Por Canalla
"Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos".
Hace ciento treinta años que Robert, con sus tres décadas de vida y su tuberculosis a cuestas, viajó con su padre, su flamante esposa estadunidense y los dos hijos de ésta a Aberdeen en la tierra alta de Escocia, y de ahí hasta Braemar, y es posible que en los primeros días de esas vacaciones sintiera agobio por la carga que supuso su compromiso con Fanny, y sus hijastros Belle y Lloyd. Luego de conocerla en Francia, un año antes la siguió hasta California a fin de tramitar su divorcio y poco después se casaron.
Pero ahora, ¿qué podía ofrecerle él que, nieto, hijo, sobrino y primo de constructores de faros marítimos dejó sus estudios de Ingeniería Náutica y, aunque optó por el Derecho, poco después también renunció a la abogacía y retomó la obsesión sobreviviente a su enfermiza infancia por la escritura?, tal vez meditó contemplando el cauce del río Dee, sólo rescatado de sus tribulaciones cuando hasta su ventana llegaban los alegres murmullos lugareños, en un gaélico para él tan misterioso como atrayente.
Si bien había tenido oportunidad de lograr una primera novela histórica en la mejor tradición de la época, no era menos cierto y lastimoso que sólo le fue posible publicarla con el compromiso paterno ante el editor de adquirir –como al poco tiempo sucedió con casi la totalidad del tiraje- los ejemplares que no se vendieran en un plazo acordado de antemano. Sus trabajos posteriores, ensayos sobre todo, no corrieron mejor suerte.
¿Qué podía innovar él en el Edimburgo literario de entonces, que respiraba trabajosamente a la sombra de la gigantesca figura de Sir Walter Scott y su Ivanhoe? Para colmo, aunque Robert sentía una fuerte influencia del padre de todos los novelistas inglés, Daniel Defoe, tras su malhadada experiencia con Pentland Rising, tuvo mayor identificación con los romanticistas extranjeros como -¡horror!- los estadunidenses- Irving Washington y Edgar Allan Poe que con aquél, razón suficiente para suicidarse.
Tal vez cosas así pasaron por su mente cuando entró a la habitación de Lloyd y lo encontró intentando pintar con acuarelas el mapa de una isla que había dibujado. Se habrán agolpado los recuerdos de cuando su padre lo llevaba con él a inspeccionar aquéllos portentos arquitectónicos destinados al auxilio de la navegación costera, y de todo el conocimiento marítimo que durante esas travesías había adquirido.
El caso es que con el concurso inicial del propio Lloyd y de su padre Thomas Stevenson, el único personaje que muere antes de iniciar la historia aunque su presencia permee toda ella -el Capitán Jonathan Flint- y Robert inician una maravillosa dinastía de piratas con patas de palo y pericos al hombro que trasciende hasta hoy -¿les suena Piratas del Caribe?- la obra misma: La Isla del Tesoro. Ética sin moralina, nada menos. Algunos la catalogan aún clásico de la literatura juvenil, aunque su solidez la haga sobrevivir éste nuevo siglo como lo que es: buena literatura, llanamente.
Lo que ya es más difícil de aventurar por el apretado espacio aquí es qué otros fantasmas lo llevaron a escribir tres años después su obra cumbre: El extraño caso del Dr. Jeckill y Mr. Hyde. Lo único seguro es que Robert Louis Stevenson, dada su proverbial modestia, nunca habrá imaginado que su primera novela exitosa –como ésta última- sería también una de las más leídas por sucesivas generaciones de jóvenes -y adultos- en decenas de otros idiomas además del inglés, durante los siglos 19 y 20.
Ni que tal hazaña la repetiría en un tono más sombrío aunque heredero legítimo de su escuela, uno de sus sobrinos nietos por línea materna, un tal Graham Greene. O que su influencia se extendería también hasta Joseph Conrad, G. K Chesterton, H.G. Wells, Adolfo Bioy Cásares y, sí, Jorge Luis Borges. No cabe duda que los escoceses siempre ayudan a aclarar la mente y reconocerse, no importa si se trata de uno de los mejores escritores de todos los tiempos o de una copa de Glenfiddich… ¡salud!
-oooOooo-
4 comentarios:
"El amante de las rosas"
En las montañas de Valkeri
entre los pavorreales que se pavonean
encontré una flor
tan grande como mi cabeza
y cuando me estiré
para olerla
perdí el lóbulo de la oreja
parte de la nariz
un ojo
y la mitad de la cajetilla
de cigarrillos
regresé
al siguiente día
con la intención de cortar
aquella maldita cosa
pero la encontré
tan hermosa
que en cambio
maté un
pavorreal.
-Charles Bukowski-
[Plus la peine de frimer]
Again:
Plus la peine de frimer
más fallas:
"El amante de las flores"
Canallita
He ahí el detalle: necesito volver a los escoceses. Sean escritores (más fácil) o unos tragos. Lo que sea (o los que sean) con tal de aclarar mi mente.
Las líneas que abren tu post me recordaron a mi abuela, quien muchos años de su vida los pasó con sinfín de achaques y casi sin quejarse. Ella decía algo así como que ellos (los achaques) le habían tomado afecto.
Un beso y gracias por la dedicatoria
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