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30 enero 2012

Nunca sé qué hacer

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Por Canalla


Nunca sé qué hacer con los hombres que se quedan, dijo Cinthia como hablando al farol que con trabajos iluminaba aquélla habitación desde la calle y no con Miguel, el cuerpo de éste en total reposo.

La última vez que él había movido la cabeza, también la dirigió hacia la luminaria quizá en busca de respuestas a las interrogantes que su relación con Cinthia solía multiplicar. Los vellos todavía erizados en esos momentos por la sobrexcitación que le producía la sola proximidad con su tibio sexo húmedo.

Y a los que se quedan los castigo por los que se fueron, y por quedarse; con tantas veces como te lo dije deberías haberlo entendido, Miguel. Estabas obligado a comprenderlo. Y así tenías también derecho a abandonarme en el momento que tú quisieras y sin darme explicaciones.

Esa tarde en particular habían tenido el mejor sexo en meses, y ella logrado un par de orgasmos, pese a que Miguel sustituía cada vez con mayor frecuencia su habitual trato rudo por una suerte de ternura torpemente pueblerina, nunca salida antes de aquél par de manos toscas y callosas.

Sólo se trataba de que siguiéramos cogiendo; de eso, y que cada vez que te tuviera entre las piernas dieras rienda suelta al enojo por no poseerme del todo, de dejar la huella visible de tu frustración alrededor de mis pezones, las nalgas y la espalda, de morderme los labios hasta hacerlos sangrar y de gritarme “puta”, si eso querías.

Los dos aún con la mirada fija hacia el farol, como si ello los salvase de una situación incómoda e insostenible, Cinthia recordó de pronto a su esposo que la esperaba en casa y calculó la hora, sin fuerzas para voltear al reloj o levantarse de la cama e intentar una ducha. Unas últimas gotas de sudor cuajando lentas a la altura de su ombligo y la rara sensación de hambre y ganas de vomitar a un mismo tiempo.

Ese era el papel que te garantizaba mi fidelidad absoluta. Y muchos años después de que te fueras, hicieras lo que hicieses, yo te iba a recordar, y a llorar de tanto sentirme inútil e incompleta por incapaz de retenerte; no como ahora que muy pronto pueda me olvide de ti, Miguel, por sumarte a la lista de amantes que no supieron callarse un “te amo”.

Aún con incipientes náuseas, Cinthia se incorporó resuelta a no bañarse y vestirse lo más pronto que pudiera, segura de que si volteaba de nuevo a la luz ya no podría despegar la mirada y tal vez encontrase una respuesta como la que Miguel parecía haber hallado durante las dos horas que llevaba sin proferir una palabra, se diría también que sin respirar.

Sintió sin embargo la necesidad de admirar otra vez su magnífica corpulencia; de besar su suave boca; de deslizar una mano entre su quebrada cabellera y un dedo por sus lindos labios, de cerrar sus bellos ojos y darle las buenas noches, sintió que se lo debía, aunque con todo cuidado, para no correr el riesgo de despertarlo o mancharse el vestido nuevo de sangre.

-oooOooo-

7 comentarios:

QUANTUM dijo...

Someto a la aprobación de la sociedad de la media noche, el siguiente relato que ha sido tiutlado:

QUANTUM dijo...

[Habanera ]

“[…]La vida no es una frase ni un nombre, ni un verso que todos entienden[…] […]como si ignorar fuese también una forma de comprender[..]”
(Carlos Montemayor)

“LA VIDA COMÚN DE ARNULFO”

En un mundo raro, en una vida rara, en el fluir de las cosas raras existía un ser raro llamado Arnulfo.

A Arnulfo le encantaba hacer preguntas, ya sea a los demás o a sí mismo. Arnulfo siendo parte de la raza humana, un día se asombró al ver sus manos e intentar concebir cómo era posible que pudiera moverlas. A partir de ahí intentó percibir su entorno como algo único ¿Cómo era posible que el planeta siendo parte de un conjunto de planetas siendo a su vez parte de un universo inmenso y extraordinario fuera el único habitable? ¿En realidad sería así?

Mientras tanto, en su mundo, el ‘tiempo’ un concepto difícil de definir, pero latente en la vida diaria, era otro objeto de asombro para Arnulfo. Él pensaba que contando con dieciséis años de edad el “tiempo” transcurriría y quizás podría llegar a los cuarenta y cinco años; y quizás después a los setenta años de vida; mas por mucha edad que tuviera, sería insignificante si se percibía la edad del universo. Pensaba que el propio tiempo del planeta era magistral —¿Qué es el tiempo?— pensaba para sí. El tiempo siendo parte de su vida: cuando llega la hora de dormir, cuando llega la hora de comer, cuando llega la hora de ir al baño… cuando es el momento de tomar decisiones en la vida. Horas, momentos, instantes. Siendo el tiempo quien en gran medida nos rige, nos limita, nos influye y que en ocasiones puede y no puede existir… —¡¿Qué es el tiempo?!— Arnulfo se volvió a preguntar. Contemplando el movimiento de los dedos de sus manos, intentaba imaginar que era parte y proceso de una evolución donde el tiempo es impensable. Una evolución donde su propio cuerpo era un universo complejo de ciclos y reacciones químicas. Y que de esa evolución algo de gran valor que había heredado era su cerebro. Más que un órgano más, era algo que, precisamente, le permitía hacer preguntas, le permitía llenarse de una mar de imaginación… le permitía percibirse a sí mismo como un ser que más allá de meramente existir, más allá de las otras especies, era un ser que contaba con vida para poderla vivir.

Sentado en la banca de un parque, tomando una café caliente, mirando a la gente pasar, en un día nublado y con el viento un poco frío. Observando, en el gesto suave de una hoja que vaga en el aire. La cuestión del tiempo le hizo preguntarse a su vez: ¡¿Qué es la vida?!

Era un poco raro, extraño e interesante concebir la evolución humana y pensar si existe un ser omnipotente, creador de todas las cosas.

—¿En realidad Dios existe o somos pura casualidad?

QUANTUM dijo...

Si fuimos creados por un Dios ¿Para qué fin habría sido? ¿Para satisfacer su necesidad de entretenimiento? Arnulfo había escuchado, por su familia, que Dios era perfecto y un ser muy bueno; pero entonces siendo así, no se explicaba por qué tanta violencia, tantas guerras, tantas muertes inocentes. No sabía qué pensar de tanta injusticia en la creación de un ser perfecto, un ser que quizá no existía. En una ocasión preguntándole a un vendedor de libros ambulante en algún parque de Coyoacán en la ciudad de México, que a su vez era el autor de los mismo, sobre si existía Dios, el escritor le contestó que para que la raza humana pudiera madurar tenía, antes, que quitar a Dios de su cabeza. Sin embargo, en una ocasión le tocó leer algo de Jostein Gaarder a lo que simplemente no supo qué decir. En su lectura se narraba el diálogo de un neurocirujano que era cristiano y un astronauta que era ateo. Debatían sobre religión. El astronauta, sintiéndose con autoridad decía —¡He estado muchas veces en el espacio y nunca he visto un solo ángel!— A lo que el neurocirujano le respondió —¡He operado mucho cerebros y nunca he visto un solo pensamiento!— Esto le hizo pensar a Arnulfo que, entonces, como humanos, siendo seres imperfectos y contando con un porcentaje mínimo del uso del coeficiente y sin llegar al cien por ciento como se debiese, pensaba que entonces, tal vez no contábamos con la capacidad para “ver” si existía una energía superior.

Por otra parte, Arnulfo también visualizaba la vida como la causa de algo fortuito, porque era inevitable el hecho de que hubiera hallazgos fósiles y que estos a su vez fueran estudiados y que la ciencia mostrara la veracidad de los mismo. Entonces le parecía bastante asombroso concebirse como consecuencia de millones de años de evolución en donde es planteada la teoría de Darwin; y es en éste planteamiento donde Arnulfo piensa que tal vez la vida ni es mala, ni es buena; simplemente es como es.

Al estar pensando sobre la vida y sobre la evolución en donde el ser humano al igual que otras especies, nace, crece y también se reproduce; intentaba digerir otro cuestionamiento que venía a su mente con mucha intensidad: ¿Qué es el amor?

… Aquella vez que se encontró al escritor, Arnulfo se encontraba triste ante el frustrado intento de estar a lado de su persona amada. Muy agobiado por no entender qué era lo que sentía. En esa ocasión, la pregunta que también le hizo, era saber qué era el “amor”; a lo que también el escritor le contestó que el amor era el disfraz del instinto reproductor. Al escuchar lo anterior, una lágrima rodaba por su mejilla y, nuevamente, no sabía qué pensar, no sabía qué decir, no sabía qué hacer…

–¿El amor en realidad es un reflejo involuntario?

Estando sentado en la banca del parque, contemplando lo que pasaba a su alrededor y cuestionando en relación al tiempo, sobre la vida y respecto al amor. Extrajo un bolígrafo y escribió, en la hoja blanca de un cuadernillo que sacó de una mochila pequeña que llevaba, un pensamiento que le inspiró aquel momento en el que se encontraba.

Habiendo terminado, se fue. Dirigiéndose al cine como la gente común que va a entretenerse, en una ciudad común en donde se ve el transitar de los autos y en la común circulación de los peatones.

“LA VIDA ES, QUIZÁS, UNA RAREZA
QUE ESTREMECE Y SE DEJA SENTIR
SEA DESDICHA O FELICIDAD…
CERRAREMOS LOS OJOS UN DÍA
Y DESPERTAREMOS EN LA ETERNIDAD”

[The Passenger]

QUANTUM dijo...

[BIRDBOY]

Ivanius dijo...

Amores que matan, como dice la canción. O las canciones. Un abrazo.

Jo dijo...

dicen por ahi que ... siempre habría que tener una canción para poder llorar en ella.

aunque no hable de amor
pero algo por dentro nos mate

MauVenom dijo...

He descubierto... últimamente... que peor que matar es irse y no volver.

Por eso me voy antes yo... para evitar que me maten. Creo.