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04 enero 2010

El huerto prodigioso

Por Canalla



Compartirles esto viene a cuento, porque recordé que mi abuelo decía que la razón hace renunciar a las dos primeras virtudes teologales, pero ignorar la tercera es como matar el espíritu. Veinte siglos de cultura judeocristiana se encargaron de ocultar su significado. Buda, con mayor éxito, la llamó compasión.




Para una familia con siete hijos, la casa de mis abuelos paternos no era grande. Entrando por la puerta principal un pasillo llevaba, a mano izquierda, a un espacio suficiente para una sala cómoda, una coqueta y un piano de pared. Casi enseguida, la habitación de mis abuelos, y después la recámara de mi única tía. A mano derecha, un enorme comedor, y luego la cocina dividida en dos secciones. Al fondo las otras dos habitaciones, donde mi padre y sus hermanos reñían con frecuencia por camas y armarios, el ambiente envuelto en el macizo aroma que desprenden por años las resinas del oyamel y el encino rojo, un ligero toque a azahar. Construida casi por completo en una planta, una estrecha escalera anunciaba la ruta al único cuarto levantado sobre la azotea, que llamábamos el cuartito, donde el viejo solía ocuparse de las cuentas, a veces, y de fumar escondido de la abuela, siempre.
El huerto sí era inmenso. Decenas y decenas de mangos y guayabos de las más diversas variedades, bajo cuya sombra el clima cálido -ni seco ni muy húmedo- se disfrutaba con delicia todo el año. Naranjales, limonares, árboles de lima y limón real, aguacates, higos y granadas, y el cafeto que siempre estuvo a punto de extinguirse y florecía de nuevo de un modo milagroso. A una orilla, las nochebuenas que aún brotan dos veces al año, sus límites circundados por jacarandas que trepaban firmes a lo largo y ancho de las bardas. Más de una de las que todavía sobreviven las transplanté yo. Ese rincón parecía abonar al crecimiento de la simiente más magra y débil que plantáramos, aún si no recibía un solo riego en las épocas sin lluvia.
La recámara de los abuelos daba al pequeño jardín donde, ordenado y minucioso como todo lo que hacía, el viejo sembró sólo rosales rojos y blancos y aves del paraíso. Las preferidas de mi abuela, que todas las mañanas abría su ventanal para mirarlas, antes de abandonar la cama. Los rosales estaban dispuestos y se podaban de forma que ninguno sobresaliera, con una armonía perfecta, simétrica pero simplona. Contrastaban con el resto del huerto, donde todo lo demás crecía a su entero albedrío, o se sobreponía con éxito a sus constantes intentos por civilizarlo. Las hojas caían una a una todo el día, hasta formar una mullida alfombra que nunca lograba rasurar por completo.
Solo colocar un petate, y tirado abandonarse a constatar la trayectoria de los destellos solares por horas; imaginar un imprevisto cambio en su dirección, con la vista dirigida a las ramas, al tupido follaje de un árbol de guayaba capuchina. Con suerte, más de alguna hoja seca caía produciendo con su inercia ese efecto, por instantes que solían ser eternos mientras, a lo lejos, el chirrido del humus al subir la temperatura, alertaba a las primeras lagartijas.
Al poniente, el establito, que ya desde que era niño se fue vaciando de vacas y caballos para dejar espacio a puercos y gallinas. Mi abuelo sólo conservó dos criollos: el que con ochenta años cumplidos todavía montaba, la espalda recta por completo, y el que empleó al enseñarme a cabalgar, después que le presumí mis calificaciones al fin de sexto de primaria. Como todos sus nietos más pequeños, yo gozaba de algunos -quizá muchos- privilegios.
Al norte se encontraba la nueva casa, independiente de la primera por completo, hasta la que mis tíos emigraron conforme crecieron, uno a uno. Eran tres recámaras con baños propios. Y luego la biblioteca, cuyo acervo no era numeroso, pero sí completo. A su temprana formación afrancesada, cursi pero comprensible en la época de sus padres, mi abuelo se ocupó de agregar nuevos autores. Filósofos, muchos ingleses y alemanes. Humanistas y literatos, italianos y franceses, y uno que otro español, siempre poeta. Tal vez no llegaba a sumar mil libros. Pero muchos de ellos fueron los que en ese entonces leí, y casi los únicos que todavía releo con esperanza de descubrir nuevas aristas.
Acrecentó su biblioteca de un modo inverso al del desarrollo evolutivo del pensamiento, cosa no inusual en su época: en su juventud fue un anarquista confeso que simpatizó más allá de las palabras con la república española. Luego de un comunismo efímero, emigró lento pero seguro al libre pensamiento moderado y católico de mi abuela, a la que adoraba por sobre todo lo demás.
Más allá, los campos de labranza y otro establo, donde antes de amanecer terminaba la ordeña; volvíamos con la leche tibia y espumosa reposando en los botes, e intentábamos dormir un poco más hasta escuchar los gritos de la abuela; enjuagábamos nuestras caras, nos lavábamos las manos y esperábamos el plato -uchepos y corundas-; salsa roja con chile de árbol, crema y queso frescos, y a darnos el festín, entre el olor dulzón del café hervido en olla de barro sobre leña, confundido con el de penetrantes conservas caseras.
Llegué a tomar un azadón o la hoz, pero mi abuelo había decidido que sólo conocería lo mínimo indispensable del campo y sus afanes, por si algún día me interesaba y quería ayudar, como si fuera a vivirme tanto, o yo a crecer en una sola noche. Parte de su enseñanza consistió en hacerme leer libros de polinización y apicultura escritos en un castellano soso y chocante dirigido a adolescentes que, cuando él se retiraba a sus labores yo pronto abandonaba.
Los sustituía por otros, de las decenas de libros con las aventuras de Emilio Salgari que mi padre había dejado en su cama hacía siglos, y yo desempolvé mucho después para adentrarme en las tribulaciones de Sandokan por Lady Mariana Guillok; de Yáñez, su mejor amigo, y de Tremal Naik y Kammamuri, entre otros muchos sueños surgidos de aquél veronés que sólo de forma incidental navegó.
Esa fue la principal razón de nuestro mutuo apego. Mi abuelo y yo nos compenetramos, no como resultado de su capacidad afectiva -real pero tímida al exhibirse- sino por amor incondicional a los libros. Cuando los compartió conmigo lo sentí más cerca que nunca.
Tan cercano como el recuerdo de la vez que conversamos sin que las ideas comenzaran, si no a distanciarnos, sí a diferenciarnos, aunque siempre con mutuo y sincero respeto.
Años después, sentados en el sillón mientras disfrutábamos la lectura de Verlaine y de Sartre -si con el segundo esto es posible-, me preguntó en qué tanto pensaba. Para él no pasó inadvertida la preocupación que se había apoderado de mí una semana antes y desde entonces creció, sigilosa y prudente por la mañana cuando salía mas temprano que de costumbre al huerto, segura y arrogante por las tardes y casi demencial de noche, entre lecturas que por entonces no hacían sino incrementar mi ansiedad.
Yo, que hubiera preferido no escucharlo ni responderle, sin levantar la vista debí respirar hondo para librarme del enunciado completo sin arrepentirme.
- En nada, pero hace ya una semana sospecho que Dios es como los Reyes Magos.
- ¿Y como es eso?, reviró un poco distraído todavía en una edición española de Antaño y Hogaño.
- Que no existe más que como deseo.
El silencio siguiente fue, por decir lo menos, sepulcral. No había reunido todavía el valor suficiente para voltear a verlo, pero aún ahora puedo imaginar de forma vívida su expresión de asombro y desasosiego, de penosa incomodidad ante un hecho al parecer incontrovertible.
- Nomás no le digas a tu abuela, o te saca a escobazos antes de la merienda.
Su mirada era cómplice y había rejuvenecido quince años -los mismos que yo tenía por aquél entonces-, cuando al fin pude verlo a los ojos.



24 comentarios:

emilio dijo...

Hermoso relato.

Un saludo.

la MaLquEridA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
la MaLquEridA dijo...

Me hiciste recordar los días infantiles, vividos en la casa apterna, era grande, epro no tanto como la de tu abuelo y si, eran gans de acostarse y mirar el cielo, las nubes, las hojas... épocas inolvidables.

Mi padre también leía a Emilio Salgari, aunque a mi nunca me llamó la atención.

Y tal vez debí leer primero esto, antes de comentar en tu blog, ahora entiendo todo, lo siento.


saludos afectuosos.

jess dijo...

-"si con el segundo esto es posible-" jajajajaja!!! :D

Yo sí creo en la magia, en cualquiera de sus presentaciones, ya lo decía Richard Bach "No somos polvo, sino magia." ;)

Máxime de alguien que creció en ese hermosísimo paraíso perdido, sería imposible dejar de creer en los Reyes Magos, si por las noches las tres estrellas pegadas en el manto estelar debían brillar maravillosamente. ;)

Un abrazote!
Genial manera de iniciar el 2010!

jess dijo...

Por cierto, esa comida michoacana, yomi yomi, eres cruel.... en pleno inicio de Enero... huyendo de la báscula... shu, shu!

jiji, ora sí me despido!
Lindo inicio de semana, de año y de década!

QUANTUM dijo...

MARAVILLOSO


Canalla, esta lectura a manera de cuento para antes de dormir ha sido maravillosa.

Cuando opino sobre un post no me dejo influenciar por los anteriores que ha hecho el mismo autor, sean buenos o no tan buenos, procurando así no caer en la adulación ni en el prejuicio. Entonces me nace expresar lo que me hace sentir un post.

Cuando terminé de leer, debo confesar que iba a exponerle mi discrepancia, pero después advertí que su texto no era el de una lectura ordinaria. En este bello post cabe la posibilidad de leer en lo no dicho.

Desconozco si a usted, Canalla, le resulte fácil escribir. Creo que cuando las personas se procuran su propio equilibrio, de ellos se les puede ver fluir. En este cuento, considero, de principio a fin, fue el de una pluma extraordinaria.

La actitud del abuelo en respuesta al joven que le expresaba su perspectiva ha sido, para mí, un gran final de esta lectura.

Un cuento para antes de dormir. Gracias !!
Canalla disfrute del sueño.

marichuy dijo...

Canalla

Ayer te leí, pero el déjà vu fue tal, que me abstuve. Tu abuelo, qué hombre caray. Debiste presentármelo; me habría enamorado de él en un dos por tres (con perdón de Dios, jeje) ¿Y si le pido uno parecido a los Reyes Magos (al fin que ambos -mi fantasía y la existencia de los Magos de Oriente- existen en la misma dimensión: la del deseo)?

Un beso

Un beso

MauVenom dijo...

Me di cuenta que los Reyes Magos eran una falsedad desde siempre

con Dios, desgraciadamente, me tomó más tiempo... pero me escudo en que el mito está mucho mejor armado

aún así a mis veintipocos el misterio no lo era más.

Envidié tus desayunos y los árboles, la lejanía y tu mundo de elementos coloridos o crudos

me hiciste añorar las alianzas del pasado y preguntarme cómo es que en las familias los caminos pueden ser tan diferentes y no volver a encontrarse nunca

en fin, como siempre mi inmadura costumbre de disfrutar un texto y después usarlo como espejo deforme.

Gracias por compartir esto.

Abrazo

Ivanius dijo...

Lo único que vino a mi mente después de aplaudir este texto memorioso y memorable fue la mirada igualmente cómplice pero de otro abuelo para otro nieto. Gracias por eso. Un abrazo.

Canalla dijo...

emilio: Muy agradecido. Un saludo también.

Canalla dijo...

la MaLquEridA: Recordar no siempre es vivir, pero quita el frío. Perdón... ¡porqué? Saludos.

Canalla dijo...

jess: ¿Quien es ese Bach, el de la flores? A mí me regalaron una y sólo estornudé... :( Tomaré tus buenos deseos como augurios. Un beso con Arnoldi derretido... yomi, yomi.

Canalla dijo...

QUANTUM: No puedo menos que expresar mi agradecimiento por sus palabras, tan inmerecidas, y su generosidad. Supongo que gozo de cierta facilidad al escribir de mí, cosa que por otra parte, es harto infrecuente. Gracias.

Canalla dijo...

marichuy: No te lo recomiendo: mi abuela te sacaría también a escobazos. Pero si te sirven unos pocos genes recesivos suyos... Un beso.

Canalla dijo...

MauVenom: Es la historia de todas las famlias, la de una diáspora hacia el centro de uno mismo. "Si no somos espejos, si no nos reconocemos en ellos, no somos", dicen que dijo André Bretón. Un fuerte abrazo.

Canalla dijo...

Ivanius: Ando memorioso de cosas memorables... ¿y a poco no se pone la piel chinita al recordarlo? Abrazote.

Mara Jiménez dijo...

Es que aveces el precio de crecer y debutar en la adultez es ese... dejar de creer en la magia, en lo abstracto, depués viene el desencanto y la insolencia producto del mismo, pero un día, Canallita, un buen día, uno se decsubre mago, y aprende las pócimas y conbjuros necesarios para volver a sonreir... aunque sea para burlarse de uno mismo.
Besos nuevoañeros.

Canalla dijo...

Mara: Por eso no hay que dejar que la adultez debute en nosotros :)
Un buen año, y mejores retos.

Anónimo dijo...

un poco tarde pero espero leas que me necanto tu relato...
que hermos paseo por la casa de tus abuelos, esa cas donde solo se respira tranquilidad y añoranza por los tiempos vividos...
que delicia disfrutar del paseo y de poder admirar esos rosales de tu abuela...
muchas gracias por compartir...
y un enorme abrazo por el año que inicia
=)

Canalla dijo...

Ana: Espero que leas que me encantó que te encantara. Mi mejor deseo de que disfrutes este nuevo año =)

Jo dijo...

el mundo gira tan rápido y ahora con pena y asombro me traslado a esos momentos cuando vivía mi abuelo con tu relato haz desatado aquello que añoro.
su compañia y sus guiños cómplices y sus historias...
cuando me hablaba de medallas, mares conquistados y selvas espesas en medio de el huerto de su casa
con el tiempo lo vi con paso cansado con dolor de espalda y pecas en sus manos y el siempre decía eso "juventud es culpar a los padres de todo, madurez es culpar a las nuevas generaciones por todo" cuando una vez en unos reyes magos yo le regalé un reloj al que el le llamó supersónico y es asi como aseveró entender que el mundo evolucionó y que el siguio igual pero sus deseos y sueños siguieron

es oficial creo que te amo canalla

Canalla dijo...

Yo también pero, como podrás darte cuenta, también soy un poco lento.

Pelusa dijo...

Canalla:

No te miento si afirmo que este es uno de los relatos mas hermosos que he leido en mucho mucho tiempo.
Te juro que yo tambien estuve alli!

Besos admirados.

Canalla dijo...

Ayyy, Pelusa. Poquito más y no me entero de tu siempre grata visita. ¡Muchas gracias por venir a compartirlo! Saludos.