Algo
tiene el mar.
Sus
orillas arrojan un destello,
no el mismo de
las tardes soleadas,
intactas y diáfanas.
Algo
que sus aguas pronuncian impasibles,
con
la indiferencia de a quien
no
le importa el tiempo.
Si
al menos nuestros huesos fueran eternos,
podríamos
descifrar su lenguaje
y
con denuedo resistiríamos al embate de su furia.