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28 abril 2011

Para poder seguir




Ante a la crueldad opté por el sueño atento

ignorando el juicio público

la inquisición que lo sustenta 

he seguido este fantástico calendario.

Juro que sirve,  mi solución funciona

no es inconciencia, ni fuga

es volver a donde pertenezco, abarcar el alma

y así sin método científico

cuesta menos cargar el peso que va sobre la espalda.

Dictemos el futuro

arriesguemos a la utopía

atención interna... Solamente.




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21 abril 2011

Soledad.

Por Lidia


Cuenta la gente contemporánea a él, que todas las mañanas al clarear el alba iba a la Iglesia principal del pueblo, se postraba ante el Santísimo, cerraba sus ojos, empuñaba fuertemente sus manos hasta clavar sus uñas en la piel, arrugaba su frente, y sólo Dios sabe cuáles eran los pensamientos que ese hombre elevaba a las alturas.

Antes de salir del templo, pasaba a la capilla erigida a la Virgen de la Soledad, se conservaba de pie, reclinaba su cabeza, volteaba a ver la mirada afligida y dolorosa de la Mujer vestida en túnica negra, a cuyos pies se encontraba Su Hijo desnudo, ensangrentado y coronado de espinas.

Casose en esa Iglesia a la edad de 21 años con una mujer de edad similar, con quien tuvo una amplia descendencia, como así lo dictaminaban las leyes religiosas de aquellos tiempos.

La gente del pueblo rumoraba que más que amor, un interés económico le hizo dirigir su mirada hacia ella.

Pero la gente del pueblo alimentaba su morbo de los rumores.

Nunca se sabrá qué tanta verdad había en dichas aseveraciones.

Años más tarde, mientras su hija menor quedaba encinta, la mujer que hacía el aseo de los diversos negocios de aquél hombre experimentaba en carne propia, la metamorfosis de la concepción.

La hija menor de aquel hombre tuvo un varón, y la señora del aseo tuvo una niña, quien tenía en su pantorrilla derecha el mismo lunar que el jefe de su madre.

El hombre reconoció como suya a la pequeña y le puso por nombre “Soledad”.

Quién diría que en ese momento, mi nombre de pila marcaría secretamente los senderos por los que más delante caminaría yo.

La familia numerosa de mi padre nunca me aceptó como una de ellos por ser yo una hija ilegítima, nacida fuera de matrimonio, y la materialización de la vida adúltera de su progenitor.

Estaba yo destinada a verlo a escondidas de todo el mundo mientras él salía a cuidar sus diversos negocios.

Estaba yo destinada a sentir el amor limitado de mi padre que para mí siempre fue infinito.

Mi padre sonreía intensamente cada vez que me veía llegar a su lado.

Mi padre, que bien podría haber sido mi abuelo, me veía orgullosamente debido a mis facciones estéticas y las curvas bien definidas de mi cuerpo.

Pero mi padre no estuvo conmigo el primer día de escuela, ni ninguno de mis cumpleaños, ni en ningún acto público de este pueblo, ni el día que contraje nupcias.

Un día, mi padre dejó de acudir a sus negocios.

Asistí semana tras semana anhelando encontrarle una vez más para platicarle de mis penas y alegrías.

Las semanas se convirtieron en meses, y los meses en un año.

Pasaba yo a la Iglesia principal del pueblo que estaba situada a dos cuadras de la casa de mi padre, entraba a dicho recinto y veía a mi mano izquierda la capilla erigida a la Mujer vestida de luto con el cuerpo de su Hijo a sus pies…

“Tu nombre, mi querida hija, se debe a la Virgen de la Soledad”. Solía decirme mi padre.

Y para mis adentros yo pensaba en que mi nombre nada tenía que ver con cosas religiosas, sino a las grandes omisiones emocionales que yo vivía en carne propia.

Una tarde de primavera, la gente del pueblo me hizo saber la muerte de mi padre.

La vida me negó la posibilidad de despedirme de mi padre en su lecho de muerte.

Acudí al cementerio municipal vestida de negro, y ante las miradas atónitas y severas de mis hermanos, no pude acercarme como ellos a los pies de la tumba que estaba siendo ocupada en esos momentos.

Y mientras eran colocados tabiques y cemento encima de su ataúd, yo sólo pensaba en que quizás, y sólo quizás, una parte de él, la que me dedicó a mí, también se apagó en Soledad.

18 abril 2011

11 abril 2011

Teme(r) y Da(r)



Por Ivanius

Te preguntas (me pregunto) lo que temo.

Temo empezar a creer
que vivo más
dejando que otros mueran.
Temo a la debilidad de mis sentidos.
Temo al encogimiento de mi espíritu.

Temo también contener,
como virus maligno,
las palabras.
Temo huir del contacto que reanima.

Temo encima de todo al tribunal de mi conciencia,
que me dice: Bien por ti,
pero ¿qué has hecho de tu hermano?

Duele temer.
Duele tanto blablabla y tanto desprecio.
Pero no duele cuidarse,
estar presente,
saber que hago
todo cuanto puedo.

Tomar la pluma,
cuando no la voz,
y levantar el ánimo
y el cuerpo.

Aunque la sangre inquieta
(y derramada) no ayude,
con un poco de humor avanza el tiempo.
O con un poco de amor y de trabajo.
Sí, con trabajo: ni excusas ni pretextos.
Para eso no sirven las palabras;
el silencio, sólo para tomar aliento.

No aspiro a entender,
porque quizás no baste
lo que me empeño en llamar
mi entendimiento.

Duele la incertidumbre,
duele el miedo.

Pero no duelen los otros,
los que importan,
todos los que comparten
este mundo nuestro.

No vale el "esto pasará,
y (como es la regla siempre)
quienes lo hayamos pasado
aquí estaremos".

Duele estar vivo.
Sin embargo,
(al menos por ahora)
reconozco que,
aunque duela,
lo prefiero.

Me quedo con una palabra:
la esperanza,
que por algo es virtud.

Pero no temo al silencio.

Teme(r) y Da(r). Poema de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: Wikimedia Commons.

09 abril 2011

Te has condenado


Por Canalla

Resulta que ya es madrugada del sábado y apenas me entero -sólo mía la culpa ésta vez- que debí subir algo a EyL desde el jueves. Resulta que un nuevo compromiso me sorprende sin que disponga de algo breve para honrarlo. Resulta también que lo que agobia a todos termina por abrumarme a mí, y la inseguridad se vuelve cada día más de cerca esa bestia salvaje que busca amedrentarnos. Por eso no dedico éste texto -originalmente aparecido en mi blog en septiembre del 2008- a sus víctimas, sino a los hijos de puta de sus victimarios y a sus propiciadores, con todo mi desprecio. Estamos hasta la madre.



Cuando sólo sean otros de tantos los muertos,
que entre otros entuertos debamos a tí,
volverás aquí de tu largo viaje,
del peregrinaje a tu mierda interior.

Cuando sólo sean voces, sonidos cuajados,
huesos triturados que no puedes roer,
volverás a creer, volverás a confiarte,
volverás a desearte volver a nacer.

Pero ya estarás muerto de tanto matarte,
de tanto negarte a dejar de existir,
y querrás salir, denunciarte, entregarte,
y que un soplo de muerte se apiade de tí.

Cuando sean cantos vivos y no de sirenas,
y las penas que causas se olviden por fin,
serán serafín, serán magdalenas,
y tú, a duras penas, serás un confín.


-oooOooo-