“Los exiliados son los inquilinos de la soledad” Juan Gelman
Ya falta poco, en cuestión de horas habré llegado a la última parada de mi viaje. Después de haber deambulado por tantos sitios, siempre de paso, rehuyendo ataduras, por fin tendré una morada permanente en esta ciudad. Creo que es justo finalizar aquí, pues fue en esta misma ciudad en donde hace treinta y un años, di el primer paso del que terminaría siendo el periplo de mi vida.
Llegué aquí sin tener idea clara de lo que haría. No lo había planeado con antelación; una cosa eran mis sueños adolescentes y otra muy distinta, tener el suficiente carácter -y encontrar la oportunidad- para hacerlos realidad. A los 23 años no sabía gran cosa de la vida; no conocía nada fuera de aquella ciudad a la que llegué desde mi pueblo natal siendo un adolescente y resultaba ocioso pensar en conocer otros lugares. Aún así, yo soñaba con hacerlo algún día. Tenía la cabeza llena de duendes, como decía mi viejo maestro de la Academia o repleta de demonios, como me dijo alguien más. Siempre fui inconforme, rebelde y terco; me costaba adaptarme a las restrictivas normas imperantes en mi país en aquel entonces. Pero a diferencia de muchos transterrados, yo no era un perseguido a causa de sus ideas; en ese sentido, mi historia dista mucho del heroísmo. Nunca pretendí la heroicidad, ni luché en pos de mis ideales; no arriesgué mi vida para defender o hacer valer los derechos de los demás. Nada de eso me movía ni obligaba; lo único que anhelaba y necesitaba, era conocer otros mundos; probarme a mí mismo que en otro sitio mi vida podría ser distinta; que existía la posibilidad de un futuro mejor al que estaba destinado de quedarme en mi tierra.
A pesar de que no fue algo premeditado, ni siquiera tuve tiempo de sentir temor; me limité a seguir mis impulsos, a aprovechar esa fortuita oportunidad, sin detenerme a reflexionar en que, al momento de saltar la barra de contención en ese aeropuerto, me convertiría en un desertor. Y eso terminé siendo; a partir de entonces me fue prohibido regresar a mi país; perdí mis derechos ciudadanos; de la noche a la mañana, me convertí en un hombre sin patria, sin nacionalidad, sin familia; sin nada. Pero en ese momento, lo único que me importaba era haber conseguido mi anhelada libertad… porque eso era todo lo que me quedaba. Mi historia anterior sería borrada por los guardianes del honor de la Patria abandonada. Tendría que crearme una nueva vida; recomenzar mi historia, solo en un país tan distante como distinto del mío; lejos de todo lo que había conocido: aromas, sabores, colores y sonidos de mi infancia; lejos de mi madre. Empezaría de nuevo como lo que ahora era: un exiliado.
Me dediqué a trabajar muy duro, buscando forjar aquello por lo que había abandonado mi país: una vida menos gris, un futuro más promisorio. Y al mismo tiempo, me ocupé de no penar ni añorar esa Patria que me era negada. Durante un tiempo lo conseguí; rodeado de gente que se sentía atraída por mi condición de desertor y por mi personalidad algo exótica ante sus ojos occidentales, disfracé la melancolía. Pero la soledad, como la realidad, tarde o temprano nos alcanzan y en medio de logros sociales y materiales, viví momentos de profunda y dolorosa soledad. Sentía nostalgia, no tanto por la tierra abandonada, sino por el muchacho que se quedó en ella; quise borrarlo y lo conseguí. De aquel chico con la cabeza llena de duendes y demonios, ya no quedaba gran cosa. Podía seguir siendo irreverente, nunca conforme con lo que conseguía; podría incluso seguir luchando con mis duendes y demonios internos, pero las ansias de descubrir y asombrarme se me fueron quedando en el camino, junto con las ilusiones. Entre tanto deambular por el mundo y regodearme en mis propios logros, olvidé para siempre una parte de lo que fui. Por eso decidí no regresar; allá ya no me quedaba nada; ni familia, ni deseos, ni ilusiones; apenas unos cuantos recuerdos que me llevaré conmigo.
*/relato inspirado en un famoso personaje de la vida real -a quien la que esto escribe, admira más allá de la sensatez- y quien desde luego, jamás habría contado algo semejante.
imagen tomada de www.arteinformado.com/