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10 mayo 2010

la mamá de verónica



"La luna alejada
de la órbita solar
un cuarto y medio
de circunferencia
aflige al epicentro vital"
Samuel Beckett (en su obra Compañía)

Verónica era mi amiga desde que cursábamos primer grado de primaria, así que para el 2º de secundaria, ya era lo que se dice una vieja amiga; la más cercana que tuve durante la infancia. De mi relación con ella, lo que más disfrutaba eran las tardes en su casa. Y es que su familia, disfuncional a su manera (como no diría el buen Tolstoi), me significaba todo un viaje al mundo de la extravagancia. Las tardes en aquella casa se dividían entre los juegos en el jardín y las sesiones de relatos con Teresa, su hermana mayor, y la más extravagante de la familia, cuyas disparatadas historias hacían nuestras delicias aunque la mayor parte del tiempo no entendiéramos nada. Claro que había más cosas, pero entre los muchos recuerdos de aquellos días, no son las correteadas en el jardín, los relatos a veces fantasiosos y en ocasiones oscuros de Teresa y ni siquiera los helados de chocolate que el papá de Verónica solía comprarnos de vez en cuando, lo que más atesoro (aún cuando todos ocupen un buen sitio en mi memoria). Por extraño que parezca, lo que más recuerdo y aún hoy puedo ver con emocionante claridad, es la imagen de la madre de mi amiga. La mamá de Verónica no se parecía a ninguna de las madres que yo hubiera conocido y tampoco se comportaba como ellas. Mientras la mayoría de esas mamás ajenas eran “normales”, asistían a las juntas escolares y mostraban preocupación por el comportamiento de sus hijos (su mal comportamiento) o por lo elevado de los precios en el supermercado, ella parecía vivir (y provenir de) en un sitio muy lejano al que habitábamos el resto de los mortales. Era una mujer especialmente bella, rubia (natural, no merced a Miss Clairol o L’Oreal) con un aire como de femme fatale del cine negro de los 50’s; casi no hablaba, menos que acostumbrara dar de gritos para reconvenir a sus hijos, llamar a cenar o quejarse del precio de los jitomates. Nada de eso. A veces me daba la impresión de sentirse ajena a su propia familia. Seguramente la vi vestida con otros atuendos, pero la imagen que se me quedó grabada para siempre, y que aún puedo ver en mi mente como en stop motion, es aquella en la que bajaba las escaleras ataviada con largas y vaporosas batas de chiffon en colores claros, cuyo escote dejaba ver el suave contorno superior de sus generosos pechos. Una vez abajo, se limitaba a sonreír a manera de saludo y sin más dirigirse hacia el objeto con el que, ahora lo pienso, parecía tener más comunicación que con cualquier otro miembro de su familia: el antiguo piano negro de cola que ocupaba casi todo el salón. Si el piano reinaba (por tamaño y prestancia) en esa casa, ella reinaba por encima de él cuando sus blancas manos se deslizaban sobre el teclado, arrancándole suaves y envolventes notas. A los trece años no estaba yo para determinar lo bien o mal que ella tocaba; tampoco, para saber los nombres de las melodías que interpretaba; pero aún dentro de mi infinita ignorancia musical llegué a diferenciar y hasta reconocer los distintos sonidos, en especial los de la armoniosa melodía que repetía de manera  recurrente: claire de lune (según me dijo ella que se llamaba). Fue así como me convertí en su única y devota espectadora, pues ni sus hijos ni su marido prestaban mayor atención a sus conciertos que yo escuchaba en arrobado silencio. Algún anochecer, al terminar de tocar me preguntó “¿Cuándo escuchas claro de luna y piensas en su nombre, qué imagen viene a tu mente?” Sorprendida le respondí que la melodía y su nombre me transportaban a una noche oscura en medio del bosque, apenas iluminado por el reflejo de la luna llena en el lago ubicado al centro, en uno de cuyos extremos se hallaba una solitaria mujer con la vista perdida en el luminoso reflejo de la luna. Tras escucharme, me sonrió, preguntándome si deseaba escucharla otra vez. Creo que mi fascinación por esa mujer tenía que ver con mi proyección personal, pues en ella veía lo que, a esa edad, consideraba un sueño fascinante: ser una enigmática femme fatale que sedujera a incautos hombres por medio de sus notas pianísticas (con los años, la personalidad de esa femme fatale sería sustituida por la que se convertiría en mi arquetipo absoluto: Marlene Dietrich en El ángel azul).

Muchos años han pasado desde entonces; tantos plenilunios como noches negras he vivido y sin embargo, no he olvidado aquella noche en la que excepcionalmente mi abuela me había dado permiso para quedarme a dormir en casa ajena y ella me tocó claire de lune tras escuchar mi respuesta a su extraña pregunta. Poco tiempo después, al terminar la secundaria, Verónica emprendió el camino inverso al acostumbrado por los chicos de provincia que suelen venir a la capital para cursar el bachillerato: regresó a su lugar de origen –un costero pueblo de Nayarit- a continuar sus estudios y su vida. Y aunque jamás la volví a ver, continuamos comunicándonos por medio de largas cartas. Fue así como me enteré, cinco años después del regreso de Verónica y su familia a la costa nayarita, de la muerte de su mamá. En forma por demás lacónica, mi amiga me contó que una mañana la encontraron muerta al lado del piano, con los ojos abiertos y una expresión de serenidad en el rostro; fallecimiento que el médico, llegado horas más tarde, adujo a un ataque al corazón. Nada más, ni una sola expresión de dolor o drama había en las letras de mi amiga; en tanto yo, conforme leía la noticia, derramaba silenciosas lágrimas al recordar el sonido de su piano y volver a ver a aquella solitaria mujer a la orilla del lago... que el claire de lune de la mamá de Verónica me había llevado a imaginar.

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29 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

Ah, si pudiera expresarme a través de un piano, o de un cello: podría expresar los sentimientos de esa mujer y de la joven que escucha arrobada. Pero, como dijo Pío Baroja, algunos escribimos porque no tenemos talento ni sabemos hacer otra cosa.
Es como si no se pudiera poseer el arte y el amor al mismo tiempo.
Para leer entre brumas del tiempo, Marichuy.
Un abrazo.

malbicho dijo...

bello

Ivanius dijo...

Las cuerdas del espíritu vibran para hacernos conscientes de nuestra condición como caja de resonancia... y en ese descubrimiento aparecen los recuerdos, personas y personajes que aderezan nuestro paso por la vida.

La música, especialmente, tiene esa característica: hay piezas que están unidas a un intérprete o a un medio o a un lugar, que se presentan en cuanto la melodía suena como la primera vez que las escuchamos.

Dicen.

jess dijo...

Fíjate!!

Qué curioso, siempre que somos niños algún personaje mayor llama poderosamente nuestra atención por su extravagancia tan genuina.

Yo recuerdo a una hija de una amiga de mi mamá.

Mas no así a alguna mamá de amigas mías... esas mamaces se la pasaban metidas en las mesas directivas, queriendo arreglar a sus "monitas" hijas, se la pasaban regalando cosas a las monjas dueñas del colegio, y en fin, una vida de dignas merolicas parlanchinas viejas metiches y demás.

Ahhhhh el piano..... el instrumento más elegante desde mi punto de vista, mas no así mi favorito. Yo prefiero quedarme con la armónica.
... Su sonido nostálgico simplemente, me mata.

Algunas personas son más valoradas por personas "ajenas", que por su mismo entorno.

Un abrazote mi querida Marichuy!!

Ana dijo...

Hola Marichuy, un enorme abrazo...
recordar a personas por medio de esos momentos vividos y unicos es lo mas valioso para la permanencia de ellos en nuestra memoria...
definitivamente la musica es el mejor tranvia de los recuerdos...
besos y que estes muy bien...
=)

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

Cuando leí sobre mamás extrañas, pensé en la mamá de una amiga de la primaria. Íbamos su casa a hacer la tarea y a clases de regularización. Bueno el punto es que nuestra amiga nos torturaba contándonos historias de que cuando construyeron su casa encontraron un caldero con pelos y cráneos. Y que había una bruja en su casa. Al terminar la historia una señora con los pelos paradas bajó las escaleras y todos salimos corriendo. Yo traté de calmar a la bola apanicada diciendo que seguro esa era la abuelita. Pero la mamá de mi amiga dijo que si era una bruja. Y así nos tenían locos de miedo y la mamá siempre reforzaba las historias de su hija. Al tiempo vi que no había tal bruja ni espíritus y que ambas eran un par de tremendas. Pero no entendí como una mamá podía decir tanta cosa a pesar de vernos llorar de miedo. Esa es mi experiencia de mamá extraña je

virgi dijo...

Precioso y melancólico.
En al madrugada en la que te leo, me ha dejado un poso de tristeza, la imposibilidad de retornar a esos momentos.
¡Tienes una fluidez! como si tocaras las teclas de un piano con letras...
Besitos, linda

ANYELYT dijo...

Lindo y melancólico.
SALUDOS niña.

Xabo Martínez dijo...

Muy bueno Marichuy, me gusto.

MauVenom dijo...

Cuando llegué a link musical decidí volver a empezar el texto escuchándolo

buena decisión

porque pude imaginar perfectamente a esa pequeña silente ante el inmenso piano y a él esta mujer que causaba fascinación

habemos quienes ponemos atención a ciertas personalidades y descubrimos en ellas secretos de la vida que casi nadie ve

tenemos esa fortua y por otro lado la desgracia de llevarnos el recuerdo sin poderlo compartir con nadie realmente

yo lo entiendo... bien... pude ser ese niño sentado junto al piano y ese joven leyendo la carta con el corazón desconsolado.

Un placer, Marichuy.

mario skan dijo...

Qué niño olvidaría una casa así? repleta de sorpresas y personas misteriosas y magnéticas con el agregado del piano y de una mujer hermosa que baja escaleras ataviada de chiffon, me caigo de espaldas¡¡¡¡¡
Muy bueno el relato Marichuy

[ berna ] dijo...

Pensaba en sensaciones y justo te lei esto. Amo la capacidad de la música de evocar imágenes, emociones, vivencias, experiencias... debe ser por eso que necesito bailarla y asi emanar lo que genera en mi cuando la escucho.
Sin embargo hay algunas melodías que me transmiten una serenidad plena, con las cuales es mejor dejar al oído sea el intermediario entre ella y todo lo que el espíritu pueda percibir, sin las ansias de movimientos. Claro de Luna, para mi, es una de esas melodías, asi como el Nocturno No.2 de Chopin.
En cuánto a la mamá de Verónica, qué afortunada fue ella en su modo de morir.

marichuy dijo...

A todos, les agradezco mucho sus comentarios. No les he contestado como corresponde, por falta de oportunidad. Espero, si la energía eléctrica y mi proveedor de Internet no deciden otra cosa, poder hacerlo esta misma noche.

Besitos

Anónimo dijo...

aaahhhhh, no inventes!!!.. que historia mas bonita =0)
tuve que ir a consultar la referencia de marlene dietrich, porque no sabia como era ella.
que manera mas tragia de morir.. y de vivir, segun parece.

un beso nena!

LUIS TORRES dijo...

Uno de los post mas bellos que te e leido querida, que buen ejercicio ese del recuerdo salpicado de melancolia, si fuera un amigo mas de tu amiga veronica, tenlo por seguro que serian dos los sentados escuchando el solo de piano...


grato leerte por otros sitios,,,

marichuy dijo...

Fernando

Creo que eres demasiado modesto, querido Fernando: tú sabes expresar las sensaciones y lo que es mejor, entender las emociones de otros.

Las brumas del tiempo, espero, siempre nos permitan recordar las emociones de ayer.

Un abrazo y muchas gracias por venir a leerme acá.

marichuy dijo...

Malbi

Gracias. Para compensar tu falta de teclado lo repetiré: gracias por venir acá.

marichuy dijo...

Ivanius

Creo que es cierto eso que "dicen": la música, para algunos, al hacer eco y clic con nuestra caja de resonancia emocional, queda para siempre ligada a un momento, una persona, un sentimiento, una cierta época. Y más tarde, como dice Fernando, aún entre las brumas del tiempo, es posible volver a sentir aquella emoción, ver aquel lugar y mirar a esa persona… su rostro, sus manos deslizándose sobre el teclado de un viejo piano, mientras hasta nuestros oídos llegan las notas del "Claro de luna" o del Chopin más triste de nuestras vidas, como dice Marguerite Duras en “L’amant”.

marichuy dijo...

Jess

Cierto, cuando somos niños nos permitimos la admiración y el arrobo más auténticos, sin miedo a expresarlo. Será que no crecí con mi mamá, pero yo tenía fijación por las madres de mis amigas: a veces casi las envidiaba (a mis amigas) y otras, daba gracias al cielo de vivir con mi abuela y salvarme de ciertas cosillas... jeje.

Un abrazo

marichuy dijo...

Ana

Ojalá pudiéramos abordar más frecuentemente ese tranvía de los recuerdos.

Un abrazo

marichuy dijo...

Cuentista

De esas mamás, en la escuela no me tocó ninguna; pero en mi pueblo sí que eran recurrentes ese tipo de historias, creadas nomás para espantar a los mocosos ingenuos (aunque decían que algunas sí eran ciertas; a saber). Y me encantaban... tanto como me apanicaban.

Saludos y gracias por tu comentario

marichuy dijo...

Virgi

Creo que esa imposibilidad de volver, físicamente, a esos momentos, es lo que nos lleva a escribirlos: para recordarnos -a nosotros mismos- que alguna vez fueron. Y al mismo tiempo, así sea por unos minutos, volver a sentir aquellas emociones dormidas entre las brumas del tiempo -como dice Fer- mientras las escribimos.

Un beso y muchas gracias por leerme... vaya que eres madrugadora, querida.

marichuy dijo...

ANYELYT

Te agradezco la lectura y el comentario.

Saludos

marichuy dijo...

Gab

Lo que es muy bueno es que te lo haya parecido así, mi estimado Gab.

Gracias por venir acá

marichuy dijo...

Mau

Aunque no lo dije expresamente, esa era mi intención: que si gustaban escucharan mientras leían. Qué bueno que hayas disfrutado de las notas de Debussy, mientras leías.

Para algunos de nosotros, las cosas que nos atraen especialmente de ciertas personas, son aquellas en las que en general nadie pone mayor interés. Y sí, eso un motivo de dicha y enriquecimiento para nosotros, pero, casi siempre, llegará a serlo de tristeza cuando caigamos en la cuenta de que hay momentos (sentimientos y personas) que ya no podremos recuperar.

Un beso y gracias

marichuy dijo...

Mario

Esperemos que ninguno, la fantasía a la que puede conducirnos una casa, una familia así, es impagable.

Gracias por venir acá

marichuy dijo...

Berna

Las sensaciones que produce la música, creo, son muy semejantes a las que provoca el ballet (al fin, artes tan hermanadas) .

Huy, mi Nocturno favorito: hermoso, melancólico. A veces, tan triste. Como en ese pasaje de "L'amant", la noche en que la jovencita (me repito) deja para siempre Indochina y del piano del barco que la lleva de regreso a su Patria, se desprenden las notas de ese Nocturno “el Chopin más triste de mi vida”, se dice ella. Ese que lograría que por fin -después de tanto de aguantar dolor, rabia y frustración- pudiera llorar desconsoladamente por la vida que deja, por el Amante de la China del Norte que nunca más volverá ver.

Un abrazo y gracias por leerme acá

marichuy dijo...

Sonis

Gracias por tu apreciación. Huy, la Dietrich, todo un ícono del cine de antaño; pero fíjate que su muerte fue tranquila (a los noventa años); aunque sí, su vida fue intensa. Me atraía tanto su mitificada figura, que cuando empezaba a bloguear hice un post inspirado en ella:

http://melange-marichuy.blogspot.com/2007/10/y-no-fui-una-femme-fatale.html

Un beso

marichuy dijo...

Querido Luis

Gracias por gustar de este relato, sobre la "memoria de los días" y la melancolía.

Te agradezco tu lectura y comentario.

Saludos