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28 septiembre 2009

olor a mar

por marichuy

"Ella tiene los ojos siempre abiertos
y no me deja dormir
Sus sueños a plena luz
hacen evaporar los soles,
me hacen reír, llorar, reír,
y hablar sin tener nada que decir
[La enamorada, Paul Éluard]



Una noche en la que deambulaba por casa, en busca de algo que ni yo misma sabía qué era, presa de una gran inquietud, intenté calmar mi desasosiego en la habitación de mi abuela, donde se encontraba mi cofre del tesoro; su viejo veliz que en mi niñez me había provocado las más disparatadas fantasías. Al abrirlo me reencontré con los objetos que ella había acumulado a lo largo de su vida: mascadas que jamás le vi usar, fotos color sepia retratando a personajes como sacados de una novela de Balzac, inservibles relojes masculinos y un sinfín de cosas más, entre las que destacaba un antiguo cuaderno forrado en tela que no recordaba haber visto antes. Al encontrarlo, detuve mi husmeo, atraída por la incitante fuente de secretos que veía en él. Era el diario de una mujer, escrito en tercera persona y probablemente terminado por alguien más pues en las últimas páginas era notoria la diferencia de caligrafías. Un recuento de hechos que bien podrían haber ocurrido cien años atrás o el mes anterior. Su lectura me atrapó de forma tal, que el amanecer me alcanzó con el cuerpo entelerido de frío, aún sentada en el piso, sumergida en la historia de esa mujer a la que lamenté no haber conocido. Ante mis ojos discurrió la vida de un ser que no terminaba de hallar su lugar en el mundo, en la incesante búsqueda de algo que no lograba alcanzar... el inasible mar de sus sueños...

Desde niña su mayor anhelo fue conocer el mar. Apenas tuvo edad para distinguir las cosas que forman el mundo, aquella niña de ojos siempre abiertos a lo desconocido empezó su larga cadena de ruegos, pidiendo, una y otra vez, que la llevaran a ver el océano. Al cumplir once años, por fin pudo hacerlo cuando una tía (hermana de su padre) la llevó consigo a un puerto del Pacífico. Durante una semana se dedicó a mirar el ir y venir de las olas, llenando sus pulmones con el olor a mar y a sal; pasó horas enteras contemplando el vasto océano, intentando adivinar los secretos guardados en sus profundidades, con la infantil ilusión de que alguno fuese arrastrado por las olas hasta la playa. Pero nada extraordinario sucedió y la chica sufrió una gran desilusión; aquel primer acercamiento al objeto de sus deseos no resultó lo que ella esperaba. Al regresar a casa, su padre le preguntó qué le había parecido el mar y su respuesta fue contundente: "no se parece al mar de mis sueños"; el padre que ya estaba habituado a las "rarezas" de su hija, no le prestó mayor atención y hasta sintió un poco de alivio, pensando que la niña dejaría de insistir con viajes al mar.

Nada más lejano; su sueño no había perdido un ápice de significado; únicamente dejó de expresarlo en voz alta. A partir de entonces, concentró sus esfuerzos en las pequeñas cosas de la vida diaria; las responsabilidades que alguien de su edad podía tener. El resto del tiempo lo dedicaba a investigar en los libros y a delinear en su mente cómo sería el instante preciso cuando por fin estuviera frente al mar de sus sueños, que, estaba segura, algún día encontraría. La vida siguió su curso, ella creció y fue cumpliendo con cada uno de los requisitos que la sociedad le imponía; sin apenas esbozar mayor emoción o contrariedad, como si todo le fuese ajeno. Para un observador acucioso, habría resultado extraño que alguien con un espíritu intenso y sensible como el de ella, fuera capaz de soportar esa existencia anodina, dictaminada por otros, sin mostrar hartazgo o incomodidad, menos que externara lo que bullía en su mente y corazón. Pero al parecer nadie de sus familiares, ni siquiera su padre o el hombre con el cual se vio casada a los veinte años, poseían la suspicacia necesaria. Los años continuaban pasando y ella cada día lucía más ensimismada "como si nunca estuviera en tierra" solía reclamarle su marido, mientras ella se limitaba a esbozar una sonrisa tibia e impersonal, para volver al sitio del cual la impertinencia de ese hombre la había alejado momentáneamente.

Su existir transcurría sin sobresaltos ni problemas de ningún tipo; la niña de los ojos expectantes ávidos de descubrimientos, se había transformado en una mujer callada, incapaz de contrariar a su marido con preguntas incómodas sobre sus cada vez más recurrentes viajes de trabajo y a los cuales jamás la llevaba; salía sólo al banco o hacer alguna compra, pasando la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación sumida en lecturas sobre los pueblos celtas y escribiendo en un cuaderno, sin mostrar el menor interés por la vida que pasaba a su lado. A nadie parecía llamarle la atención semejante actitud; al contrario, todos parecían encantados de que las "rarezas" de aquella niña ansiosa por conocer el mar, hubiesen quedado en el pasado. Quizá por ello, no les extrañó que durante uno de los viajes de trabajo del marido, ella estuviese como desaparecida; después de todo estaban acostumbrados a no verla por semanas enteras, así que por unos días nadie se sorprendió. "Si no está en su cuarto leyendo, quizá haya salido al banco" dijo su padre que conocía de la estricta disciplina financiera que su hija llevaba, depositando cada centavo que sobraba del gasto. Y vaya que había ahorrado bastante.

En tanto su padre especulaba sobre su paradero, ella se hallaba a miles de kilómetros de casa; recién desembarcada de un vuelo trasatlántico, adquiriendo el boleto del tren que la transportaría a la región costera de ese país famoso por su clima húmedo, el verdor de sus campos y algunos insignes escritores. El tren llegó al puerto casi al anochecer y nada más bajar de éste, ella se sintió tan excitada y feliz que se olvidó del cansancio del largo viaje. Cuando arribó al pequeño hotel donde tenía reservado, ante los incrédulos oídos del recepcionista que le preguntó si tomaría la cena en el comedor, ella respondió que sólo subiría a cambiarse para salir a caminar al mar. Al escucharla el pobre chico se quedó atónito pero no se atrevió a decirle nada; ni siquiera cuando minutos más tarde la vio reaparecer ataviada con un elegante vestido negro y abandonar sonriente el vestíbulo para asombro de empleados y huéspedes. Ajena a las miradas interrogantes de que era objeto, empezó a caminar con la mente fija en el mar que oía chocar contra las rocas. Caminaba sin prisas, disfrutando del paseo, aspirando el aroma que la fuerte brisa nocturna arrastraba consigo; pese a no llevar abrigo no sentía frío, el estar lejos de su aburrida existencia marital, a unos pasos del encuentro con el agreste mar dueño sus más caras fantasías, le llenaba de energía y dicha. Mientras seguía ascendiendo rumbo al mirador desde el cual podría apreciar la bahía, pensaba en todos los libros que había devorado desde su niñez, en los muchos escenarios que había delineado en su mente, para cuando estuviera ahí. Todavía caminó un poco más antes de librar el último tramo y tener frente a sus maravillados ojos ese mar oscuro y misterioso, cuyo fuerte golpeteo sobre los acantilados le confería mayor grandeza para esa mujer que en esos momentos volvía a ser aquella niña ávida de descubrimientos y emociones...

Cerré el cuaderno y también mis ojos; me recosté sobre el piso y permanecí largo rato quieta, sólo respirando e imaginando. Casi pude aspirar el olor de ese mar, tan distinto al que emana en el trópico y quizá sería el frío de la madrugada  que se me había metido muy dentro, pero pude sentir con ella el aire de la noche golpeando su rostro mientras se acercaba al mirador y por un instante, mi piel se erizó como imagino pasó con la suya al contacto con las heladas aguas... cuando por fin pudo sumergirse, para siempre, en el mar de sus sueños.



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24 septiembre 2009

Dazhalan Jie

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Por : MauVenom
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No fue el bullicio si no los hutongs que se veían al final de la calle lo que llamó mi atención, una entrada al laberinto que son los barrios bajos de una ciudad que se supone no los tiene, dejé atrás la avenida Quian Men por la que había caminado tragando cuanto pude de aquel mundo que para mí era otro mundo y en donde cada descubrimiento me hizo consciente de una ignorancia disfrutable. Entré a esa vía alargando en distracciones y tiendas mi camino hacia los callejones, esquivando vendedores que a gritos anunciaban su oferta sin que yo entendiera una palabra, en algún momento escuché una voz femenina a la que no atendí pero dos pasos adelante me detuve al distinguir un delicado aroma que no reconocí inicialmente, volteé a mi derecha para descubrir a una preciosa joven que extendía sus manos sosteniendo una charola que en principio no noté distraído por la fina belleza de aquellos ojos rasgados y encantador gesto cuya delgada figura vestía un cheongsam de seda obscura, debo haber parecido tonto ante la hermosura de esa mujer, ella al tanto de su poder abusó de su sonrisa y me acercó la bandeja recordándome el asunto que nos unía, volví a percibir aquella fragancia y noté que provenía de pequeños vasos en los cuales había líquidos verdes y amarillos, supe lo que tenía enfrente y me avergonzó no haberlo identificado, nervioso por una posible decepción tomé una de las muestras y aspiré el placentero vaporcillo, traté de usar mi arrogancia occidental para probar la bebida tratando de evitar sentimentalismos pero mi defensa fracasó de entrada. Atontado por el inusual placer de aquel sabor abrí los ojos y dije en mi más estúpido español: “Té de Jazmín”. Ella sonrió intuyendo o entendiendo, satisfecha de haber arrancado de su origen a este iluso forastero arrojándolo con un sorbo de infusión a la verdad de una civilización milenaria.

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La seguí hasta entrar a un enorme salón que lejos de tener el recargado ornamento característico parecía despejado aún con sus muchas mesas y vitrinas, me llevó hasta un mostrador en el cual había pequeñas cajas de madera mostrando en su interior diferentes hierbas, detrás se encontraba un hombre como de 40 años enfundado en un tang zhuang verde brillante, me saludó con una reverencia para dar inicio a una explicación de la que yo no captaba nada, entonces de manera ceremonial tomó plantas secas que empezó a mezclar con flores en un pequeño colador de cerámica y a través de esa mímica fue que logré comprender el proceso de elaboración de mi té favorito, aprendí que lejos de lo que mi limitado alcance me había permitido saber hay varias clases de té jazmín que obedecen al tipo de mezcla. Había también unas hornillas en las que hervía agua a diferentes grados de ebullición, mi instructor me señalaba las pequeñas cacerolas refiriéndose seguramente a la importancia de la temperatura. Como sucedió otras veces olvidé mi distancia del idioma y me subscribí al entendimiento de la intención, la emoción me invadió de forma infantil más por la hechicería del procedimiento que por el brebaje mismo, ese continente tiene el poder de convertirme en un bárbaro deslumbrado ante el viejo erudito que comparte sus ciencias. Pasé bastante tiempo viendo a aquel señor preparar los distintos tipos de té que vaciaba en pequeñas jarras de porcelana, juntó cinco y las puso en una bandeja de madera laqueada, la joven que no se había movido de mi lado tomó aquella charola y con un ademán me invitó a seguirla. Sentados en una mesa baja hecha de bambú y cristal noté por primera vez que era yo el único en aquel salón lo cual me dio una satisfacción egoísta, supe después que aquel sitio es común a los turistas y sin embargo ese día era yo el único occidental alrededor. Me hubiera gustado preguntar el nombre de la chica y completar la romántica imagen que hoy tengo de ella pero aún encontrando la manera su respuesta hubiera sido probablemente inentendible así que en los momentos de añoranza no me queda más que apegarme a la sola estampa de mi musa asiática.

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Sirvió el primero de los líquidos en una taza decorada con dragones azules, me hizo tomarla con las dos manos poniendo las suyas debajo de las mías sin que pudiera yo evitar la sensualidad del hecho, cerró los ojos y me sentí obligado a imitarla hasta que su voz indicó que era momento de beber ese ámbar de gusto delicado al que tuve que poner atención para apreciar la totalidad de un sabor que parecía cambiar mientras pasaba por el paladar. El segundo tiempo era una pócima verde obscuro, vi cuando lo preparaban que le incorporaron unos grumos marrón que parecían mascabado pero olían más bien a miel y eso explicaba su acento dulce. Entre una y otra prueba mi anfitriona me hizo tomar un poco de agua simple dándome a entender con ademanes que la debía mantener en mi boca para separar sabores. El tercer té era amargo pero no fuerte, una sensación parecida al negro sin perder el sabor estilizado del jazmín y sin precisar de endulzantes para suavizarlo. Para el cuarto puso dos florecillas en la taza, mismas que ahogó en el fluido hirviente logrando además de un efecto distinto una fotografía perfecta, pensé que me haría esperar pero por el contario me hizo tomarlo inmediatamente. Consumí cada té a sorbos y sin prisa, mi compañera supo transmitirme la tranquilidad necesaria. Antes de la última prueba tomé agua de nuevo y con una pequeña tela húmeda mi guía limpió mis manos, yo la contemplaba seducido aunque siempre un poco intimidado por el muro del idioma, se puso de pie, sirvió el líquido de la última jarra y con una cortés inclinación se retiró dejándome solo, comprendí que era el cierre de mi experiencia, ameritaba concentración y respeto. Tengo que decirlo, fui feliz, invadido por la satisfacción de mis sentidos y el contacto de manos y miradas que transformaron lo que para mí era una rutina de cocina en una celebración de cultura antigua, distinguí la música imperial de fondo y me sentí pleno ahí sentado consumiendo un líquido que me regaló no el bienestar de su propia química si no un acto de historia.

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Al salir de ahí me interné finalmente en los hutongs con un aire diferente al de explorador hambriento y en cambio como culmen escénico del sabor que iba desapareciendo de mi boca.

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Volví. A los pocos días regresé urgido por revivir el espejismo pero como en hechizo de cuento la calle estaba vacía y los comercios cerrados, era día festivo, entendí que no debía dejar que mi ambición atropellara aquel encanto y decidí no intentarlo más. Ese día al salir de la calle para tomar mi camino a Jianguomen puse atención a los ideogramas del letrero de la esquina y vi que abajo se leía la transcripción: Dazhalan Jie.

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Casi dos años después mis padres me invitaron a un restaurante oriental por mi cumpleaños, ordenaron diferentes platillos y por supuesto el té que sabían desde niño era mi obsesión, “si es para mí no quiero, gracias”, dije, pasmados se miraron uno al otro pero optaron por no investigar el argumento, noté su desconcierto y no me atreví a explicar, sólo miré a través de la ventana tratando de encontrar en ese desigual paisaje la presencia de la calle en la cual una hermosa joven me inició en una ceremonia que me robó el té de jazmín para el resto de mis días. No he podido volver a probarlo en el temor de mancillar esa tarde que bien puedo revivir en mi memoria. Nunca más si no es ahí, en aquella desconcertante ciudad que rindiéndose al mundo ha dejado de existir como yo la conocí y de la que pude secuestrar a tiempo uno de sus últimos secretos.

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Fotografía: Shutterstock

21 septiembre 2009

Condena a Ciegas

Por Jolie


La verdad, es que no acabo de curarme de tu sombra
porque de la ventana de mis ojos permanece siempre colgada






Debo envainar porque ya no puedo
Le he dicho a Cupido que no me incite a luchar,
ya no regresará. Bajo la Guardia
Me he arrancado las alas
y voy a extraer mis entrañas
trepanaré mi mente ya no desperdiciaré lágrimas

Quisiera que arranque cada espina alojada en mi alma
porque cuando esa Luz fatua deslumbraba
yo pensaba que eran flechas las que me clavaba


Que me saque los ojos y los pongan en una balanza
en el que pese más su imagen, escupirlo al suelo
para alimento de aves e insectos
el otro, si es preciso que lo tiren a las bestias y lo traguen,
porque si ya no voy a verle tampoco lo quiero.


17 septiembre 2009

Mi dulce ángel.

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Por Jess

Nunca tomé la existencia demasiado en serio.

Mi padre fué transportista toda su vida y ansiaba que alguno de sus nueve hijos fuera el Diego Armando mexicano que sacara de la pobreza a su familia y lo jubilara de sus jornadas nocturnas laborales.

Comencé a jugar fútbol más por gusto propio que por satisfacer los deseos de mi progenitor.

Siempre fui de los mejores delanteros.

Las tribunas me vitoreaban y la gente se volvía loca por mí.

Y yo, simplemente, me vislumbré como un futbolista de primera división, primero en mi país, y seguramente luego, en la liga europea.

Soñar no cuesta nada.
Y los jóvenes son especialistas en el tema.

Mi fama era conocida en la cuadra y en todas las instituciones académicas de por los alrededores.

Recibí becas y ofrecimientos interesantes, de los cuales no ví un solo centavo durante mi minoría de edad, ya que mi padre era quien firmaba todos esos documentos y decidía con quién me iba.

El sueño de mi padre se estaba volviendo realidad.
Y yo entrenaba a todas horas, para volver realidad el mío.

El día que cumplí la mayoría de edad asistí a una demostración de mis aptitudes físicas.

El dueño de un consorcio trasnacional había oído rumores acerca de mí, y estaba dispuesto a financiar mi carrera deportista si lo convencía en mi toque del balón.
Aunque moría de nervios, estaba consciente de mi capacidad.

Antes de salir a la cancha, me topé de frente con un joven de similar edad a la mía.

A pesar de mis preferencias heterosexuales, debo admitir que la estética masculina de ese joven era increíble.
Simplemente era hermoso físicamente.
Pero su mirada era vacía.

“Así que tú serás el nuevo juguete de papá” – dijo mientras yo pasaba a su lado.

No había nadie más alrededor, así que era más que obvio que yo era el destinatario de esas palabras.

Me detuve y volteé para mirarlo nuevamente, la mirada vacía ahora se había inyectado de despotismo y odiosidad.

“Tengo curiosidad – prosiguió él - ¿Qué harás con el dinero que vas a ganar? ¡No me digas! Déjame adivinar…. Alguien como tú, de tu clase y tu nivel, siempre deciden comprar inmediatamente un sonido estridente para tu automóvil… ¡ah no! ¿Tienes automóvil? O llegaste aquí en transporte público, debe ser así por el aroma que hay en el ambiente, ¿o te decidirás por el alcohol? ¿Irás inmediatamente a emborracharte con un vino de poca calidad mientras comes frituras grasosas igualmente baratas? ¿O le pagarás a la prostituta más cara de la esquina de mala muerte que siempre acostumbran tú y los de tu condición?, dime por favor, que muero de la curiosidad de entender tu mundo.”

Yo sentía ganas de escupirlo y propinarle la golpiza de su vida a ese imbécil, pero de ser así, acabaría en ese momento con todas mis aspiraciones, y al mismo tiempo, me convertiría en el ser humano incapaz de controlar sus impulsos a los que él hacía referencia.

“Llevaré a mi madre a comer patatas fritas.”- respondí yo mirándolo fijamente.

La risa irónica de él se congeló en ese momento y me miró atónito.

“….. ¿con …. Tu madre?”- titubeó él.

“Sí.- Dije extrañado.- ¿Tú no harías lo mismo en mi lugar?”.

Él desvió su mirada y apretó sus puños, sus ojos se perlaron y antes de que cayera alguna lágrima, retrocedió sin expresar nada más.

Hoy sé que todos tenemos momentos de gloria propia que nos hacen sentir plenamente vivos.

Porque así me sentí yo al entrar esa tarde a la cancha y dar la mejor demostración de soccer que había expuesto hasta ese entonces.

Driblé, pasé, toqué, planeé, luché y anoté.

El empresario rico y mi padre, me estarían esperando en el restaurante lujoso que se encontraba del otro lado de la avenida que separaba la cancha particular de “mi nuevo jefe”.

Yo sonreía y no cabía de alegría en mí, corrí lo más que pude y a escasos metros de firmar por primera vez un contrato, un automóvil deportivo me derribó, ocasionándome fracturas múltiples que si bien no me dejaron inválido, sí me impidieron volver a tocar un balón por el resto de mi existencia.

Fué entonces, cuando comencé a tomar la existencia en serio.

Cuando mi fé en la vida misma, se desvaneció al unísono de mis sueños y de mi consciencia.

Cuando recobré el sentido, me encontraba en un cuarto de hospital, con mis padres a mi lado, dos enfermeras, mi “ex jefe”, tres abogados y el hijo de mi ex jefe sonriendo perversamente ante mi dolor físico, pero sobre todo, anímico.

Mi madre lloraba pensando en la pérdida de mi salud.

Mi padre lloraba pensando en la pérdida de su minita de oro.

Y yo reprimía el llanto que me ocasionaba el pensar en mis propias pérdidas.

- Firma aquí.- Me dijeron los abogados.

Yo ni siquiera concatenaba bien todo lo ocurrido, cuando tenía encima de mí papeles y más papeles donde yo otorgaba el perdón al hijo de mi ex jefe por haberme lesionado, aceptando una cantidad económica a cambio.

- Firma ahí Neftalí.- Reafirmó mi padre.

Mi madre continuaba llorando.
Tanta gente a mi alrededor me asfixiaba.

- Sólo firmaré con una condición.- balbuceé ahogando mi llanto y pensando nuevamente en mi futuro que parecía no importarle a nadie.- Quiero formar parte de su empresa señor, si no es como futbolista, que sea como empleado que me permita tener una vida digna.

Mi ahora jefe sonrió asintiendo, habló con sus abogados, reimprimieron contratos y fue así como entré a formar parte de R.I.U., S.A. de C.V.

Al firmar esos papeles, todos salieron de mi habitación por órdenes médicas para que yo pudiera descansar antes de iniciar mis múltiples operaciones.

Antes de entrar al quirófano y perder totalmente el conocimiento debido a la anestesia, escuché que alguien murmuraba:

- ¿Una vida digna? ¿Por qué te aferras tanto a un mundo al que no perteneces? ¿Por qué simplemente no pones un cero más y vuelves a tu alcantarilla a comer patatas fritas?-


Pasarían algunos años para que yo lograra entender cabalmente que la vida es un irónico devenir de sucesos que coloca cada pieza en su lugar.

No volví a jugar soccer nunca más, pero ello me condujo hacia ti, mi dulce ángel.

14 septiembre 2009

Sentencia

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Por Mara Jiménez

Mientras camina con la mirada clavada en el piso, sabe que no va a olvidar nunca aquellos instantes, que serán una constante que lo perseguirá para siempre, a veces como un recuerdo recurrente para apuntalar la autocompasión, a veces para reír sus fechorías, y otras para preguntarse su extraño proceder y confesarse a solas que nunca tuvo respuesta para justificar su conducta. Lleva los puños apretados de rabia, al punto de haber dejado 5 surcos en cada palma de la mano, como muestra de su furia; el estomago da brincos constantemente, y pegado en la nariz, lleva el perfume que le evoca tantos sentimientos encontrados; por un lado, esa figura etérea de cabellos dorados y sonrisa perfecta, esa misma figura que le despierta a un tiempo el encanto y la desesperación de ver tanta belleza encerrada en un solo rostro, tanta gracia en una voz y un cuerpo, y tanto tino para saber lastimarlo. En su cabeza resuenan las palabras que no entiende y por algún sabio motivo de su naturaleza sabe que no le conviene entender: marginal, problemático, indisciplinado, irremediable. Tiene tanto tiempo de escuchar esos jirones de conversación cuando se refieren a él, que ha aprendido a hacer un bulto diminuto con ellas, y constantemente juega a arrojarlas lejos de sí. Es como una pequeña pelota de mocos que desea lanzar lejos con un desinteresado movimiento de los dedos, pero que siempre permanece pegada a su índice.

Camina lento y con la cabeza derrotada a una velocidad que se rebela ante el paso rápido que su guía trata de imponerle, ejerce la pausa en el andar como un último acto de desafío ante el anunciado final que sabe se hallaba al final de su marcha. Cientos de ojos lo observan, los intuye sin necesidad de levantar la cabeza. Piensa, por primera vez, que eso es la vergüenza, así que decide repasar la falta detalle a detalle para encontrar una justificación a sus fallidos actos de aquella mañana:

Ella, perfecta, que no lo miraba, arriba envuelta en una atmósfera propia de brillo intenso a pesar de el cielo gris que insistentemente los acompañaba desde hacía varios días; de pronto, al mirarla con el rabillo del ojo, descubre una mirada furtiva que iba indudablemente dirigida hacia él… la emoción, la duda, y una incontrolable inquietud que lo hacen abandonar su puesto, desafiando el orden establecido poniéndose de pie y acercándose peligrosamente a ella, invadiendo su espacio vital; ella con la mirada esquiva, tratando de ignorarlo y él de pie, declarándose débil ante sus encantos; ella, cruel, vuelve a dirigir la mirada hacia donde él estaba sentado, pero con una corrección imperceptible de la dirección de sus ojos, sólo para dejar claro que aquel mínimo pestañeo coqueto, iba dirigido a otro, al que se encontraba sentado más allá; la furia que lo invade desde la barriga, tomando los dos polos de su cuerpo y un hormigueo que se adueña de sus manos y de su respiración que ahora es agitada; la estocada final, una frase de ella, displicente y sin mirarlo siquiera: “Quítate… hueles feo”. La mano cobra una autonomía peligrosa y se eleva en el aire, ella no la ve, porque hace de cuenta que él fuera transparente; un momento de duda, un instante tratando de ganar el control de la palma abierta, y sus ojos descubren que ahora no sólo mira al otro, sino que sonríe sutil, delante de sus narices. La palma de la mano que se deja caer, vencida por la rabia y el miedo al rechazo, desordenando los cabellos dorados y abundantes, y levantando al mismo tiempo una nube invisible de ese perfume embriagador que lo atormentaba hasta en sueños. Una vez realizada la fechoría de la mano con voluntad propia, se suceden una serie de cuadros en cámara lenta; ella tratando de guardar el equilibrio, pero llevándose ambas manos a la cabeza para mitigar el dolor; una silla de lado que cae irremediablemente al piso, y sus pertenencias rodando por todos lados, contribuyendo al caos sonoro de gritos y reclamos. Una mano firme que los sostiene de la muñeca, y lo aleja de ella; la certeza creciente en el pecho de que aquel golpe fue atestado por puro amor, por amor puro… la única razón que tuvo para hacer lo que hizo, es la misma que no puede confesar a nadie… la justificación está perdida.

Los pasos de su guía se detienen frente a una puerta que parece inmensa. El chillido de las bisagras, le abre la visión de su madre envuelta en lágrimas, y su padre con la quijada trabada. El final se acerca, y como lo conoce, decide cerrar los oídos mientras acerca su mano criminal para oler el perfume de que quedó impregnado. El mundo se detiene para dejarlo despedirse a través de ese aroma, para siempre. Fin de la historia de un amor imposible e inconfesable. Las lágrimas son un lujo que no se puede dar en ese momento.

Es la voz recia y tajante de su padre la que lo saca de la ensoñación, cuando le pide la atención requerida para el momento. Todo acabó. La directora de la escuela le extiende un papel y le dice casi con compasión: “Te estoy pidiendo que firmes tu expulsión, no puedes seguir con nosotros. Tu padre ha arreglado que te permitan terminar primero de primaria en una escuela militarizada”.

Con 7 años a cuestas, firma la sentencia para olvidarla por siempre; a ella, su primer amor.






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Imagen que acompaña, tomada de: www.ionlitio.com/images/2008/06/mazo_juez.jpg

10 septiembre 2009

Fly me to the moon

Por Sonia.

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Avión en vuelo, destino desconocido.


Canon EOS 650, sigma 600mm f4 1/250 ISO-100



07 septiembre 2009

Lo que se cuenta

por Ivanius

En todos los años que llevo aquí, jamás me ha interesado saber sus nombres, pero a veces escucho cosas interesantes. Una taza de bebida caliente basta para hacer hablar casi a cualquiera.

Así supe que la severísima anciana de la 4 era una abuelita simpática y dicharachera, a pesar de no haber vestido más que luto riguroso desde la muerte de su único marido, hace más de veinte años. Después de la segunda copa de jerez al terminar la comida, se hallaba más relajada y chispeante, llena de nostalgia por “su época”, cuando “lo que hacía la gente era conversar, no sentarse frente a la tele”.

Ante esa cita, como en tertulia improvisada, intentaron armar “uno de los cuentos de Nana” y se atropellaban entre todos para agregar detalles o comentar un pasaje. Una pareja, que estaba sentada ante otra mesa, se unió a la reunión a media plática porque el relato les hizo reconocer a sus primos, que no habían visto en años.

Visitar a Nana era tradición familiar, especialmente a fin de año. Cualquier época era, junto a ella, una larga sucesión de historias, contadas con estilo propio a un auditorio numeroso y devoto.

El jerez no podía faltar. Al retirar el pavo y los romeritos aparecía la imprescindible botella de Fino. Luego, los papás encendían un puro; las mamás servían café y alguna voz encendía el ruego: “Un cuento, Nana...”. Era el momento de los niños, aunque al escuchar “Había una vez”, los mayores también guardaban silencio. “Lástima que no hayas grabado la reunión de Navidad”, dijo alguien. “Esa vez había tres generaciones escuchándola hablar de Scrooge. Nana era mágica”.

No escuché mucho más porque se me hacía tarde para terminar la limpieza. Abandoné a disgusto mi rincón y me abrí paso entre los clientes que llegaban. Después tomé la escoba para hacer mi ronda en silencio. No hace falta hablar, porque a esta hora allá afuera sólo quedan los muertos...

"Lo que se cuenta". Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Imagen: "La favorita de la abuela" (fragmento), de Georgios Iakovidis, en Wikimedia Commons.

03 septiembre 2009

Traba burocrática

Por Canalla


Encontrar el Departamento de Regresiones Voluntarias fue toda una odisea, dentro de la enorme construcción octagonal que ahora alberga al Ministerio de Bienestar. Para quien todavía ignore las peculiaridades de ese edificio flotante, cruzar sus plantas verticales en gravedad cero, en vez de caminar, puede convertirse en un infierno, como si alguien del Gobierno Central, gozara al hacer más miserable aún la vida de quienes acudimos ahí. Y además tuve que soportar sus quince minutos de hologramas institucionales, antes de ser recibido por un tipo con facha de antisocial reinserto mediante servicios a la comunidad.
- ¿A qué se refiere con exactitud cuando dice que quiere recuperar una parte del pasado? El hombrecito me preguntó, como si no fuera un simple burócrata obligado a atenderme con celeridad.
- ¿Es aquí donde se tramita una regresión o no?, contesté sin dar más pormenores al tipo que, seguramente un funcionario menor, carece de autorización para pedir explicaciones a un ciudadano que busca realizar una simple gestión. Empecé a respirar con dificultad.
- En eso consiste nuestro servicio: lo retrotraemos hasta fragmentos del pasado, como su nacimiento, un cumpleaños o la pérdida de un ser querido, por ejemplo. Usted los revive tal como la primera vez y luego regresa a la actualidad.
- Pues es lo que quiero: retornar a un momento ocurrido esta misma madrugada en casa, y evitar un evento inconveniente: eso es todo, aclaré, a fin de no perder la paciencia. Mi hiperventilación hacía más insoportable y gris su diminuta oficina mal distribuida.
- Entiendo. Pero el obstáculo es su propia intención de recuperar, de evitar algo. No hay tal posibilidad en una regresión voluntaria, deletreó, cauto en su intento por distraer con simulada cortesía mi atención, centrada en su negligencia.
- ¡Pero si en el folleto está claro!: “enmendar todos los pequeños errores que impiden su desarrollo actual u originan infelicidad o insatisfacción entre los suyos; podrá saldar sus cuentas pendientes con el pasado”, leí, casi sin aliento ante su evidente incompetencia.
- Ahora lo comprendo. Lamentablemente, el tríptico fue redactado de un modo genérico que da lugar a confusión: describe las posibilidades de la regresión prescrita, como si se refiriera a la voluntaria. Aunque se trata de un error, corregido tan pronto se detectó, que esperamos no repetir en el futuro. Le ofrezco una disculpa a nombre del ministro.
- ¿Quiere decir que rechazarán mi solicitud?, cuestioné alarmado, aunque procurando no perder los estribos. Sentía mis pulmones disolverse junto con el escaso aire disponible.
- De ningún modo, no podría hacerlo. Pero estoy obligado a informar de las limitaciones en una regresión voluntaria. Usted podrá regresar al pasado exacto que necesite, sin otro requisito que conocer las condiciones y aceptarlas. Consisten en no alterar lo acontecido de forma alguna. Eso intentaba explicarle.
- Pero si usted dijo que la única diferencia radica en la clase de regresión, no comprendo cual sea el impedimento… hagamos de cuenta que es prescrita, ¿quiere? Casi desfallecí.
- No puedo, lo siento. Para calificar la pertinencia de su pedido y prescribir la regresión, debe intervenir el especialista. Desde aquí puedo gestionar su cita, para evitarle mayores contratiempos, y en tres días habrá resuelto favorablemente su incidente.
- ¡Es que usted no entiende que el tiempo apremia! Me impide ocuparme de remediar un error, seguramente insignificante a su juicio pero vital, por así decirlo, para mí; me pone una absurda traba burocrática ¡y eso es inconcebible, exijo hablar con su superior!, grité.
- Lo lamento, pero debo apegarme a la normatividad. En breve podrá externar su queja.
Cuando por fin pude salir del Ministerio, la respiración era aún más entrecortada y perdí la consciencia unos minutos, durante el trayecto en metrovía a casa, donde mi hijo sigue postrado, inmóvil ante su madre, el revólver apuntando a su sien y la sangre diseminada, mientras intentamos adivinar cuántas horas más requerirán en Servicios Extraordinarios para registrar lo sucedido, iniciar sus engorrosos trámites y devolver la calma a nuestras atribuladas existencias. ¡Maldita burocracia!