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28 diciembre 2009

Entre mas cambian las cosas, mas siguen igual...

Por Sonia.











Fotografias de los árboles enfrente de mi ventana a lo largo de este año.


Ahora que termina el año y empieza uno nuevo quise compartir con ustedes estas fotografías que me hicieron reflexionar que aunque el tiempo pasa para nosotros, para algunas cosas es intemporal.



Con mis mejores deseos...

24 diciembre 2009

Sin deuda



Por MauVenom



El sonido del papel deslizándose bajo la puerta llamó la atención de Alma, se acercó para descubrir un librillo brillante con una “M” clásica en la portada, lo había olvidado, algo antes tan esperado pasaba casi inadvertido; el Catálogo de Melancolía edición fin de año, lo tomó con el cuidado que se tiene a las cosas alguna vez importantes y lo llevó a la mesa para hojearlo. 365 Imágenes de su vida en los últimos 12 meses, unas sencillas como accesorios otras para envolverse en ellas y a pagar en décadas, Alma sonrió mordaz recordando adquisiciones de temporadas pasadas, sintió por un segundo la tentación de adueñarse de al menos uno de esos nuevos recuerdos que le eran ofrecidos entre páginas, había distintos momentos a diferentes precios que podría usar el resto de sus días.

Pero esta vez fue distinto.

Cerró el volumen y pensativa se levantó camino a la recámara, abrió el closet y revisó el sitio donde solían estar colgados los recuerdos de invierno, luego arriba donde deberían estar las memorias de verano, no quedaba casi nada. Abrió el cajón de los amores inconclusos para encontrarlo vacío, así el baúl de los rencores de familia, incluso la gaveta de años jóvenes albergaba poco, con la inquietud de haber olvidado algo bajó a la cocina y hurgó en el estante de los dolores insuperables pero no había más que utensilios, entró entonces al sótano que encontró iluminado por el brillo de la ventana, olía a limpio, nada quedó del almacén de episodios inconfesables.

Sin deuda el estado de cuenta de la historia, su última adquisición, el Entendimiento, había sido la mejor compra y al término de su pago le fue enviada la Aceptación.

Llamó a la tienda.

-Quisiera saber si tienen algo así como un catálogo de nuevas experiencias... lo que enviaron ya no es lo que necesito.

-Se lo hemos enviado otros años pero nadie lo recibe.

-Pues ahora lo quiero.

-Bien. Esta vez abra la puerta.


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21 diciembre 2009

Juegos de Niños


"Todos ríen, la gallina Gira y atrapa al que pilla" Jolie
La gallina ciega (boceto), 41 x 44 cm Francisco de Goya 
1788 y 1792


La gallina ciega
1788 - 1789
Lienzo. 2,69 x 3,50
Museo del Prado, Madrid.




Quién entienda estas letras
qué dibuje una corneta

Quién descifre los enigmas
le tatuaremos un estigma

Quién no duerma en enero
qué pruebe amar primero

Quién no entienda el amor
qué se arme de un buen juego


17 diciembre 2009

Cuando vienes a mi mente.


Por Jess

Nota de la autora: Una disculpa a quienes llevan la hilación de mis historias concatenadas entre sí, por motivos decembrinos este mes publicaré un soneto que mi profesor de Taller de comunicación nos encargó en bachillerato.

Cuando vienes a mi mente
y recuerdo tu alegría,
viene a mí melancolía
que entristece mi semblante.

Y me acuerdo de momentos
que en mi vida ya pasaron,
todos ellos se albergaron
en mí a pesar de los vientos.

Te gustaba comenzar
los momentos de pasión,
que estremecen la canción
de mi ser al recordar.

Me gustaba imaginar
tu vida junto a mi vida,
y me sentía un rato ida
mientras soñaba al pensar.

Ahora miro a la gente
que a mi lado veo pasar,
mientras yo intento olvidar
Cuando vienes a mi mente.

14 diciembre 2009

Volar




Por Mara Jiménez

Siempre que viajo en avión, pareciera que la altura cobra un precio sobre mi conciencia. La mayoría de las veces voy hacia mi destino alerta y muy analítica; tanto que en ocasiones he pensado en el plan de dopaje recomendado por varios amigos tripfóbicos, consistente en un antihistamínico y una botellita de vino tinto de 250 ml… pero no… siempre termino aguantando a pulmón el despegue y el arribo. Debe ser porque de momento no me siento mal, y no me doy cuenta de lo desordenados que se ponen mis sentidos y mi cabeza. Eso me pasó hace poco al aterrizar en Dallas FT, que debe de ser uno de los aeropuertos más grandes del mundo. Ya de por sí, el sólo acercamiento a la ciudad en esa vista de maqueta me dio la certeza de estar observando el mismo paisaje que inspirara a Tim Burton para el primer paneo de cámara en “Edward Scissor Hands”, y en seguida la idea de tanto orden y perfección me hicieron invocar un poco del caos de chilangolandia. No tenía idea de que el caos podía ser tan sutil como el que iba a presenciar un rato después.

La promesa de estar 3 horas por conexión en un aeropuerto, lejos de asustarme me hicieron planear un ejercicio exhaustivo de mi poder de consumo y una inmersión total en el mundo frívolo de la superficialidad, así que apenas aterricé en la terminal D, pregunté a qué hora y en dónde tenía que abordar mi próximo vuelo, solicité un mapa, descifré la incipiente ruta del sky line o trenecito gracioso que te lleva por todo el aeropuerto, y comencé a explorar las tiendas con un inquieto bolsillo que daba machicuepas por vomitar su verde contenido.

El primer encontronazo con el mundo real fue un aviso de hambre por parte de mi inoportuno estómago, que me hizo enfrentarme a los primeros patios de fast food que últimamente han dado por producirme un efecto contrario al hambre, así que, mapa en mano, me dirigí a la terminal C a buscar una promisoria cafetería que en se llamaba “fresh no-sé-que”, con la ingenua intención de comer algo fresco… en un aeropuerto… en Dallas (!!!) El resultado de dicho expedición fue una manzana fría, casi congelada, y un gusto de desencanto en la boca. Entonces, caminé sin rumbo, con esa expresión de turista anónimo que tenemos todos guardada para estos casos.

Tan asumido estaba el personaje, que no escuché cuando anunciaron la llegada del vuelo, ni noté el silencio que se hizo de pronto, ni entendí unos minutos después la atmósfera enrarecida que como una neblina soporífera parecía rodearnos a todos. Descubrí los motivos con solo dirigir la mirada al mismo lugar donde todos miraban. De una de las salas emergían los soldados, con su uniforme color arena, con los rostros algo quemados por el sol, con las botas altas e incómodas, boleadas pero gastadas, con los ojos mirando al frente pero la expresión llena de arena, con las manos limpias pero algo salpicadas de sangre y lodo, con las cabezas casi rapadas, pero los pensamientos enmarañados y traslúcidos, llenos de horrores de hombres vencedores y vencidos; en sus espaldas cargaban mochilas, pero llevaban también miles de años de historia de un pueblo remoto del que hasta hace poco no sabían ni pronunciar el nombre; atado en el sambrán, les colgaban recuerdos indelebles y una cadena interminable de dudas a algunos y de negaciones a otros. Salían caminando, pero al final marchaban fuera del avión en el ejercicio interminable de su disciplina militar. Mi garganta se cerró. No más manzana… “Estoy en un país en guerra, esto es un país en guerra…” me repetía esa consciencia insoportable.

Cuando pensaba que los ojos no arrasarían y que la impresión inicial del silencio había sido superada, salieron del avión ellas. Ellas como yo, pero con uniforme color arena; ellas como yo, pero con el pelo escondido o atado como si de una frivolidad se tratara; ellas como yo, sin ojos verdes ni azules, pero de miradas tristes y de cien años más viejas; ellas como yo, con caderas y cuerpos de mujeres de estas tierras, librando una guerra que no les pertenecía por el simple hecho de redimirse ante la vida prestada que viven allá. Una de ellas cruzó su mirada con la mía, traté de sonreír y ella hizo lo propio, devolviéndome una mueca mal ensayada, como si nunca hubiera aprendido a sonreír. Se alejaron en silencio. Desaparecieron en medio de un remolino de arena. La sala C volvió a tomar su ritmo en unos segundos, y solemnidad fue pisoteada por un altavoz que me anunciaba que debía volver a la sala D.

Compré un libro para mi hija. Llamé a mi amiga que vive en Israel y le dije que la quería y la extrañaba. Tomé el avión rumbo a mi destino final. Lloré en silencio.

El próximo viaje aplicaré el antihistamínico con vino tinto.

TX, USA, Nov 2009.

imagen que acompaña:DFW Airport Skylink Map

10 diciembre 2009

Había una vez...




Princesa presa,
caballero que avista
trenza de cuento.

Haiku: Ivanius
Imagen tomada en Barcelona, España. (2009)
©diariodelapelusa.blogspot.com/2009

07 diciembre 2009

Tercera Llamada





por Ivanius

Vienen a buscar un turno

los colores y las luces, los aromas y las voces,

los clamores, los miedos, los sudores,

los oficios con y sin beneficio.


Los sentidos se encienden desde dentro;

las emociones se vierten hacia afuera.


Tras bambalinas, el circo ya está listo

para emprender la marcha y la tarea

en pos de la enigmática alegría,

de los ojos abiertos por asombro,

de algún ocasional suspiro colectivo,

de lágrimas liberadoras y benéficas.


Toma de aliento y pausa.


Los actores esperan;
un reflector alumbra al maestro de ceremonias.


Los payasos también saben que la función es a muerte.

Vayamos pues, por sonrisas y victorias.


"Tercera Llamada". Poema de Ivanius. Texto: © ChanchoPensante.com.
Foto de Clemens Pfeiffer: Dralion, espectáculo del Cirque du Soleil en Viena, 2004.

03 diciembre 2009

Torcido



Por Canalla

El hombre está tirado en el rincón de la bodega donde lo dejan dormir, entre paquetes de papel periódico y cartón que ocultan su cuerpo abandonado al ocio y la resaca sobre una colchoneta. Podría sudar todo el aguardiente cargando unos bultos. Pero sigue recostado y guarda para la tarde sus fuerzas, cuando podrá asir con las manos, todavía temblorosas esa mañana, a la mujer que lo recibirá con un nuevo banquete, rico y abundante como al entregarse hasta estar, si no satisfecha, segura de que obtuvo lo más posible.
Aparta la botella y agradece que el ruido de los otros basureros, al pesar los atados antes de subirlos al camión, se estrelle contra su compacta muralla. Y por horas continúa en la contemplación de las láminas de asbesto, interrumpido por la pequeña que se cuela entre la rendija de su fortaleza con gordas de chicharrón. Toma una, le extiende una moneda y acaricia su cuello, la hace chillar, reír nerviosa y sonrojarse; la chiquilla se incorpora y a toda prisa escapa, mientras él la ve alejarse un tanto contrariado.
De repente, nunca sabe cómo, la compara con la pelirroja que los jueves lo espera calles arriba, con el rostro húmedo y caliente, envuelta en la bata azul y afelpada que contrasta con el blanco de su piel suave y pecosa; sus abultados pechos, a lo largo de los cuales ha visto escurrir las gotas de agua que caen de su preciosa cabellera. Termina su evocación con la misma lentitud que come, e intenta retenerla el mayor tiempo posible en su mente masticando despacio. Después se toma un último trago.
Al mediodía se levanta y sale al traspatio. Entra al chorro de agua helada y enjabona sus recovecos y extremidades, los enjuaga. Cepilla sus dientes como ella le enseñó. Se viste con el pantalón, la camisa y los zapatos que reserva para ese día pues a la mujer le gusta verlo limpio, y para él es importante desde entonces agradarla. Esto le asegura un mayor placer y prolonga su estadía; además de la comida, ahora le regala dinero y cosas que no usa, pero puede cambiar por alcohol con tenderos.
Si está con la pequeña no deja de pensar en la pelirroja y con ésta, aquélla parece rondar sus vidas. Intercambian seguido sus papeles para hacer más agradable su sueño, y eso lo hace sentirse afortunado de conocerlas. La niña es hija de la mujer que le vendía antojos afuera de la bodega cuando llegó a trabajar ahí. Un tiempo le fió, y llegó a acompañarlo algunas noches frías del año anterior hasta que regresó su marido y no volvió a visitarlo, sólo la chiquilla que le lleva qué almorzar.
Ella se despertó veinte minutos antes de lo usual, revisó el calentador, acarició el líquido tibio y demoró debajo hasta arrugar sus dedos. Calzó pantuflas y se puso un conjunto de deporte para bajar, preparar el desayuno, servirlo y despedir a sus hijos. Ya en la puerta, distinguió a lo lejos al hombre que se los lleva hasta la mañana del domingo e intentó un saludo, regresó a la cama y terminó de secar su pelo, sin peinarlo ni decidir si volver a la ducha más tarde. Ajustó la alarma, durmió otras tres horas y se paró a guisar.
En sus sueños aparecen criaturas mitológicas de sus lecturas infantiles, y embarcaciones muy estropeadas que, sin embargo, la hacen sentirse aliviada, y se cree un poco estúpida por fantasear con centauros que la montan y sodomizan mientras jadea sudorosa; faunos que lengüetean sus pezones; sirenas que la devoran y regurgitan con desquiciante calma antes de liberarla fatigadas. Ella empieza a correr hasta el puerto, sube a una de aquéllas naves que la llevan a la playa y despierta, siempre al desembarcar.
Pero al verter los ingredientes del mole en una olla, rememora que previo a despabilarse logró andar por unos segundos el medano; la emociona saberse próxima a descubrir qué hay detrás e imagina un tesoro enterrado. Grandes monedas, y alhajas de los colores que más le gustan. Una sensación acompañada por el disfrute, al través de un caleidoscopio, de haces de luz; de la paz definitiva que adivina extasiada al volver en sí, porque al final de ese túnel todo se torna grato, placentero justo cuando ella deja de existir.
Esa anticipación al vacío no la atemoriza en absoluto y, por el contrario, es su anhelo de una forma de orden, que a un tiempo detesta y le atrae sin siquiera explicarse la razón de ese sentimiento ambiguo, ni creer necesario hacerlo. En el colegio de monjas, donde sus estudios consumieron nueve años de su vida antes de casarse, o en la capilla visitada por sus padres los domingos, se respiraba esa misma paz. Similar a cuando la dejaron ver al abuelo dentro del féretro, risueño, con un tufo perfumado.
Del lado de la sombra, el hombre sube la cuesta poco a poco para evitar la transpiración; dedica el tiempo a recapitular sus visiones donde ambas se entremezclan y confunden, y cuando encadena el triciclo sobre la banqueta ella ha abierto el cancel, y dejado un bulto junto a la puerta entrecerrada que él no recoge. Tan pronto se percata de que nadie lo ve, entra y se cerciora de que la música esté puesta. Y con mayor confianza atraviesa la sala sin demorarse a ver cuadros, muebles u objetos.
La sorprende vuelta de espaldas. Vestida tan sólo con la misma bata azul, y descalza. Se aproxima hasta que con su aliento escapa una fina capa de vaho hacia su peineta. La jala con torpeza antes de meter la mano debajo y, al sentir suficiente humedad, un dedo en la vagina, que moja y después lame entre las risotadas de ella, que con gemidos y groserías mal aplicadas al caso se mueve y abre las piernas, sin dejar de repetirlas. Aunque intente callarla con bofetadas que le marcan la cara.
Lo deja hacer, y de un solo movimiento la desnuda y tira en la alfombra a la altura de su verga, que ella acaricia con delicadeza antes de sujetar, los testículos con una mano, y la otra la introduce en su boca, que empieza a succionar con parsimonia. Luego repasa sus senos y los labios de su clítoris, los glúteos de él. Lo chupa con mayor velocidad. Repite la rutina una y otra vez, cada una más álgida que la pasada hasta que la levanta en vilo y la penetra.
Le grita que no se detenga, que la lleve de la mano hasta el cofre onírico que contiene el oro. Que lo abra y la aproxime al clímax, pero no alcanza a vislumbrarlo; tarda, como el chirrido exasperante de un tren que se escucha y resulta imposible ver desde el andén de su cuerpo. Se imagina rodeada de los otros, que antes la poseyeron, sin tener en realidad otra cosa que su pasajera, incierta compañía, aguardando paciente a abordar, arrepentida de que la desearan tanto cuando ella buscaba mucho menos.
Sentado en el sillón lame su cuello y lo atenaza, al sentir el espasmo y la contracción del esfínter. La tiene a punto de la asfixia cuando solloza descontrolada con el lloriqueo que primero lo desconcertaba, y ahora le causa gracia. De pronto detiene la estrangulación y recuerda a la niña. Las manchas de mugre y el sudor que en época calurosa resbala a sus tetillas y él alcanza a ver, cuando agachada le ofrece una gorda e intenta apartarlo, y casi vuelve a ver su expresión y olerle el miedo, un aroma que la pelirroja no puede destilar.
Terminan y ella lo besa, lo lleva al sofá y masajea su espalda. Todavía emite un suspiro, de vez en cuando; le propone descansar y prepara unos tragos. Él fuma. Y los siguientes minutos son los que más disfruta. Luego lo llama a sentarse a la mesa, todavía desnuda, y le sirve comida hasta hartarlo. Por ratos, siente su cabello rozarlo desde atrás. Como la gata que lame al amo sus zarpazos.
Al tiempo de engullir el primer bocado, le agrada contemplar la foto enmarcada sobre la barra del comedor. Se pregunta si ella les prodigará al par de rubiecitos la misma ternura con que lo trata cada semana. Los dos posan sonrientes, tan hermosos como su madre al lado del hombre que los mira seguro de sí mismo. Para él, que no conoció a su padre, es difícil imaginar al adulto dentro de esa amplia casa. Y lo visualiza lejano. Trabajando, a diario, para asegurarles todo lo que ellos gozan ahí.
Esa es una de esas tardes en que le rogará quedarse un rato más después de comer. Y sin que le disguste, él la aprovechará para tomar unos tragos, fumar yerba y aguardar calmo a que la digestión le permita volver a fornicarla. Se ofrecerán uno al otro sus cuerpos, su ansiedad para apagarla, y él obtendrá alguna ventaja adicional: el suéter casi nuevo; otro pantalón o los zapatos que le gustaron el día que lo hicieron arriba; el reloj o, tal vez, un par de billetes que eviten malbaratarlo.
Tiene presente en todo momento, sin embargo, que no debe excederse. Varias veces ella ha estado cerca de conseguir que él no retrocediera, y la ha debido abofetear para que se reanimara y saliera de ese trance. Como cuando blasfema y casi parece que saca espuma por la boca. Se cuida de que tenga siempre algo de aire. Ignora sus gestos de molestia, si la suelta, y suple esa necesidad con otra clase de maltrato que a final de cuentas, aunque a regañadientes, también termina por recibir gustosa y ronroneando.
Ella le suplica con los ojos saltones y humedecidos mayor presión sobre su garganta y él aprieta un poco más que la vez pasada. Sólo los costados, sin tocar la tráquea ni volver a provocarle un desmayo. Reacio a perder de súbito y por ese error que luego lamentaría a la mujer: le recuerda puntual a la niña que quiere ver crecida pronto; tampoco olvida los manjares que saborea las tardes de cada jueves, una semana tras otra, desde hace meses.


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30 noviembre 2009

en silencio

"Busco la infancia que soy;
la llanura, la sombra del árbol gigantesco,
el único mar sin fondo,
el caballo desbocado en su furia
el verdor de la montaña junto al cielo"
 [Mía Gallegos]

Despertó en las primeras horas del día por venir… otra vez ese sueño del  viaje realizado en compañía de él, una noche de noviembre tan fría como la de ahora… una vez más, volvió a sentir aquella sensación de frialdad que la acompañaba desde hacía tiempo y que no era causada por las tempranas nevadas… el trayecto se alentaba debido a la niebla que cubría la carretera, pero él se negaba a escuchar su petición de detenerse y esperar a que hubiese un poco más de claridad… Ya completamente despierta, recordó el silencio tan denso como las brumas de aquella tarde; se vio a sí misma, hundida en sus pensamientos con la mirada perdida en el nevado paisaje... en ese punto detuvo su remembranza y se levantó de la cama, instantes más tarde, se hallaba frente a la mesita-escritorio dispuesta a escribir una carta...

Querían saber qué pasaba conmigo, el por qué de mi decisión. Respondí con la verdad: necesitaba alejarme de todo; reflexionar en lo que quería, en lo que realmente buscaba de la vida. Sé que para todos, en especial para ti y mi padre (quien aún guarda la esperanza de que se me pase esta "locura)", mi decisión resulta incomprensible. Fui la más pequeña de mis hermanos, de quienes me separan nueve años; una niña introvertida y solitaria desde el kindergarten. En mi adolescencia, mientras veía a mi hermana mayor ir de un novio a otro y de fiesta en fiesta, más me sumergía en las lecturas y en mi misma; tan dedicada  y metida en los libros y en mis estudios, que antes de cumplir 20 años ya estaba licenciada y hablaba tres idiomas. Mi padre parecía orgulloso de tener una hija "geniecito" que debió adelantar grados escolares.

Al enterarse de mi beca para realizar estudios de posgrado en el extranjero, que me llevaría a pasar cuando menos tres años lejos de casa, mis hermanos temieron que la "niña de los ojos" de papá no aguantara ni dos meses lejos del seno familiar. En un principio, yo también tuve mis dudas, pero al poco tiempo me di cuenta que no sólo no me entristecía estar a diez mil kilómetros del hogar paterno, sino que me sentía mejor, más libre y dueña de mí. Los estudios no absorbían todo mi tiempo, por lo que podía dedicarme a dar largas caminatas, visitar museos e iglesias -aunque no durante el oficio religioso, sino cuando se hallaban libres de gente y murmullos. Durante esas visitas, empecé a experimentar una sensación desconocida para mí: la paz interior. Ahí, sentada en la banca de alguna antigua iglesia, podía transportarme a sitios remotos, libres de ruidos tan ensordecedores como vacíos. Me veía apartada del mundo, olvidada de este y por este olvidada, como dice el poema de Alexander Pope.

Entiendo que les cueste trabajo aceptar que alguien como yo, que dista mucho de carecer de alternativas y medios para sobrevivir en un mundo egoísta y competitivo, haya optado por vivir en este sito. No les cabe la idea de una mujer preparada que ha viajado, amado y sido amada, de pronto decida dejar todo atrás, renunciar a una vida “promisoria” para venirse a encerrar en este apartado rincón del mundo. Por qué hacer algo semejante, si hasta hace poco menos de dos años se encontraba en la relación de pareja "soñada", próxima al matrimonio con un hombre guapo, adinerado, gentil y comprensivo.

Por más IQ, estudios y lecturas en mi haber, no tengo una respuesta que les satisfaga; lo que me condujo aquí no es sencillo de explicar. Supongo que les sería más fácil de aceptar, si mis circunstancias hubieran sido distintas y sólo me quedara como alternativa la vida conventual, cual si doncella indemne en las postrimerías del Siglo XIX. Carezco de una respuesta que despeje todas sus dudas, puesto que yo todavía guardo algunas y tengo muy claro que el camino que me espera será largo. No me asusta que los inviernos sean más largos y fríos, la luz del sol escasa y la melancolía un estado de ánimo perenne; después de todo, ella siempre ha estado a mi lado. Me acompañó en los días que caminé por ciudades remotas, modernas o milenarias; estuvo conmigo el tiempo pasado a tu lado, cuando por vez primera acepté que esa vida no me llenaba, que tendría que haber más, algo que me hiciera sentir plena, en perfecta comunión conmigo misma y con lo que me rodeaba.

Me preguntaste si en verdad esto era lo que yo quería y hoy, en medio de este silencio que no es denso ni duele, puedo asegurarte que aislada de todo, lejos de lo que fui, vivo en plenitud. No tengo que ir a ningún sitio para sentirme bien o estar a solas conmigo. Si la felicidad se mide por la falta de angustias y la paz interior, podría decirse que soy feliz. Leo y escribo. Sabes que siempre me gustó hacerlo y aquí en este aislado lugar, puedo dedicarme a ello sin que ruidos tan estruendosos como vacuos me distraigan. Desde que llegué, hace ya quince meses, he escrito a diario; no sólo llevo un registro de mis días, también hago otro tipo de escritos más reflexivos. Como vivo en un silencio casi absoluto, todo lo que pienso (y pienso mucho y con más orden) lo transcribo a un cuaderno; hasta ahora he llenado tres… quizá algún día tenga la oportunidad de publicarlos…

...interrumpió la escritura de la carta, más tarde la terminaría. Ahora debía prepararse, pues pronto amanecería y tenía que estar lista antes de la Hora Prima y el Angelus…



imagen tomada del sitio www.chartreux.org/

26 noviembre 2009

Rumor





Por: MauVenom

De ellos se sabe sólo lo que de voz se dice; fueron habitantes de un lugar donde lo común de las ideas es lejano, se cree tuvieron acceso a un texto hermético cuyas letras transforman al que lee procurándole una carga de emociones y visión. Muchos libros tienen magia parecida pero éste fue escrito con una fórmula que pocos saben manejar, es un pequeño tomo que cambia destinos y ata futuros en ensueño y acertijos de difícil solución entre los que se encuentra el modo de la felicidad.

Esa tierra fue hostigada por un viento gris que nubló recuerdos, sus nativos se perdieron en la arena de una tormenta que arrasó con la memoria, sin embargo aún llevan la intuición de lo vivido y una vaga resonancia de aquel tomo. Obsesionados con las letras escriben tratando de repetir la nota oculta alguna vez confiada y perdida, no se reconocen pero se intuyen al leerse unos a otros y caen presa de una inquietud inentendible, interactúan, se escuchan pero no entienden quiénes fueron en esa onírica comarca, hoy que pueden ser amigos o contrarios coinciden sólo en su añoranza, hablan de amores y guerrillas que les dan débil señal de común principio. Por un instante no se sienten solos.

No hay nombre para esta gente, no se habla al respecto, son un mundo paralelo del que nadie está consciente, engañados por la cotidianeidad creen ser como los otros pero caminan aparte pues fueron alterados en esencia.

Si de aquel lugar y tiempo poco se conoce menos de ese raro texto perdido, el Arcano dice que es obra del guardián del efecto y las quimeras, velador del secreto del origen. Ha contado que alguien, por temor a volar, ocultó el libro y fue entonces que cayó sobre esa tierra la densa tarde sin color y sonido, los lugareños no pudieron encontrarse y se perdieron, llegaron aquí sin voluntad como un sitio donde la distracción los mantendría ajenos a su historia. Pero la memoria no se pierde por completo. En sus mentes hay destellos de la totalidad que vivieron, ecos del canto de la concordancia. Se desesperan, sienten perder la cordura empujados por el impulso de volver a un mundo del que fueron parte y se refugian inventando cartas que intentan resolver el enigma de su presencia.

De su destino sólo los sabios saben. Hoy están consignados a caminar entre los necios. Quizá algún día ese aire gris invada esta realidad presente y les deje encontrar el camino de vuelta, será cuando aquel libro sea encontrado por quien comprenda sin juzgar, sus caracteres saldrán del papel para constituirse en el ambiente que recuperará su realidad, se disolverán el bien, el mal y sus explicaciones. Será el final de los tiempos.

Pero cuándo y cómo no lo sé, lo que ocupa mis horas y días es imitar ese escrito del cual no recuerdo prosa pero sí la turbación de haberlo tenido todo, la plenitud de pertenecer a algún lugar.

Me concentro, me esfuerzo pero no entiendo... dan vuelta sustantivos y oraciones que no me llevan más allá, los escribo en pedazos de papel para tratar de unirlos. Nada. Recuerdo momentos, retornan sentimientos, me arrebata una profunda nostalgia.

Me pregunto si habrá otro inmerso en esta duda, como yo.

... ¿Hay alguien leyendo esto?.


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23 noviembre 2009

Estancia Equina

Por Sonia.


Caballos, Flower Mound.


Pentax* ist DS f/6.7 f 1/250 ISO-400




19 noviembre 2009

Lo que Ata se Mata

Por Jolie

Al despertar sentía los ojos muy pesados, me dolía mucho el cuerpo. Algo más en el vientre, todo. No sé más qué. ¿porque estoy desnuda? pensé - ah si, ... Qué cosas raras te hacen la anestesia. Estaba recordándo.

- Voy rumbo a la Clinica de Santa María - le indiqué al chofer del taxi, mientras pensaba en que me ardía el vientre como si me hubieran prendido fuego, como si lo que llevara fuera un piromaniáco dentro dispuesto a prenderse.


Antonio y yo lo hacíamos todo el tiempo, no le gustaba la protección, así que por no oir los consejos que mi madre no me dió nunca, al final me quedé embarazada. No le he dicho nada desde el principio porque decidí guardarme al bebé en secreto como un regalo que alguien me acabara de hacer y aguardar para no estropear la envoltura de la sorpresa.

La verdad es que no sabía como decirle y como es que lo iría a tomar, si era bueno o malo para él o si le iba a gustar o no. Con tantos planes por delante me propuso irnos de viaje, la verdad es que acepté de inmediato, una chica como yo no podía pagarse esos lujos y la verdad es que me gustaba tanto que no podía negarme, pensé que en ese lugar paradisiaco, podría tener valor y hablarle de lo que empezaba a crecer dentro de mi , tal vez, al son del mar y la tibia arena, el bebé no se sentiría como un barco náufrago a la deriva y conseguiría que Antonio en un futuro se quedara conmigo para siempre.

Siempre cumplí las normas del trabajo, ellos (los clientes) tenían que estar casados para que no hubiera complicaciones, la relación no debía prolongarse mas de 6 semanas. Nunca me ha costado hacer feliz a un hombre mientras pague los condones. Escuchaba sus estupideces sin pestañear, con convincentes maullidos, sus lenguas asquerosas y manoseos torpes encima de mi, con arrobo mirando sus braguetas comportándome como una verdadera muñeca, a un jadeo y a ritmo soltaba un alarido de placer dejando claro por delante que yo no aceptaba ropa, joyas, apartamentos o coches, eso a veces ocasiona que a ellos les saliera una vena redentora y yo no quería que nadie me "liberara"

No, el mejor precio para mi eran los viajes sola y hasta antes de conocer a Antonio, mis clientes habían sido mis mejores patrocinadores turísticos. Yo elegía destino y el plazo, sin rechistar ellos soltaban la plata y era un acuerdo perfecto puesto que cuanto antes me perdieran la pista mejor para ellos en su inserción inmediata a su vida aburrida marital, de buena gana pagaban para que desapareciera de su vida llena de rutina, rumbo a un rincón lejano fiel a modelo ONG paises pobres ajustados a los tópicos de color y calor tanto meteorológico como humano.

Pero ese es el pasado, me temo que el futuro será distinto a partir de hoy. Por saltarme las reglas estoy donde estoy sin disfrutar de mi último viaje en este taxi de mierda, me involucré con un divorciado, enamorarme de él fue uno de los errores pero el peor fue continuar ... y aún sabiendo de toda la complicación que llevaba me empeñé tanto porque en verdad Antonio me gustaba.

El no aguantaba los condones y yo cedí. La relación con él comenzó sin reservas como suelen comenzar siempre, amables, cortesmente pero directo al grano, jamás pensé que un hombre como él se fijara en mi y asi sin más me deshice de normas debo reconocer que lo primero que ví en él aparte de la pasta fue su porte. La verdad es que las cosas en el viaje entre Antonio y yo al principio estuvieron de maravilla, el avión despegó con su mano en mi sexo pero de a milla unas semanas después las cosas fueron empeorando, creo que estar en Tierra no le sienta bien al amor.

Yo soñaba a menudo con el bebé que ya estaba esperando y nunca encontré el momento para hablarle del embarazo, me miraba al espejo y tenía la sensación de que nuevas curvas crecían en mi cuerpo, los sueños se tornaron pesadillescos, pronto mi vientre pasaría de ser plano a convéxo, pero Antonio no parecía darse cuenta de nada. Asombrada de su ceguera el tiempo se fue pasando y comenzamos a pelear por todo y por nada, mis cámbios de humor terminaron agobiándolo y las peleas se fueron haciendo muy agrias

- ¡Cabeza hueca!.
- Facha de mierda.
- Puta... ¡Puta! - eso sí que me dolió. En esos momentos era cuando pensaba en un saca corchos para sacárme al hijo de puta que llevaba dentro. Siguieron las discusiones, los silencios hostiles, arremetidas en golpes bruscos y en encuentros mucho más difíciles en la cama de el hotel pero es que el odio es mas poderoso, a veces tanto que ata como un imán y comprendí que lo que llevaba dentro era lo que ahorcaba la medida el amor y de mi futuro con Antonio. Pensaba en el niñito como un mono de circo que se aferraba a mi vientre todo el tiempo, dando piruetas tantas que me mareaba, tanto, que seguro costaría mucho arrancármelo y fué entonces que decidí callar y pensar en un mejor modo de solucionar las cosas.

Llegué a aborrecerlo, se había convertido en una especie de obstáculo, una reja que impedia atacar a Antonio o peor aún aproximarme a él. Un buen día y antes que pudiera decir nada arreglé la valija y le hablé mientras dormitaba , en lugar de confesarle nada, le solté un - te quiero - No quiero volver a verte nunca. Estoy harta de ti - Las tres cosas juntas, lo que dije y lo que no eran verdad.

Logré sacarle una buena tajada como indemnización y nos despedimos sin mayores contratiempos, hartos y aliviados al final lo resolvimos como una transacción llana y normal, pero bajando del avión comenzé a ponerme tan mal que fue necesario huír directo a la clínica.

El viaje en ese bólido más parecía una carroza fúnebre rumbo al hospital, me agarraba el vientre ardía tanto que creía que yo tenía escalpelos afilados. Me colocaron unas compresas tan grandes que no podía cerrar las piernas, es lo ultimo que recuerdo pero ahora me duele mucho.

- ¿Qué tal está?- Interrumpe una voz que no me deja ver su cara, la luz del techo da directo en mis pupilas. Le digo que siento mucho frío y que si me puede traer una manta sin preguntar nada más.
-Es normal, le tuvimos que poner otra dosis de anestesia. Ha tenido mucha suerte, el feto estaba colocado muy arriba y el médico ha estado a punto de rendirse y dejarlo dentro pero ya está fuera.

pero él ya está fuera. Pienso medio aliviada.

Ahora quédese tranquila, dentro de un momento que ya se encuentre más despejada se levanta despacio, se viste y puede irse. Bueno, tendrá que venir a una revisión - ¿Ha venido con alguien?

Me voy incorporando mientras pienso que Antonio no me espera allá afuera no se quedará conmigo nunca, pero yo ya tengo a alguien esperándome en el infierno .

El ya está fuera.

16 noviembre 2009

Stand by Me.


Por: Jess

Y, ¿qué eres tú?, Oh continuo e intempestivo movimiento de expresiones….
Nada, sin mí, no eres nada.
Y yo sin la nada, lo Soy Todo.
___________________________________

- ¿Confías en mí? – Me dijo él mientras besaba mi cuello y escurría su mano derecha debajo de mi pantalón.

Yo tendida en esa cama y presa de su cuerpo, asentí sin pronunciar palabra alguna.

¿Qué más podía hacer yo en ese momento en el que toda mi familia incluyendo mi propio ego, me exigía seguir con ese hombre al que no amaba?

Cada vez que él me poseía yo cerraba los ojos e imaginaba que era Daniel quien me hacía suya.

Situación que no me hubiera causado conflicto interno, de no ser porque Daniel era socio y el mejor amigo de mi prometido.

Sólo que su cuenta bancaria, nunca hubiera podido liberar todas las hipotecas que mi padre traía a cuestas.

Sí, era un noviazgo por conveniencia.
Mi cuerpo valía rescatar a mi familia de las múltiples deudas que veníamos arrastrando, y poder seguir deslizando mi tarjeta de crédito en todas las tiendas departamentales.

- ¿Confías en mí?— volvió a preguntarme esa noche, exigiéndome así que abriera mis ojos, viera los suyos y contestara expresamente su pregunta.

Abrí mis ojos azules, ví los suyos negros como la noche y brillantes como el día, y en ese momento supe que él era el hombre de mi vida, por todo lo que significaba en conjunto, y Daniel se convertiría en ese amor ideal que todas las mujeres llevamos en nuestro corazón hasta el último día de nuestra vida, más no sería aquél que estuviera tomando mi mano en ese último suspiro.

Ese instante pude percatarme de que yo amaba a dos hombres distintos, y los amaba de diferente manera en mi concepto tan frágil, y quizás superficial y contradictorio para muchos, de lo que es el amor.
Así que no mentí en lo absoluto esa noche en que le dije a mi prometido de manera segura “Sí, sí confío en ti.”, e hicimos el amor una y otra vez.

Nunca más volví a ver a solas a Daniel, ni a responder sus llamadas, ni a aceptar sus regalos anónimos, ni a sostener las miradas que me lanzaba cada vez que asistíamos a eventos sociales mi esposo y yo.

Pero no niego que me dolía en el alma mi comportamiento, y moría de ganas de volver a despeinar su pelo y sentir su torso desnudo contra el mío.
Ni puedo negar tampoco que me sentía feliz de no ver a ninguna otra mujer acompañándolo en los distintos eventos a que acudíamos, ni que moría de celos cada vez que mi esposo me contaba riéndose que Daniel se había tirado a otra prostituta del mismo lugar de mala muerte al que acostumbraba ir, el cual se llamaba “Elise”.

Al poco tiempo de iniciar mi nuevo estatus social de esposa, me dediqué a coleccionar objetos azules.. azules como mis ojos, como el color de la camisa que utilizaba Daniel la primera vez que lo ví, como el lago a orillas del cual contraje nupcias, como el cielo que veía cada mañana al despertar, como la ropa de bebé que me dediqué a comprar para el día en que el evento de la maternidad llegara a mi vida….

Nunca conté con que mi querido esposo tuviera problemas de infertilidad, y que durante mucho tiempo él retó a la ciencia para lograr una semilla en mis entrañas.

Yo prendía una veladora azul cada noche, pidiendo, rezando… rogando por el milagro de la vida.

Nunca podré definir el gusto con el que sentí los primeros ascos y mareos, ni la euforia con la que le dí la gran noticia a mi esposo…
Mis continuas plegarias habían sido escuchadas y de mi cuerpo nació un hermoso varón de ojos azules.

Él se volvió la persona más importante de mi vida.
Las extrañas, atípicas y sobrenaturales circunstancias que rodeaban su concepción, únicamente avivaban el amor que de mí surgía hacia él.
Mi mundo giraba en torno a él, y mis antiguas diversiones de chica socialité desaparecieron en un dos por tres, tomando ahora su lugar, todo lo que tuviera que ver con mi hermoso niño.

Muchos dijeron que yo estaba sobreprotegiéndolo, cosa que realmente me valía un comino, porque su vida era más valiosa que la mía, y si algo malo llegara a pasarle, nunca me lo hubiera perdonado.

Mientras yo me dedicaba únicamente a mi hijo, mi esposo se enfocó únicamente en su trabajo como dueño de su empresa de biotecnología, y comenzó a acrecentar considerablemente su fortuna, y a alejarse como hombre de mí.

Ya no era ese hombre del que yo me enamoré, sino una persona extraña y fría, que a veces, ni siquiera llegaba a dormir a casa, provocando traer a Daniel nuevamente a mi mente en esas noches solitarias.
Dando como resultado que me fuera al cuarto de mi hijo, y dormir abrazada de él para reafirmar mi postura de no buscar a algún otro hombre que no fuera mi esposo.

... Aunque no puedo negar, que cuando la soledad como mujer era insoportable, tomaba mi teléfono y marcaba el número celular de Daniel, únicamente para oír su voz... él sabía que en cuanto él me dijera "¿Elisa estás bien? Porque yo no puedo sobrellevar esta vida sin ti...", yo inmediatamente colgaba el auricular, y volvía al cuarto de mi hijo.

Una mañana me di cuenta que mi esposo estaba apostando toda su fortuna a un proyecto biotecnológico que no me terminaba de convencer: si él triunfaba, se volvería inmensamente rico; si fallaba, todos iríamos a la ruina.

Así que tomé a mi hijo de cinco años, y lo llevé a la institución bancaria donde yo tenía mis ahorros.
Le expliqué como pude, lo que era un fideicomiso.
Le dije que sería como una alcancía para él, con la que podría comprar lo necesario en caso de que un día no tuviéramos dinero para ir a Disneyworld de vacaciones.

Saliendo del banco, mi querubín corrió hacia un señor que vendía algodones, yo sonreí al ver que había elegido uno azul, mientras volteaba obsequiándome una mirada de entrañable amor… Siguiendo un presentimiento volteé a la esquina y ví a un hombre con la cara cubierta y un arma en la mano apuntando a mi hijo, el terror congeló mi sangre, él volteó a verme, y vio mis ojos aterrados y suplicantes, titubeó un poco, y yo corrí lo más rápido que pude para abrazar a mi hijo, su algodón cayó al suelo mientras yo lo volteaba dándole la espalda al hombre encapuchado, oí un disparo, sentí mi sangre hirviendo, el tiempo se detuvo, todo comenzó a borrarse poco a poco, ví a mi niño sano y salvo entre mis brazos, que tomó mi mano con las suyas, y me miraba llorando y diciendo entre lágrimas: “No mami, no te vayas… Despierta mamá… Por favor, Quédate a mi lado…..”…

09 noviembre 2009

A media luz

por Ivanius

Antes, él cumplía todos mis caprichos porque podía hacerlo, y se mostraba orgulloso de mí. Las horas nunca eran iguales en este castillo, porque juntos lo llenábamos de luces.


Ahora pasa el tiempo en tonterías: “¿Qué dice mi cosita linda? ¿De quién son esos ojitos?”¿Y ella? Vive en un país color de rosa. Tal para cual, en el trance de la bobería. Yo no los entiendo.

Hace un año, antes de que ella llegara, planeábamos festejar mi cumpleaños con un baile, un vestido nuevo y un paseo para los dos. Hoy tuve que conformarme con un pastel y una felicitación llena de prisa antes de una aburrida reunión de adultos.

Todo eso cambiará pronto. Cuando venga a buscarme mañana, sé que sólo se ocupará de mí, porque me he portado bien y fui generosa y agradecida con todos, además de obedecer como a él le gusta cuando me ordenaron retirarme a dormir.

Después de dar las buenas noches, sólo me falta dejarle una rebanada de mi pastel de cumpleaños con una vela encendida a Rapunzel, mi muñeca de trapo, que ahora duerme en la cuna de mi nueva hermanita.

“A media luz”. Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Foto de J. Samuel Burner en Wikimedia Commons.

05 noviembre 2009

La Persuasión



La octogenaria
Persuade como a un nieto
Al niño eterno.


Imagen del Buda niño a la que se atribuyen poderes curativos.
Templo Sensoji, Asakusa, Tokyo.


Poema cortesía de Gustavo Pita Céspedes.

29 octubre 2009

los dos Diegos


Después de permanecer un largo rato en la misma posición, agazapado en ese umbroso y húmedo rincón, Dieguito estaba entumido y cansado; para no pensar en comida ni en nada, distraía su mente con llamados de misericordia a  su Ángel de la Guarda. El silencio y la oscuridad le imposibilitaban calcular la hora y menos aún, el tiempo transcurrido desde que, tras una larga y desbocada carrera, había ido a parar frente a la entrada de la cueva en la que se introdujo, sin pensar en los posibles peligros de su interior. Alternaba sus plegarias con el repaso mental de operaciones aritméticas sencillas y el recuento de las recomendaciones hechas por su madre esa mañana, cuando se despidió de ella. Cualquier evasión, con tal de mantener alejado al miedo y evitar que el cansancio y el hambre lo vencieran. Quieto, con la respiración casi contenida, el chico apretaba contra su pecho el frío y alargado objeto, que bien a bien no acababa de entender cómo se atrevió a sacar de la camioneta al momento de su huida. Las imágenes de lo ocurrido en las últimas horas, le resultaban confusas. Todas; menos una, cuya nítida visión le obligaba a cerrar los ojos, apretándolos con fuerza, como si con ese gesto inocente pudiera revertir lo sucedido. Afán inútil, pues en medio de sus ruegos al Ángel de la Guarda, volvía a mirar el pálido rostro de Diego, su cuerpo inmóvil tirado a la orilla de esa carretera poblada de neblina y soledad.


Diego –el Profesor- tenía veintisiete años, quince más que Dieguito a quien conocía desde recién nacido y para el que se había convertido en la persona más influyente de su vida, sólo después de su madre. El niño veía en él a un hermano mayor, protector, consentidor y ejemplar. Libre y apuesto; serio y juicioso; parco al habla y poco dado a sonreír, pero capaz de inusitados gestos de nobleza; viajero incansable… el Profesor era todo lo que Dieguito anhelaba ser. Cuando llegaba al pueblo a bordo de su imponente camioneta, los chiquillos hacían rueda a su paso, mientras él, un tanto apenado, se limitada a saludarlos con la mano. Con nadie hablaba excepto con su joven tocayo, a quien profesaba un cariño sincero; ese niño inocente y melancólico, le devolvía un vívido reflejo de sí mismo… apenas unos años atrás. El Profesor no era un sobrenombre; era su profesión. A los veintiún años, Diego había egresado de la Escuela Normal Rural y tras el sorteo de rigor, fue destinado a un mísero pueblo refundido en el último rincón de la Sierra; ahí donde la pobreza, la violencia y las revueltas sociales eran la norma. El joven maestro no aguantó ni un año escolar y al primer asomo de conflicto magisterial, dejó el pueblo y emprendió con rumbo a la Costa, en busca de mejor fortuna. Pero a las cuatro semanas de instalado en el Puerto, Diego veía cómo se esfumaban sus magros ahorros, mientras el pobre salario que recibía como ayudante en el restaurante de un hotel, apenas le alcanzaba para lo indispensable. Esa tarde, se encontraba apostado en el rompeolas del malecón con la mirada perdida en el horizonte, más allá de la línea donde el sol iba ocultándose lentamente, sumido en sus pensamientos. Tan absorto estaba, que no sintió la llegada del hombre bien vestido que se acercó para preguntarle alguna obviedad, con la cual inició una plática, casi monólogo, pues Diego apenas le respondía con monosílabos. El hombre continúo son su soliloquio por largo rato, hasta que por fin consiguió despertar el interés del muchacho al mencionarle la posibilidad de un empleo, bien remunerado y estable, como responsable del cuidado de una finca.


Seis años después de aquella tarde, poco quedaba del joven maestro rural. Ahora, la vida de Diego parecía circunscrita al trabajo; amén de supervisar la producción del mayor de los sembradíos administrados por su Patrón, periódicamente realizaba viajes al norte del país a fin de entregar, a los contactos indicados, esa mercancía altamente demandada por los habitantes de allende el Río Bravo. Con buen margen de libertad, pero siempre bajo las órdenes del hombre que conoció en el malecón y para quien el Profesor se había convertido en su mejor empleado, gracias a su discreción, falta de amigos e inexistente vida amorosa; una situación que sin duda deseaba prolongar el mayor tiempo posible. No obstante guardarle gratitud, en especial por los beneficios económicos que ese empleo le proporcionaba (inimaginables de haber continuado como maestro de primaria), Diego no pensaba igual que su Patrón. Hacía varias semanas que una sola idea le daba vueltas en la cabeza: encontrar la mejor manera de dar por concluido ese contrato laboral no escrito, cuya escisión, bien lo sabía, no era una opción.


Cavilaba en ese asunto, la fría mañana en que regresaba de su pueblo natal tras recoger a Dieguito, a quien llevaría a conocer el pintoresco pueblo en donde se ubicaba una famosa iglesia barroca. Manejaba sin prisas y en silencio (el niño dormitaba de manera intermitente en el asiento trasero) mientras atravesaban la serranía tantas veces recorrida y cuyo trayecto nunca le había resultado tan apacible como ese día. Ocupado en la contemplación del paisaje y en el acomodo de sus ideas, Diego apenas tuvo tiempo de reaccionar y meter el freno, ante la súbita aparición de tres hombres con los rostros cubiertos por paliacates y armados con rifles de asalto similares al que él siempre traía junto a la palanca de velocidades. En medio de la sorpresa, lo primero que pensó fue en proteger al niño; si los hombres no abrían la puerta trasera, tendría una oportunidad. Después de frenar, asomó la cabeza por la ventanilla para topar de inmediato con la punta del AK-47 empuñado por uno de los hombres, quien a gritos le ordenó que saliera de la camioneta. En ese momento se supo perdido. Aún así, con la mayor calma posible abrió la puerta y tras salir, se encaminó hacia el frente de la camioneta, aproximándose a los otros dos hombres uno de los cuales parecía ser el jefe, a quien Diego intentó explicarle que se trataba de un viaje de descanso no de trabajo, por lo cual andaba desarmado, sin dólares ni ninguna otra cosa de gran valor... eso fue lo último que alcanzó a decir, antes de ser derribado por el impacto de una ráfaga disparada sobre su espalda, a la altura de la cintura, por un cuarto hombre al que nunca vio. Los gritos del jefe, contrariado ante el proceder de su compinche, y el ruido de los disparos, terminaron de despertar a Dieguito, quien permaneció inmóvil bajo la cobija, casi sin respirar, rezando para que nadie se percatara de su presencia. En esa posición se mantuvo, temeroso de que alguno de los hombres lo encontrara; perdió la cuenta de los padres nuestros y aves marías rezados; más que mantener el oído atento, lo que el chico deseaba era no escuchar nada, como si al abstraerse de lo que lo rodeaba pudiera mantenerse a salvo. Así pasó un largo rato, hasta que armado de valor y miedo a partes iguales, alzó la cabeza y se asomó por la ventanilla, no vio a nadie; ya ningún ruido se escuchaba, ni siquiera el de algún camión de redilas cruzando el solitario camino. De un sólo movimiento se incorporó; mientras ataba los cordones de sus zapatos, al levantar la vista dio con el rifle y sin pensarlo siquiera, lo tomó, bajó de la camioneta a toda prisa y justo antes de lanzarse en su carrera hacia lo desconocido sus ojos toparon con el cuerpo inerme de Diego. Ante tal visión, el chico titubeó, pero fue la rígida palidez del hermoso rostro masculino lo que le impulsó a seguir adelante, sin mirar atrás. Corrió sin parar, hasta que sus extraviados pasos lo pusieron delante de la cueva en la que ahora se encontraba, abrazado casi de manera inconsciente al cuerno de chivo, lo único que le quedaba de Diego... a la espera de un atisbo de claridad... ojalá  pronto amaneciera...



26 octubre 2009

Iron Tony

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Por MauVenom
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Cuando Antonio dejó Sonora sabía que Tijuana en algún momento le daría una oportunidad. A sus 26 años trabajando como mesero en un bar de Avenida Revolución un gringo le preguntó si le interesaría hacer cine en Estados Unidos, él no creyó, en la frontera se oye cualquier cantidad de historias. El hombre que le ofrecía trabajo lo invitó a tomar una cerveza al terminar su turno, aceptó, como a las doce y media de la noche le dijo que quería acostarse con él. “Está bien, pero vamos a Rosarito, aquí no porque siempre me encuentro a mis hermanos”.

Ernestina sabía que su hijo no tenía permiso de trabajo en el otro lado, habría mil estadounidenses a los cuales hacer esa oferta y en todo caso sería en Los Angeles no en San Diego a donde Antonio empezó a ir continuamente, la mujer estaba preocupada por el raro ofrecimiento pero no preguntó. El novato actor se veía entusiasmado pero no dio explicaciones.

La soltura de sus colegas ayudó, le habían hablado del negocio y eso le quitaba un poco los nervios, le presentaron al que sería su primer compañero de escena y el director le explicó que le tocaba el rol activo por ser nuevo, más adelante las cosas podrían cambiar. Desnudarse frente a la cámara y el equipo de producción fue menos difícil de lo que pensaba, lo extraño fue subirse a la cama con el otro actor y que les fueran marcando posiciones para probar ángulos y luces, era incómodo pero a la vez libre. La sesión de fotos fue tediosa, luego se filmó la primera secuencia donde el temor de no lograr la erección desapareció gracias a la dedicación de su colega. Tres días después Antonio regresó a Baja California tratando de encontrarle nombre a lo que vivía, era incluido en un sitio que parecía importante, o más que la barra de un bar, acudió como espectador a otras filmaciones y se fue familiarizando, hubo shows en clubes de Los Angeles, una presentación en un festival gay de Palm Springs y algo de modelaje para calendarios y revistas. Se mudó a un pequeño departamento en los alrededores de Pacific Beach y llegó la segunda película donde interactuó con un actor de más nombre, luego una tercera en trío. Rápido, en seis meses era otro, estaba contento y ganaba no mucho dinero pero más del que había visto en toda su vida, alcanzaba para ropa, gimnasio y esteroides, llevaba dólares a su familia y sólo una vez su madre preguntó si estaba metido en narcotráfico, él negó con la cabeza. No se habló más al respecto.

Antonio ambicionaba convertirse en una gran estrella del gay porn y fundar su productora, su tiempo se dividía entre foros y caminar por la calle tratando de asimilar, compartía con otros un ambiente mercantil y cautivador. Le acosaba el hecho de trabajar ilegalmente aunque había conseguido una residencia falsa, todos lo sabían pero a nadie importaba. Observaba su imagen en la portada de una revista, se veía en cintas y no podía creer su suerte.

Fue en una premiación de pornografía en Las Vegas donde conoció a Scott quien ya era famoso, con él fue distinto a las amistades sexuales que sostenía con otros, lo visitó en San Francisco, accedió a mudarse, ser su pareja y probar futuro en las grandes ligas de la industria. Se enamoró, inauguró sentimientos y un sexo emocional, sabía que no tenía derecho pero le molestaba compartir a su amante con otros hombres por trabajo, a Scott en cambio parecía no importarle que él se acostara con quien fuera siempre y cuando, decía, no se enamorara.

San Francisco fue lo más parecido a la perfección que Antonio conoció, tenía dinero, noches en compañía y formaba parte del grueso de un negocio donde cumplió 4 años de ser figura de segundo rango solamente lo cual provocó que tomaran importancia cosas antes ignoradas como los cientos de imágenes y videos suyos que circulaban en internet otorgando satisfacción gratuita a miles. El glamour se tornó vulgar.

Scott se convirtió en una gran figura compartiendo sesgadamente su éxito con Antonio quien se sustentaba de la relación que había entre ambos, fue en ese tiempo que su madre y hermanos decidieron irse a vivir a la lejana Ciudad de México, le angustió perder sus raíces pero sintió cierto alivio. Películas esporádicas, shows y visitas a clubs de regular importancia para firmar autógrafos. La vida diferente se volvió cotidiana. Scott coronó su carrera con un contrato exclusivo que le exigió viajar por el mundo durante dos años y Antonio con la boca amarga escuchaba la noticia, con el pecho oprimido se atrevió finalmente a preguntar “And what about us?”. Scott lo miró no entendiendo cuál era la duda, “what do do you mean, what about us?... gotta take this call babe, it’s not gonna be forever”.

El escenario de Marina Boulevard se convirtió en vacío, Antonio continuó su vida de espectáculos y filmaciones eventuales, lo hacía sin entusiasmo y tampoco lo llamaban como antes, había que tomar un trabajo estable y gracias a un amigo consiguió administrar un pequeño club sabiéndose de regreso al lugar del que salió, la barra de un bar, así unos meses hasta que un contacto le avisó que Migración no sólo había rechazado su intento de obtener la residencia, también descubrió que tenía documentos falsos, había abusado del amparo de su medio y lo sabía. Huyó en un camión hacia Tijuana dejando tras de sí lo que pensó haber construido durante 5 años sin vencer la tristeza que lo acompañaba en el trayecto al sur que irremediablemente comparó con el día en que lo hizo hacia el norte. Intentó idear un regreso pero ni la visa regular servía pues lo arrestarían al intentar cruzar. Caminar por San Antonio del Mar y un breve viaje a Ensenada no dieron paz ni respuesta, la opción era sólo una.

Durante años idealizó su primer viaje en avión del que jamás pensó sería un exilio, sus hermanos se alegraron de verlo aunque ya no lo conocían, su madre recibió a un hombre triste del que no investigó historia. La Ciudad de México se comió a Antonio como a todos, consiguió trabajo de asistente en una oficina, vistió traje y siguió horario, levantó su vida sobre memorias y algún desconocido que con sonrisa sucia le dijo “te pareces a un actor... Iron Tony”. Veía pornografía en la computadora para reconocer en la obviedad amigos y sueños.

A punto de cruzar una esquina de avenida Insurgentes en el agobio de las 3 de la tarde vio que un sujeto lo observaba desde el interior de un auto, lo ignoró pero el otro era insistente y firme, él conocía eso, “¿una cerveza?... o un café... qué prefieres”, el primer impulso fue decir “no” pero buscó oportunidad en las circunstancia, entonces sonrió y sin disimulo recorrió con la vista el lujoso carro para regresar al rostro del bien vestido hombre de su interior.

“ Gotta take this call babe, it’s not gonna be forever”.

El carro olía bien por adentro y la mano del tipo sobre su pierna le traía buenos recuerdos. Total, en una de esas hasta el amor existe.

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Imagen: Pintura de Francoise Nielly

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Derechos Resgistrados

Safe Creative

Edit work: 0910264753287

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22 octubre 2009

Sobre el Cielo


Por Jolie



Flotando y luchando, como un cometa en un cordón
caigo en cuenta que usted cortó a través de mi traba y cambió todo,
desde abajo usted parecía muy pequeño, pero justamente amé eso mismo

Así que me lanzé hacia arriba tan sólo para deletrear su nombre
cuando vienen y me dicen que usted es un cometa terrible
Yo les digo que estoy orgullosa de su vuelo maravilloso.

19 octubre 2009

Pídele al tiempo que vuelva.


Por Jess


Elisa fue la chica con la que contraje nupcias.

Llegué a quererla lo suficiente.

Ni más, ni menos. Sólo lo suficiente.

Era la clásica joven, hermosa y culta con la que los empresarios importantes nos casamos para –mejorar la raza— y con las que hacemos acto de aparición en las revistas sociales.

Los primeros meses de matrimonio transcurrieron sin pena ni gloria, yo dedicándome a mi empresa, ella dedicándose a la vida social y a su ridículo hobby de coleccionar objetos de color azul.

Conforme transcurría el tiempo, los intentos fallidos de tener un hijo comenzaron a preocuparme.

Y cuando decidí acudir a los mejores doctores, fue únicamente para notificarme mi imposibilidad de proseguir con mi estirpe.

Pero allí donde la ciencia termina su campo de estudio, suelen suceder acontecimientos inesperados e inexplicables, porque Elisa me hizo saber de su embarazo el día de nuestro cuarto aniversario de bodas.

La felicidad inicial de “un milagro” me había nublado la razón momentáneamente, pero con el transcurso del tiempo, volví a ser el mismo escéptico de siempre, y las dudas confluían seriamente en mi interior.

Elisa había sido una compañera racional y poco pasional, pero hubiera jurado que fiel y honesta.

Yo amaba a mi hijo mucho más que a su madre, por todo lo que él venía a significar para mí.

Maldita la hora en que me dejé arrastrar por todas esas dudas.

El ser humano debería creer en la magia como fuente de vida, y no anteponer los estándares imperfectos que vienen a derrumbar nuestra fe interna.

Cuando mi hijo estudiaba preescolar, no pude sobrellevar más la incertidumbre y lo llevé a escondidas de su madre al laboratorio sanguíneo del que yo era socio mayoritario.

Una tarde después mis manos sudaban mientras con torpes movimientos intentaban adueñarse del resultado de los análisis genéticos.

Ese bastardo era toda mi felicidad… hasta ese momento en que leí una incompatibilidad genética.

Pensé detenidamente la elección que tomé esa tarde.
Y de entre todas las opciones, elegí enterrar mi humanidad y volverme ese ser ruin del que hoy, en mi lecho de muerte me avergüenzo y arrepiento haberme convertido.

Hice una llamada a alguien que a su vez, hizo más llamadas.

Esa noche no dormí en casa.

Me quedé en esta oficina que fue mi único motivo de sonrisas los años subsecuentes.

Debían llamarme a primera hora del siguiente día.
Pero la llamada demoró cuatro horas más.
Y cuando la recibí, fue para comunicarme que hubo un error en los tiempos manejados, y que la muerta había sido Elisa….

Murió girando su cuerpo, atrayendo hacia sí y protegiendo al producto miserable de sus entrañas.

¿Qué sangre llevaba ese niño que había hecho que Elisa lo prefiera que a su propia vida?

Pensé en llamar a mis abogados para anular mi paternidad y dejar a su suerte a ese pobre diablo de apenas un lustro de edad, pero eso no colmaría la traición de su madre para conmigo.

Me vengaría de ella con lo que más le dolía.
Sé que estuviera donde estuviera, se revolcaría de dolor al ver en lo que convertí a quien llevaba nuestros apellidos.

Si bien es cierto que las carencias ponen a prueba a los hombres, nunca los pudren desde la raíz como la opulencia y los excesos.

Le dí a ese niño todas las cosas materiales y los placeres mundanos que terminaron por corromper su alma.

Era hermoso como su madre.
Cuando los escasos remordimientos acechaban mi consciencia, veía la cara de Elisa en el rostro de él, y se avivaba la llama de mi coraje y rencor.

Traté de hacer un milagro real con mi esperma.
Pero sin la ayuda aleatoria de lo inexplicable.

Los científicos de mi empresa “R.I.U.” S.A. de C.V., trabajaban día y noche con mis genes, pero siempre negaban con la cabeza y desviaban la mirada al entregarme resultados.

Mi empresa era puntera en bio-tecnología, y me redituó con más dinero del que todos mis ancestros tuvieron juntos al idear este consorcio.

¿De qué me servía tener la capacidad económica de comprar al mundo si todo terminaría conmigo?

Y entonces sucedió un fenómeno singular.

Trece años después de la muerte de Elisa, Neftalí llegó a mi vida.

Era un chico de grandes dotes deportistas… lo fue hasta que el estúpido de mi entenado tuvo el impulso de lesionarlo con su automóvil.

Neftalí fue un chico fuerte y con determinación.
Recuerdo enfáticamente la manera en que me pidió entrar a R.I.U., y la manera disciplinada en que se convirtió en uno de los mejores investigadores.

Y mientras el hijo de Elisa caía más en sus vicios, Neftalí iba perfeccionando todas y cada una de sus virtudes.… hasta que apareció una mujer llamada Natalia.
Natalia cambió inexplicablemente la conducta de mi hijo putativo en tan sólo un par de calendarios.

Y antes de que esa joven hiciera trizas mis años de odio y venganza, puse a prueba la devoción ficticia que le profesaba mi sucesor ilegítimo.

Y como sospeché, cambiaron a Natalia por la cuantiosa herencia condicionada a un matrimonio con una ramera de sociedad.

Mi odio hacia el hijo de Elisa terminó algunos meses después en que hizo acto de aparición en mi oficina, y entre lágrimas y sollozos lastimeros que alegraban mi alma pútrida, me hizo saber que “odiaba llevar mi sangre en sus venas, y que renunciaba a toda su fortuna por ir en búsqueda de Natalia hasta los confines del mundo.”.

No volví a saber nada de él ni de esa tal Natalia hasta hoy, en mi lecho de muerte… en que Neftalí regresó de uno de sus tantas ponencias e investigaciones sobre avances genéticos, se sentó a mi lado, me obsequió un cronómetro y me dijo: “Hay compatibilidad sanguínea entre tú y el hijo de Natalia.”.

Mi corazón sufrió el golpe más duro que hasta entonces había podido imaginar, y ni siquiera era yo ese joven gallardo de muchos años atrás que resistió abrir un sobre equívoco que destruyó lo único que yo tenía en la vida.

Por mi culpa, mi esposa había fallecido, destruí a mi propio hijo, le causé daño a una mujer que nada había hecho en contra mía y que era la madre de mi nieto, y maté mi propio interior lentamente, instante a instante, buscando una ridícula venganza que ahora incinera lo poco que me queda de alma…

Sé que no hay perdón ni redención alguna para mí.

Mi sangre se congeló en ese instante, y sólo pude voltear a ver ese cronómetro y pensar en mis únicos años de felicidad junto a mi hijo y mi esposa, mis lágrimas brotaban desgarrando la piel de mis mejillas, y alcancé a esbozar mis últimas palabras, mirando a ese objeto inerte como yo:

“Oh Elisa, mi Elisa… Pídele al tiempo que vuelva….”.

15 octubre 2009

La Esfinge

Por Sonia.





"...¡Esfinge falaz! Esfinge falaz: cerca de los cañaverales de la Estigia,

el viejo Carón, apoyado en su remo, espera mi óbolo. Parte tú antes y
déjame ante mi crucifijo, desde donde el Pálido abrumado
de dolor,
pasea sobre el mundo su mirada desfallecida y
llora por cada alma que
muere: y llora en vano."


La Esfinge



Oscar Wilde






Lápida de Oscar Wilde, Cementerio de Père Lachaise, París.


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Nota:
En este espacio dedicado a las letras y las imágenes, consideré oportuno celebrar en honor a su cumpleaños (Octubre 16) a alguien que sin duda fue y será una inspiración para muchos.



En su lápida cualquier día encuentras flores frescas y frecuentemente la ves recién lavada, pues es costumbre besar la piedra en señal de respeto y admiración que se le nego en vida por culpa de una sociedad hipócrita. Si miras con detalle la fotografía (dando click sobre ella), podrás apreciar perfectamente las marcas de carmín.



08 octubre 2009

Paisajista

por Ivanius

Me gusta mirar a través de la ventana. A la izquierda, tras una barda y sobre ella se alza un enorme árbol que alfombra el jardín con crujidos, recordándonos, como un privilegio especial, el paso de las estaciones. Aunque se hace odiar porque nos perjudica la limpieza, a cambio da refugio a infinidad de criaturas invisibles. El aire de la tarde se llena de trinos que compiten con el altavoz... y casi siempre ganan.

Nadie aprovecha la sombra de ese árbol; pero es bueno disfrutarlo con la vista. Los únicos huéspedes, aparte de los pájaros y unas cuantas lagartijas, son dos o tres gatos, que se reúnen para pelear o solfear a través del muro. Prefiero sus gritos.

A la derecha, la hiedra es dueña de la pared y la reja que se alza sobre el muro; tampoco se ven las ramas del durazno entre el verde subido de la enredadera.

Frente a mis ojos, nuestro jardín. Al fondo, una formación de soldados: largos bambúes que apuntan al cielo y sacuden sus hojas bajo la incesante impertinencia del viento. No son amigos del silencio, pero me gustan porque entre sus ramas, los pájaros pueden burlarse de los gatos.

Los bambúes son los amos, y todos lo saben aunque los miren con gesto de reproche. Dicen que el camino de piedras blancas está allí para detener el avance de la hierba, pero ayuda a caminar a la vista de todos. El resultado sólo es agradable para quien no sabe cuánto pesan las piedras.

Más cerca de mi ventana, un peral, un limonero y otro durazno reposan hasta que la primavera los despierte. Entre todos ellos, una franja de hierbas y flores siempre sedientos, bajo un oscilante sol de barro que sonríe junto a la puerta de vidrio.

Hay una mirada más alta que la mía, más alta que la casa, más alta que las antenas que estropean el horizonte: un gigantesco pino como torre.

Mientras escribo, el trozo de cielo azul se ha oscurecido; los pájaros hace rato desaparecieron, mudos, entre el follaje. El viento agita las hojas; tengo una sonrisa extraña en la cara. Es hora de acostarse.

El último resplandor del sol parece un guiño brillante. Cuando veo la primera estrella, sé que llegarán a darme la medicina que me aclara el paisaje y por qué estoy aquí encerrado.

"Paisajista" Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: "Blurry Prison" de Shayan Sanyai, en Wikimedia Commons

05 octubre 2009

¡Lucharán tres rounds!




Por Canalla

De joven tuve gente cercana a la que debo tanto como a mi familia. Si ésta es culpable de buena parte de las filias y fobias que aprendí, aquélla cultivó la parcela moral que no confié a mis abuelos, padres o hermanos. Salvador fue mi único tío político varón del lado de mi padre y uno de los sujetos que mayor influencia ejerció en mí, con su mezcla de dandy tardío y playboy a lo Mauricio Garcés.
Era dueño del primer Citröen importado al país, que desde niño admiré cómo se elevaba algunos centímetros al iniciar su marcha cuando, con el pretexto de llevarme al colegio, me descubrió el maravilloso mundo que desconocía. El Hipódromo de las Américas, el Frontón México o el Club Chapultepec, y algunos bares de hoteles como el del Prado, todavía como Nicte-há. Con el tiempo me permitió vislumbrar los tesoros de la vida nocturna, los teatros de variedad y sus lindas mujeres.
Provengo de una familia liberal en materia de alcohol y, los domingos en casa, a la hora de la comida, podía beber dos cervezas, pero mi primer trago fuerte fue el Dry Martini que Salvador me ordenó en una alberca de Cuernavaca, las vacaciones que mis primas me rogaron acompañarlas. Imagino que entretenía un poco las precoces hormonas a sus hermosas gemelas, sin riesgo de enamoramiento o embarazo, y mi tío lo agradecía. Luego que la confianza entre ambos creció le conocí a la tal Olga.
Esa noche me invitó al Teatro de los Insurgentes a ver una obra muy lamentable, salvo por la actriz que interpretaba el secundario, no por la calidad de su desempeño, también deplorable, sino por su singular belleza. Mi asombro creció al pillar de reojo a Salvador cuando le mandó un beso y ella correspondió con complicidad, discreta. En la vida de ésta, el papel de mi tío no era el del simple espectador.
La hermana de mi padre era su mujer y mis primas más grandes que Olga, pero yo sólo sentía en ese momento por él envidia y reverencia. La esperamos en el Vips y llegó acompañada de otra amiga; los cuatro fuimos al departamento que mi tío político le rentaba cerca, y estrené mi curiosidad sexual con su compañera de reparto, una morena nada despreciable por cierto. Sellé con Salvador el mutuo pacto de complicidad que nada quebrantó después, como si fuéramos El Santo y Blue Demon.
Quizá también obraría a mi favor que aquél anhelara un hijo varón sin conseguirlo, el caso es que nos volvimos inseparables y exitosos. Yo atraía con facilidad a las jóvenes que después le endosaba y él me procuraba a las de treinta, las únicas que al principio me interesaron para algo más que dos horas de charla en el Niza o El Café de la Zona Rosa, hasta que Salvador saltara de la otra esquina del cuadrilátero.
Olga no era pues, ni por asomo, la única entre sus preferencias, pero es posible que la conservara como un prospecto para dar continuidad a su plan de tener un heredero si se separaba de mi tía. Esto es más evidente ahora que lo pienso: siempre la mantuvo al margen de nuestras noches, digámoslo así, más exitosas, cuando nos jugábamos la identidad en el pancracio contra las cabelleras de las villanas más rudas.
Por eso no dejó de entristecerme la noche que sin saludarnos siquiera tras sorprendernos en el jacuzzi, puso esa cara y se disparó echando todo a perder. Yo usaba las pantaletas de Olga como máscara, era visible que le aplicaba una llave más grata que peligrosa y ya llevábamos dos de tres caídas sin límite de tiempo La morena y los abogados de mi padre afrontaron el resto porque, después de todo, Olga y yo, aún éramos menores.

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