Fue un buen golpe. Con esa venta
iba a tener para comida y mota para tres, tal vez cuatro semanas. Genaro iba
más que entusiasmado mientras pedaleaba esa bicicleta rosa de esas a las que
llaman vintage, su robo había sido más que fácil. Ahí estaba,
en un pequeño patio de rejas muy bajas, sin
cadena, con una casa en absoluto silencio –como suelen estarlo la mayoría a las
tres de la mañana-, con una familia de sueño muy pesado. Los había visto apenas
unos días atrás: una pareja joven en espera de un bebé. Seguro no iban a
necesitar la bicicleta. Al menos no les iba a doler demasiado…
Eso pensaba Genaro mientras se
dirigía a su casa en ese bólido rosado de tono cremoso. El viento no tan frío
de la madrugada de verano le daba -como a todo aquel que lo haya hecho- una
sensación de libertad –esa libertad que justo por ese acto corría el riesgo de
perder- y confort –a esa menos acostumbrado- que se alcanza cuando alguien se
siente dueño de su espacio, cuando se siente también, soberano de sí, de su
voluntad. Tal era su excitación que tocó la campanilla varias veces. Los
escasos transeúntes y conductores que se cruzaron con él no pudieron más que
sonreír ante tal espectáculo: un hombre de un físico magro pero realmente mal encarado
que mostraba tal felicidad sobre una bicicleta tan femenina –por no decir
aniñada- no era causa de burla sino de buen humor. Era una especie de milagro,
de esos milagros bizarros que ocurren en las madrugadas de las grandes
ciudades.
Cuando Genaro llegó a su casa,
buscó el mejor sitio para colocar la bicicleta. ¿En donde estuvo alguna vez la
sala o en donde quedaban las patas de la mesa? Era difícil decidir en una casa
pequeña sin muebles. En eso estaba cuando la voz de su madre lo obligó a salir
de su concentración.
-Ya era hora cabrón. ¿Qué
conseguiste?
-Una bicla.
-¿Está buena?
-Simón.
-¿Cuánto crees que te den por esa
chingadera?
-No sé. Chance si la llevo al
empeño me den más que si se la dejo al gordo.
-Pues te la llevas de una vez, no
tenemos ni madres qué comer.
-Nel, la llevo en la tarde.
La anciana respondió con un
portazo. Entró a su recámara murmurando algo que a Genaro no le importaba.
Observó de nuevo la bicicleta y
al ver la canastilla blanca vacía, decidió colocar ahí su encendedor, su más
preciado –por no decir único- bien.
Al caer la noche, Genaro tomó la
bicicleta y se encaminó a casa del gordo. Seguramente le iba a ofrecer poco
dinero pero una buena ración de mota. Mota, la mota que ya le hacía falta. La
mota que quería probar mientras pedaleaba. El toque final a la sensación que le
causaba la bicicleta.
No es que Genaro nuca hubiera
tenido una bicicleta. Por allá de los 8 años tuvo una de segunda mano: azul, de
montaña. Estaba re buenota la bicla pero como casi todo en su vida, se tuvo que
vender. Una madre vieja que apenas si podía caminar y apartar lo que se podía
vender de la basura no le dejaba muchas posibilidades de juego. Sus travesuras
fueron la preparación para su oficio, aunque también sabía que no había nacido
para cosas grandes. Se dedicaba a robar autopartes, a ordeñar autos y revender
gasolina, a hurtar ropa de los lazos descuidados, algunas veces cosas más
interesantes como muebles mal colocados, juguetes y bicicletas…ahhh…bicicletas.
Nunca una como esta, tan…delicada.
Decidió cambiar su rumbo. No iría
con el gordo sino con la gorda. Ella le fiaba la mota. Le urgía un gallo. Sabía
que esa noche no se iba a deshacer de la bicla. Sabía que eso le traería
problemas con su madre, pero no le importaba demasiado. Sabía que la quería,
que era suya, que sin costarle era suya de una forma en la que no había sentido
algo suyo antes. Un tipo que andaba de allá para acá con su actitud escurridiza
y aspecto no tenía siquiera secuaces. Así lo enseñó su madre a base de
trabajillos y golpizas, no se puede confiar en nadie, ni siquiera uno en el
otro.
Pasaron varias noches. Pelas,
golpes, rasguños, gritos. Genaro y su madre jamás se pondrían de acuerdo:
vender o no la bicicleta. Podían detenerlo. Podía moverse más rápido con lo que
consiguiera. Podía comprarse una más barata con lo que le sacara. Pudo mandarlo
a la escuela. Pudo ser más listo. Pudo haberlo cuidado mejor. Pudo no nacer. Podía
callarse.
Las semanas se les volvían pesadas.
Las ansias lo carcomían. Pocas cosas habían caído en sus manos y los estragos
del hambre se hacían notar en su humor. No se soportaban. Genaro encontraba paz
únicamente al salir de la casa en su vehículo. No se atrevía a dejarlo solo con su madre. Conocía su mala
salud, su poca fuerza y su mala entraña. Sabía que podía desaparecerla,
destruirla, venderla.
Una mañana soleada, molesta. El
estómago de Genaro rugió. A hurtadillas entró a la recámara de su madre. Seguro
tendría algo escondido para comer que no pensaba compartirle. Tropezó y no hubo
respuesta, ni un golpe ni un ruido. Genaro sintió tanta soledad y alivio. Era su primer encuentro con la muerte.
5 comentarios:
Hay una frase que escuché en el film
'Braveheart' que dice:
"Si la muerte te sonrie, devuélvele la sonrisa"
[Because I Got High ]
La cadena se ve rota. Pequeño detalle que hace inverosímil lo demás.
Quantum: I got High me ha hecho reír de una forma que no esperaba hacerlo esta noche. Muchas gracias.
Enoch, mi fantasma. Un buen observador sabría que la cadena no está rota, sólo zafada.
Se le quitó el hambre; tal vez después de pasear en bicicleta...
*GLADIATOR
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