Por Pelusa
San Antonio.
Estoy segura de que todos los pasajeros pensamos al verlo entrar que se pondría a decir malos chistes y luego pasaría pidiendo monedas por los asientos, pero no. Se sentó en un asiento solitario junto a la puerta y se quedó muy tranquilo, con la cabeza gacha, conciente de que todas las miradas del vagón estaban fijas en él. Nada se interponía entre nosotros, y yo, escudada por el velo de ‘normalidad’ que me confería mi indumentaria de trabajo (de repente se había vuelto gris ante los brillantes colores de su traje) y venciendo mi ancestral antipatía por estos personajes, pude darme el gusto de mirarlo con detenimiento.
Lo que más me llamó la atención fue el delicado maquillaje que llevaba. Nada de grandes bocas ni narices rojas sobre el tradicional fondo grueso y blanco como la cal. No. La tenue capa que empalidecía su rostro juvenil no hacía más que resaltar una lágrima brillante que había malpintado en su mejilla izquierda, justo debajo del ojo. Pero – ¡sorpresa!- fijándome bien descubrí que aquella lágrima deforme no era tal sino una nota musical perfectamente delineada, y estaba muy lejos de entristecer su expresión.
Tacubaya.
Se abrieron las puertas y subieron unas cuantas personas que no alcanzaron a llenar del todo el vagón. “Señores pasajeros –se escuchó desde el otro extremo-, en esta ocasión les vengo ofreciendo el nuevo disco de… por el módico precio de 10 pesos” y, acto seguido, comenzó a sonar algo de música bailable.
El muchacho, que hasta ese momento no había dejado de examinarse las manos, empezó a moverse suavemente al compás de la música. El pequeño vaivén de su cabeza provocó de inmediato un corrillo de risas ahogadas a su alrededor. Fue entonces que levantó la vista. Miró con atención a quienes le observaban. Probó a extender el movimiento a sus hombros y las risas aumentaron. Nos devolvió un esbozo de sonrisa que vino a iluminarle aún más.
No necesitó palabras. No se levantó de su asiento. No hizo malabares, ni siquiera un gesto exagerado. Todo en él era normal excepto su traje y sólo eso fue suficiente para permitirle quitarse el disfraz de lo cotidiano y, convirtiéndose en reflejo de nuestros deseos inconfesos, romper las ataduras de la realidad. Segundos después aquel muchacho disfrutaba abiertamente de la música y hasta le hacía pequeñas señas a las mujeres invitándolas a bailar mientras marcaba el ritmo con los pies.
Constituyentes.
El vendedor de discos siguió su camino.
El muchacho se perdió puertas afuera entre la multitud.
Nadie se atrevió a ocupar su asiento.
Estoy segura de que todos los pasajeros pensamos al verlo entrar que se pondría a decir malos chistes y luego pasaría pidiendo monedas por los asientos, pero no. Se sentó en un asiento solitario junto a la puerta y se quedó muy tranquilo, con la cabeza gacha, conciente de que todas las miradas del vagón estaban fijas en él. Nada se interponía entre nosotros, y yo, escudada por el velo de ‘normalidad’ que me confería mi indumentaria de trabajo (de repente se había vuelto gris ante los brillantes colores de su traje) y venciendo mi ancestral antipatía por estos personajes, pude darme el gusto de mirarlo con detenimiento.
Lo que más me llamó la atención fue el delicado maquillaje que llevaba. Nada de grandes bocas ni narices rojas sobre el tradicional fondo grueso y blanco como la cal. No. La tenue capa que empalidecía su rostro juvenil no hacía más que resaltar una lágrima brillante que había malpintado en su mejilla izquierda, justo debajo del ojo. Pero – ¡sorpresa!- fijándome bien descubrí que aquella lágrima deforme no era tal sino una nota musical perfectamente delineada, y estaba muy lejos de entristecer su expresión.
Tacubaya.
Se abrieron las puertas y subieron unas cuantas personas que no alcanzaron a llenar del todo el vagón. “Señores pasajeros –se escuchó desde el otro extremo-, en esta ocasión les vengo ofreciendo el nuevo disco de… por el módico precio de 10 pesos” y, acto seguido, comenzó a sonar algo de música bailable.
El muchacho, que hasta ese momento no había dejado de examinarse las manos, empezó a moverse suavemente al compás de la música. El pequeño vaivén de su cabeza provocó de inmediato un corrillo de risas ahogadas a su alrededor. Fue entonces que levantó la vista. Miró con atención a quienes le observaban. Probó a extender el movimiento a sus hombros y las risas aumentaron. Nos devolvió un esbozo de sonrisa que vino a iluminarle aún más.
No necesitó palabras. No se levantó de su asiento. No hizo malabares, ni siquiera un gesto exagerado. Todo en él era normal excepto su traje y sólo eso fue suficiente para permitirle quitarse el disfraz de lo cotidiano y, convirtiéndose en reflejo de nuestros deseos inconfesos, romper las ataduras de la realidad. Segundos después aquel muchacho disfrutaba abiertamente de la música y hasta le hacía pequeñas señas a las mujeres invitándolas a bailar mientras marcaba el ritmo con los pies.
Constituyentes.
El vendedor de discos siguió su camino.
El muchacho se perdió puertas afuera entre la multitud.
Nadie se atrevió a ocupar su asiento.
*San Antonio, Tacubaya y Constituyentes son tres estaciones de la línea número 7 de la red de metro del DF, México.
Agradecimiento especial a nuestra fotografista Sonia por su colaboración con la sugerente imagen: “Un metro de sol”.
Agradecimiento especial a nuestra fotografista Sonia por su colaboración con la sugerente imagen: “Un metro de sol”.
39 comentarios:
Muy buen relato... en un trayecto agradable y musical.
Un abrazo.
Magnífica sorpresa doble en este bello relato, que seguramente evocaré en circunstancias parecidas. Así podré desentonar como diría Libertad: con una sonrisa.
Besos para ambas multitalentosas fotografistas.
De pronto buscaré entre las caras de la gente del metro, su sonrisa, su odio, su alegría. Tantas cosas que habrá que buscar.
Saludos Pelusin.
Pelusita
Siglos ha, que no viajo en Metro (mi ubicación domiciliaria y laboral, me obligan a prescindir de este funcional sistema de transporte) y sin embargo, pude ver y escuchar al vendedor de discos piratas de a 10 pesos, así como vislumbré las sutiles expresiones faciales y corporales, del personaje de nariz roja.
Los sistemas de transporte público, son un caldo de cultivo de tantas historias… tan divergentes y, a veces, fascinantes.
Un beso chilango
Optimista texto en medio de frío y grises acontecimientos. Esa es la ciudad que sorprende a transeúntes, nómadas de cualquier hora para cualquier parte. A esa ciudad la extraño... esa foto resplandece entre rayones sus rayos para "aluzar" el día.
Cuantas veces me ha pasado lo mismo?
Ahora radico en Pachuca, despues de vivir casi toda una vida en el DF.
Pero nunca dejan de existir en donde quiera "personajes" así.
Yo los he visto en un camión, y sí por un momento te olvidas de todo y te dibujan en tu rostro sin ninguna pintura... una sonrisa
Besos!
pos que bien, las versiones saltillenses de estos personajes son por mucho más agresivos y menos alegres, a mi siempre me agarran de victima para sus chistes porque mi disgusto al verlos es más que obvio... solo hay una cosa que odie más que los vendedores o payasos de autobuses (o cualquier transporte publico) y esos son los werkos de secundaria con su música de regueton en las bocinas de sus celulares.
pelusa me encantò el relato de lo cotidiano que apenas si tenemos atisbo alguno de asomarnos y a veces tanto se cuenta que no damos cuenta por autòmatas que uno va andando
pasillos, tuneles, sonidos puertas automàticas, barullo, escaleras... que buena reminiscencia qu emejor que sonita para ilustrar la escena entre estaciòn y trayecto
beso!
:D todo lo que puedes encontrar en un lugar inimaginado :D hehe.... la primera vez que me subi a un metro (que fue hace unos meses atras) igual casi casi me pongo a bailar ahi cuando se subio un señor vendiendo un cd haha :D que cosas!!
saludos
gran relato
que personaje verdad?
un gusto leerte
y recordar la imagen de sonia
me encanta
un abrazo
cuidate
adios.
Como bien dice Marichuy "Los sistemas de transporte público, son un caldo de cultivo de tantas historias", en ocasiones me da por ponerme a tratar de adivinar qué estará pensando tal ó cual persona, porqué se ve tan feliz o tan triste, qué esconde su corazón detrás del maquillaje caro (o barato), tantos "porqués" a los que nunca tendría respuesta certera, tal vez por eso me gusta tanto leer cosas reales o ficticias, para satisfacer mi curiosidad.
Y por cierto, parece que se muchacho de la narración les alegró el día, por eso nadie atrevió a ocupar su asiento, porque sería el centro inmediato de todas las miradas.
Un saludo.
La fotografista se siente halagada por la amable invitacion a participar con la relatista, en realidad fue una sorpresa pero mas que nada un honor.
muchas gracias, me trajiste recuerditos de esa Ciudad tan mia.. o yo de ella, aun no se.
Besitos nena.
Es que es más sano andar por la vida vestido de payaso, que tratar de aparentar "estabilidad"... ¿de quien era aquello de que el humor no es más que la lucha perdida por mantener el equilibrio, o lo estable? No recuerdo... pero si recuerdo esa concentración de personajes urbanos que nos brinda el metro, las historias que se dibujan en la cara, con maquillaje y sin él... y también sé a dónde ibas al bajarte en esa estación, jejejeje. Esas cosas, Pelusita, solo se ven con los ojos del alma. Un beso, grande!!!
Enhorabuena, Pelusilla por esta triunfal entrada al 2010. Me encanta leerte en estas estampas de la vida cotidiana de mi/nuestra ciudad que son, realmente como un espejo *aplausos*. Una gran felicitación para Sonia también, cuya imagen redondea la idea para dejarnos sin palabras. Besos para ambas.
Algunos
somos coleccionistas de tesoros cotidianos
son de especial valor los que retan la cotideaneidad de una ciudad donde lo normal es lo diverso... donde se ha visto todo
un poco de magia y la locura de alguien pueden transformar un día común, un tedioso camino, en un relato como éste.
Me gustó mucho Pelusita, que bueno que lo publicaste.
- - -
Sonia
no puedo dejar de comentar la belleza de tu sol intenso a través de los rayones del hombre
los azules y el amarillo son una combinación hermosa pero difícil... la naturaleza y tú se pusieron de acuerdo.
Besos
Fíjate... vine a leer este post... cuando más necesitaba encontrar un pequeño empujoncito anímico.
:)
Todos, volvemos a sonreír.
Es ley de vida.
Abrazos Pelusa!
Hola! ese evento es un regalo para comenzar bien el dia... el solo hecho de despertar sonrisas de algo tan cotidiano es un bálsamo entre tanto trajin... y más en el metro capitalino...
un enorme abrazo
=)
Emilio:
Muchas gracias por tu comentario.
Si, fue un buen trayecto... y todos los demas también mientras me duró la buena impresión de ese día.
Un saludo!
Ivanius:
Desentonemos, pues!
Me alegra que te gustara la sorpresita...
Besos!
Mi Malque:
Dicen que el que busca... encuentra!
Allí donde estés, seguramente habrá una sonrisa cerca.
Besos
Marichuy:
El metro fue mi transporte casi constante en esos tres años pasados en tu ciudad, y si, tienes razón, son caldo de cultivo...
Es bueno que te haya podido hacer llegar mis impresiones de esa forma.
Un beso!
Lumpempo:
"Optimista texto"... esa frase me tendrá alegre toda la semana. Gracias!
Se extraña esa ciudad, es cierto. Mientras más lejos estamos en tiempo y espacio, más relucen sus 'extrañables' lugares, eventos...
Saludos!
Lulu:
La verdad es que yo detesto estos personajes y pocas veces lograron arrancarme la sonrisa. Sin embargo, esta ocasion fue especial...
GRacias por tu comentario!
Grifit:
Como le decía a Lulu, yo también los detesto, pero este personaje era un pasajero más, no iba haciendo sus payasadas para obtener monedas.
Y también aprendí a no-soportar esos audifonos de alto volumen, como no!
Un saludo!
Jolie:
Es cierto, a veces hacen falta este tipo de espejos para salir un poco de esa condición de autómatas en la que vivimos.
Qué bien que te gustó el relato!
Besos!
Sonrisa:
De eso se trata, justamente. Este personaje sí se puso a bailar!
Saludos!
Alejandro:
Si, un personaje inolvidable!
La foto de Sonia resultó ser un excelente acompañante!
Un abrazo!
HellForger:
Yo creo que nadie se atrevió a ocupar su asiento porque su presencia resultaba tan vital para nosotros que, al irse, aún quedaba su 'aura' llenando aquel sitio.
Saludos! y gracias por el comentario.
Sonia:
Mil gracias por acceder a arriesgarte en esto conmigo.
No imagino mejor acompañante para este texto que tu imagen!
Besos!
Marita:
Yo creo que sería hasta más sano darnos cuenta de que cualquier vestimenta no es más que un disfraz... Entonces el mundo sería indudablemente más alegre!
Mi corazón anda por esos lares de vez en cuando!
Besos
Palomita:
Gracias!
Me alegra mucho que te haya gustado la anécdota.
Este personaje era, como bien dices, el espejo de todas nuestras almas en aquel momento. Ojala encontráramos estos reflejos mas a menudo!
Besos!
Mau:
La magia, en este caso, tuvo que recorrer un largo camino desde su nacimiento, aquel momento en el metro, hubo de esperar un par de años antes de volverse letra, encontrar su complemento en el obturador de nuestra Soni en la otra punta del mundo y hasta anduvo tonteando un poco contigo antes de condensarse en esta entrada…Solo asi, amigo, es que se hace la magia!
Gracias por darme luz verde con esta idea diferente!
Un beso!
Jess:
Este comentario me sube los animos también a mi!
Un abrazo sonriente!
Ana:
Por eso son tan de agradecer momentos como ese!
Que la alegria te acompañe no solo hoy, sino toda la semana!
Saludos!
Imágenes de todos los días éstas que nos relatas. Imágenes que se podrían perder sin el registro impactante de una buena fotografista, de la que yo desconocía tan buena pluma. Saludos.
Je, me halagas Canalla por lo de buena fotografista, y aun mas por lo de buena pluma... Pero en algo si te doy toda la razón: imagenes como esta hay muchas que se pierden a diario y que nos pueden dar buenas razones para alegrar la vida!
Un beso!
Muy buen relato. Pronto subiré a mi blog uno de temática similar que escribí hace un tiempo. Saludos.
Hola Mariano.
Gracias por tu comentario y las buenas palabras.
Esperamos tener el gusto de leer el tuyo.
Un saludo
In your honour and in the honour of wall the Writwrs and Poets, I published an ilustration.
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