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23 mayo 2011

Cena




por Ga Ortuño
I.
Melones. Son la forma de apoyo que mi madre brindaba a las luchas sociales, su símbolo de acuerdo con las luchas que por una razón que jamás comprendí, comenzaban en verano desde que fui bachiller. Fueron melones y leche lo que mi madre me encargó llevar a los camaradas estudiantes durante el paro de labores escolares y fue también esa fruta picada la que llevaba para repartir a los ancianos durante los mítines contra el fraude electoral. Melones los que llevó para combatir el calor durante varias marchas de diversos colores: desde el rojo hasta el de la tierra. Tal vez es por eso que desde hace varias semanas es lo único que me apetece cenar. Me preparo para una batalla, nocturna. Mientras mi estómago metaboliza el melón, tal vez me sea posible encontrar la estrategia que me permita vencer a la pesadilla. La pesadilla. A la pesadilla que no le bastó con ser una figura molesta en la vigilia y comenzó a crecer y cambiar su forma hasta que encontró un lugar entre mis sueños, hasta que encontró cómo arruinar cada una de las escenas que me brindaban paz y alegría, no le bastó con fastidiar mi miserable cotidiano, encontró el camino para entrar hasta lo profundo, donde están las sonrisas más preciadas. La pesadilla, esa indeseable y cruel figura tiene como principal arma una cuchara. Un día se burló de mí con ella, agitándola frente a mí cara a la que sólo atiné a tapar. Al día siguiente me atacó con ella y sólo salí corriendo. Hacia el final de la semana, la pesadilla entró a mi casa (onírica) y se instaló sin ningún permiso, con su cuchara en la mano derecha y una gran maleta en la izquierda. Mis más queridos seres le ayudaron a sentirse cómoda.
Debo vencerla y no sé cómo, sólo se me ocurre estar aquí, cenando melón. El melón que no puede hacer nada contra la pesadilla ni contra su cuchara y aunque he tratado de llevar el tenedor a mis sueños siempre que lo saco de la bolsa lo que aparecen son objetos absurdos como una mariposa o un pañuelo azul que no pueden hacer nada y sólo aumentan el cinismo de esa risa.
II.
Intenté diferentes técnicas para acabar con la pesadilla: fui con un psicoanalista que lo único que logró fue liberarme de algunos de los objetos fantásticos que salían de mis bolsas para defenderme (que no me parece un gran avance ya que había comenzado a utilizarlos después como parte de mi vigilia que comenzaba a llenarse de colores); asistí a sesiones de psicodrama en donde actué luchas épicas contra la pesadilla que fue representada por varios de mis compañeros y que, sin embargo, sólo me dejaron un hueco grande en el corazón al darme cuenta que esas sesiones eran nada más que una lucha contra mí que resultaba mucho más monstruoso despierto; tomé pastillas para dormir tan profundamente que no recordara mis sueños al abrir los ojos lo que por supuesto fracasó porque la cuchara se veía mucho más curva y esa mirada que a todos parecía inocente lucía más vacía; aprendí de cuentos y películas infantiles formas de vencer a través del robo de nombres y la fruta envenenada. Nada funcionó. Estaba cansado, triste, creí que no encontraría una solución cuando, mientras batía huevos para preparar un mousse de melón hallé la respuesta que mi enorme orgullo no me había permitido ver antes. La figura de mis pesadillas era amada por todo los espectros queridos o no de mis sueños, aparecía ante los ojos de todos como ser sin mácula, como ser admirable...menos a mis ojos. Se trataba de alguien (algo) que irradiaba orgullo (para mí pedantería y presunción) ante lo que era. Por esa razón le era tan fácil usar algo tan común como una cuchara para atemorizarme. Al final, me di cuenta que sólo hacía falta un acto de humildad para hacer irradiar (explotar) lo que había en ella, lo único de lo que era insaciable: me bastó con un halago.

7 comentarios:

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

No entendí por qué un halago, pero babee por el melón en medio de este calor sofocante.

la MaLquEridA dijo...

Los melones me recuerdan la infancia en la primaria cuando nos lo daban con nieve de limón, una delicia, igual que los que escribes, una delicia aderezada de recuerdos.

la MaLquEridA dijo...

Volviendo a leer, has traído a mi memoria una cuchara de peltre que fue pesadilla real vivida en la infancia de unos inocentes, ahora me voy rumiando mi vergüenza ante tales recuerdos.

Unknown dijo...

:O
Una disculpa por no contestar estos comentarios más temprano pero la verdad es que tengo varias cosas que terminar estas semanas.
Cuentos bajo pedido:
Tienes razón, no dejo lo suficientemente claro que es una pesadilla que se alimenta de zalamería, cuyo ego es tan grande como el que quiere terminar con ella, es por eso que basta un halago para hacerla explotar. Por eso el acto de humildad. Si lo tengo queexplicar después ya no tiene chiste :(
Malquerida:
Los melones, creo que deben ser una de esas frutas que dejan rastros profundos en el corazón y la memoria aunque a veces se nos presenten tan comunes. Menos mla que este textito alcanzó una evocación de esa naturaleza.

Gracias.

Ivanius dijo...

"La trampa del dulce" le decían los mayores en mi pueblo a lo que previsiblemente sucedería si nos dejábamos llevar por la avidez ante todas esas delicias (frutas, caramelos, postres en general). Más de un empacho terminó al menos con dolor de estómago... y quizás alguno trajo de visita sueños inconcebibles, que quizás evitamos mencionar para no dotarlos nuevamente de sustancia. No se me había ocurrido que tal vez ponerlos en tinta sea una buena manera de exorcizarlos o refrescar el ambiente.

Abrazo, y gracias por colaborar en este espacio.

MauVenom dijo...

Casi me he deshecho de las pesadillas, las armas con las que me defiendo son obvias y a la vez fantásticas, no puedo describirlas un poco por pena, otro poco por respetar la magia. Pero parte de todo este nuevo mundo nocturno se debe, cierto, a cenar melón, un poco de otras frutas y al freno de mi ambición.

Un caluroso agradecimiento por participar en EyL, magnífico relato lleno de lo personal y lo trascendente.

Unknown dijo...

Ivanius: no dejo de caer en la tentación de las cosas dulces. Soy un caso perdido. Gracias por todo. Le mando siete abrazos.

MauVenom: Cierto, las armas no se revelan, los antojos quizá. Un abrazo grande. Gracias por permitirme participar.