, inesperadas visitantes que sirvieron de aderezo a tu recuerdo. Fue entonces -tras la lluvia- que la presencia de tu ausencia cobró sentido casi por completo; pero aún me faltaba algo y decidí ir en su búsqueda. Por eso a vine a este sitio; es aquí, en medio del paisaje volcánico, al cobijo de la vegetación agreste, donde el refugio de nuestra memoria se mantiene intacto. Después de caminar unos minutos, me senté en la misma banca de aquella tarde plomiza de agosto, cuando juntos descubrimos más de un reflejo en el melancólico filme que acabábamos de ver, sintiéndonos tan cercanos a esos niños que, en busca de un padre ausente especie de mito contrapuesto a su infancia desprotegida, emprenden un rudo viaje hacia la temprana adultez. Nos reconocimos en más de un pasaje de aquel trayecto, en el cual el par de chiquillos aspirarían bocanadas de una vida nada parecida a los cuentos de hadas, un reverso a los sueños alimentados en sus noches de soledad y frío, cuando creían que cruzar una frontera geográfica significaría dejar atrás el dolor y el vacío, para adentrarse en el paraíso terrenal, en la vida prometida.

Fue un total reencuentro con el pasado; contigo y con las sensaciones de entonces. Tan vívido y real, que por un momento me estremecí como aquella tarde fría y húmeda, cuando tus inmensos ojos azules, más diáfanos que nunca, rompieron en silenciosas lágrimas que gritaban ya no puedo más… mientras yo me sentía la más torpe del planeta, muda ante tu desahogo, incapaz de decir nada que atenuara un poco tu dolor… el dolor de una vida, el vacío que nada ni nadie logró llenar jamás…



...…


imagen: fotograma del film Paisaje en la niebla

04 abril 2010

Hilo rojo





Por MauVenom


Cansado de dudosos monjes lo que en realidad me persuadió fue el paisaje que rodeaba el lago, descalzo pisé el insalubre mármol y baje la escalinata lanzando a vuelo cien palomas con mi paso. En un pequeño muelle estaba sentado el brahmán que desde lejos me había llamado, me vio acercarme y al llegar pidió que me arrodillara, con experiencia en el comercio místico me adelanté a advertir ‘si lo que buscas es dinero, no tengo’, fingió su pasmo y me hizo saber que sin una cantidad significativa mi voluntad no se vería reflejada, me levanté y antes de dar la espalda le dije ‘eres la vergüenza de India’, tomé camino pero el hombre me pidió que regresara, me negué, insistió imperativo, avergonzado. Ya sin pretensiones me hizo hincar de nuevo para marcar la tilak en mi frente y llenó mis manos semillas y flores, en reverencia accedí a Brahma y hablé de apegos, compartí vacíos y solicité ayuda para crecer, arrojé al agua sagrada mi ofrenda vegetal que los peces aprovecharon fulminantes, las construcciones blancas de la orilla eran espejismo velado por inciensos y el sol sobre el estanque, a la distancia una vaca ejercía su divinidad y yo seguí encaminado por un guía desconocido, repetí obligaciones, reverencias, recordé el otro mundo y quise honestamente emerger de ese acto védico siendo otro. Quien salió de ahí no me queda claro, era yo pero no sé cual de todos.


Desde la terraza del hotel observé el desierto perpetuo y traté de adivinar la línea de Paquistán, henchido me dije ‘mira estúpido tu suerte aún con el polvo que otros días te ha tocado tragar’. Cené cubierto de calidez en un rústico jardín que pareció el único lugar vacío en tierra de camellos necios y compartí masalas con un gato intruso. Oportunamente supe identificar la integridad.



Para un hombre con credos de arena hay golpes de báculo que han hecho hueco en piedra. Lo acepto.

Aquel brahmán ato a mi muñeca un hilo rojo que se convirtió en mi propiedad cardinal, se caería en el lugar de mi destino, hecho que se materializó ante una ventana helada en un país que pensé haber dejado atrás y tirado en el piso traté de encontrar ese mínimo pedazo de tela para trasladar el designio a una tierra brillante. En esos edictos el que manda es otro y no este absurdo occidental, las revoluciones de mi karma son cosa aparte.


Námaste



Cuando dejé el lago el brahmán seguía sentado en el mismo lugar oficiando sus propios ritos, tomé suficientes rupias que envolví en papel y pedí a un niño se las entregara, el hombre volteó en mi dirección y aún a la distancia logró identificarme, agradeció con un saludo y finalmente juntando sus manos en oración, me incliné igualando el gesto y con eso él se despedía de un viajero mientras yo veneraba el viento de Rajasthán que me ha seguido acá y sopla ciertos días exigiéndome cumplir con la promesa.







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