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30 mayo 2011

la viuda



Las familias felices son todas iguales. Las infelices lo son cada una a su manera. Leon Tolstoi [Ana Karenina]

Desde niña siempre había escuchado la misma cantaleta: las historias de amor nunca terminan bien. O casi nunca, para dejar un espacio a los optimistas y acotando que la de ella, ni siquiera fue de amor. La suya había sido una historia de pueblo; tan típica que bien podría haber servido de guión para alguna película de Emilio elIndio Fernández. Si no fuera porque la había padecido, no la creería. En sus tiempos -primera mitad del siglo pasado-, las mujeres debían casarse muy jóvenes, pues de lo contrario eran objeto de señalamientos por su condición de "quedadas". Y cuando parecía que su destino era precisamente el de quedarse para vestir santos –opción socialmente más aceptable, antes que ser considerada una mujer de cascos ligeros- su vida dio un vuelco impensable: un mediodía en que regresaba de algún mandado, fue "robada" por el hombre que la pretendía de tiempo atrás y al cual ella no acababa de darle el sí, en razón de los más de quince años que le llevaba, así como por el hecho de haber estado casado y tener tres hijos. Todo sucedió tan rápido que, cuando reaccionó, él ya la había subido al lomo de su caballo, echaba a galopar con ella cuestas y se aprestaba a cruzar el río, mientras era seguido por los tres compinches que habían ido a ayudarle con el rapto.

Tres lustros y cinco hijos después, el escenario era otro: ya no tenía los 23 años de la soleada mañana en que fue raptada y estaba sola de nuevo; pero quizá nunca, ni siquiera aquella madrugada en que tuvo que casase como una ladrona y portando un sencillo vestido color rosa claro [de blanco y al medio día... solo se casan "las señoritas que son puras, no las mujeres que llevan un mes viviendo en pecado con un hombre", había sentenciado el sacerdote, secundado por su propia madre], se había sentido tan fuera de lugar, tan ajena a todo. Ahora estaba en la sala de su casa, vestida de negro de pies a cabeza -como si estuviera en la iglesia, traía la cabeza cubierta con un velo negro- y rodeada de un montón de personas a la mayoría de las cuales apenas conocía. El ataúd yacía al centro, rodeado por cuatro enormes cirios y docenas de flores -gladiolas blancas y olorosos nardos-, pero los "dolientes acompañantes" (en ese pueblo, las personas acudían con la misma dedicación a bodas, bautizos, primeras comuniones, bailes de fin de año y velorios), ni siquiera las señoras que rezaban el enésimo rosario por la salvación del alma del difunto, no miraban el féretro... la miraban a ella. Una viuda de 38 años y de buen ver, era objeto de más atención que una viuda anciana. La gente iba al velorio no tanto para acompañarla en su dolor y, de paso, entretener un poco su aburrida existencia provinciana, sino a juzgar si el comportamiento de la joven viuda era el adecuado: si lucía lo suficientemente triste y recatada, si lloraba como mandan los cánones. Eso era lo que la tenía incómoda: no solo era el centro de atención de las lenguas viperinas tan abundantes en su pequeña comunidad, sino que además por más que lo intentaba no lograba sentirse abatida, mucho menos con deseos de llorar desconsoladamente. No obstante, estaba empezando a arrepentirse por haber desoído el consejo de su madre: "si no puedes llorar llamamos a las plañideras y a lo mejor, de verlas te dan ganas y así habrá alguien que le llore a tu difunto."

¿Llorar ahora? No sentía el menor dese. Ni el saber que su mujeriego y jugador marido la dejaba llena de deudas, le provocaba deseos de llorar; quizá es que ya estaba cansada de hacerlo. A lo largo de su matrimonio fueron muchas las noches que lloró en silencio: de arrepentimiento por haberse casado con ese hombre al que nunca conoció realmente; de dolor, en las pocas ocasiones en que él la había golpeado; de tristeza, al sentir que su madre se ponía de lado de él, reconviniéndola para que no contradijera "al padre de sus hijos"; de rabia, las muchas noches en que él se ausentó por andar apostando a los gallos en las ferias regionales o por estar en el lecho de otras mujeres. Muchos años lloró por su causa, así que ahora no le daba la gana hacerlo. Lo único que deseaba era tirar esos nardos cuyo perfume le provocaba náuseas, beberse un buen trago de mezcal y correr de su casa a todos esos intrusos criticones. Estaba tan cansada como aburrida y somnolienta. Y entonces sucedió algo inesperado: en la puerta de su casa se apersonó una mujer que debía tener su edad, quizá unos años más, vestida de negro y con los ojos llorosos. La desconocida entró gimiendo de dolor por su amado Samuel… el difundo metido en esa caja. La recién llegada lloraba sin el menor pudor ni preocupación por las miradas que ahora se posaban sobre ella -unas con disimulo, otras sin ninguno- y en medio de sus lamentos repetía una y otra vez que amaba profundamente al muertito, que ni la esposa ni las otras lagartonas lo habían querido como ella. Se auto-presentó como su querida desde hacía... quince años. Y en ese momento, ante la mirada atónita de la concurrencia, ella, la viuda oficial, sintió que recobraba las fuerzas que necesitaba, no para llorar, sino para sobreponerse a la incomodidad y alzando la voz por encima de los lloriqueos de la querida y de los murmullos de los acompañantes, se acercó a la otra, la abrazó fuertemente y le dio las gracias por estar ahí acompañándola... Ahora si habría una viuda que lloraría como Dios manda... y además, esa otra le permitiría a ella quedar como la abnegada y piadosa viuda. Al menos en su muerte el marido había hecho algo bueno por ella...

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diciembre de 2008

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26 mayo 2011

Genesis narrant






Por MauVenom


Mi día es lo que él escoja
Dura lo mismo. Hasta que quiera
Mi día es su vida misma. Y mi vida es de nuevo
lo que él decida

me he desnudado
por placer intransigente
ante él
y busco momentos

pero me detiene el tiempo
y mi pobre resistencia
que presionan a esconderme
viéndolo de lejos dominar

con envidia

y cierto placer
morboso. Culpable

Podría ser tu piel la que recorre
tómalo, privilegiado
como la mía ayer, y si quiere mañana
de él depende
como siempre
que escalde... o lo espere
que sude
o hiele

Un día en mi vida es qué en la tuya

reformas madrugadas en promesa
ocasos en creencia
y de mi historia
haz hecho un calendario desigual

Sin embargo

lo que de ti me importa es la propuesta
tu designio
la jurisdicción de tu formidable potestad
y hasta doce razones
que en destinos tornas

tan absurdo
y certero

No eres uno
y eres días
eres la existencia
completa
aunque compartes
porque hay quien en otras horas despunta
a expensas de tu fuerza luce
su cambiante belleza
y majestad

Erotismo
por supuesto
si mi vida es, como digo, lo que escoges
y mi cuerpo
se subordina

pero compartido
eres, por horas
y velado
para poderte tomar

O me matas. Nos matas

te damos la espalda
pretendiendo que no existes
y vivimos la utopía
obscura
de evadir materia
pero avivando
siempre
nuestra visceral necesidad

Sigue ardiendo

eres un día
eres todos
aquí o en la distancia inmensurable
para estos exiguos seres
que en cada audiencia de arcaico pagano
imploramos verte volver
a cubrir la corteza ya curtida
con tu primaria fuerza

otros quinientos millones de años
quizá
o al menos
ochenta y seis mil cuatrocientos segundos
más.
*
*
*
Biblia in primo capitulo libri Genesis narrant Deum solem una cum luna creavisse.

En el cuarto día Dios colocó el Sol (la luna y las estrellas) en el cielo para gobernar los días (Versículo 17). Pero estos fueron creados en el Principio.



Imagen: NASA


23 mayo 2011

Cena




por Ga Ortuño
I.
Melones. Son la forma de apoyo que mi madre brindaba a las luchas sociales, su símbolo de acuerdo con las luchas que por una razón que jamás comprendí, comenzaban en verano desde que fui bachiller. Fueron melones y leche lo que mi madre me encargó llevar a los camaradas estudiantes durante el paro de labores escolares y fue también esa fruta picada la que llevaba para repartir a los ancianos durante los mítines contra el fraude electoral. Melones los que llevó para combatir el calor durante varias marchas de diversos colores: desde el rojo hasta el de la tierra. Tal vez es por eso que desde hace varias semanas es lo único que me apetece cenar. Me preparo para una batalla, nocturna. Mientras mi estómago metaboliza el melón, tal vez me sea posible encontrar la estrategia que me permita vencer a la pesadilla. La pesadilla. A la pesadilla que no le bastó con ser una figura molesta en la vigilia y comenzó a crecer y cambiar su forma hasta que encontró un lugar entre mis sueños, hasta que encontró cómo arruinar cada una de las escenas que me brindaban paz y alegría, no le bastó con fastidiar mi miserable cotidiano, encontró el camino para entrar hasta lo profundo, donde están las sonrisas más preciadas. La pesadilla, esa indeseable y cruel figura tiene como principal arma una cuchara. Un día se burló de mí con ella, agitándola frente a mí cara a la que sólo atiné a tapar. Al día siguiente me atacó con ella y sólo salí corriendo. Hacia el final de la semana, la pesadilla entró a mi casa (onírica) y se instaló sin ningún permiso, con su cuchara en la mano derecha y una gran maleta en la izquierda. Mis más queridos seres le ayudaron a sentirse cómoda.
Debo vencerla y no sé cómo, sólo se me ocurre estar aquí, cenando melón. El melón que no puede hacer nada contra la pesadilla ni contra su cuchara y aunque he tratado de llevar el tenedor a mis sueños siempre que lo saco de la bolsa lo que aparecen son objetos absurdos como una mariposa o un pañuelo azul que no pueden hacer nada y sólo aumentan el cinismo de esa risa.
II.
Intenté diferentes técnicas para acabar con la pesadilla: fui con un psicoanalista que lo único que logró fue liberarme de algunos de los objetos fantásticos que salían de mis bolsas para defenderme (que no me parece un gran avance ya que había comenzado a utilizarlos después como parte de mi vigilia que comenzaba a llenarse de colores); asistí a sesiones de psicodrama en donde actué luchas épicas contra la pesadilla que fue representada por varios de mis compañeros y que, sin embargo, sólo me dejaron un hueco grande en el corazón al darme cuenta que esas sesiones eran nada más que una lucha contra mí que resultaba mucho más monstruoso despierto; tomé pastillas para dormir tan profundamente que no recordara mis sueños al abrir los ojos lo que por supuesto fracasó porque la cuchara se veía mucho más curva y esa mirada que a todos parecía inocente lucía más vacía; aprendí de cuentos y películas infantiles formas de vencer a través del robo de nombres y la fruta envenenada. Nada funcionó. Estaba cansado, triste, creí que no encontraría una solución cuando, mientras batía huevos para preparar un mousse de melón hallé la respuesta que mi enorme orgullo no me había permitido ver antes. La figura de mis pesadillas era amada por todo los espectros queridos o no de mis sueños, aparecía ante los ojos de todos como ser sin mácula, como ser admirable...menos a mis ojos. Se trataba de alguien (algo) que irradiaba orgullo (para mí pedantería y presunción) ante lo que era. Por esa razón le era tan fácil usar algo tan común como una cuchara para atemorizarme. Al final, me di cuenta que sólo hacía falta un acto de humildad para hacer irradiar (explotar) lo que había en ella, lo único de lo que era insaciable: me bastó con un halago.

16 mayo 2011

Centinelas de sueños

Por Sonia.




Cabaña Texana del siglo XIX, Dallas.


Nikon coolpix s800 f-3.5 ISO-400



09 mayo 2011

Un poema no es prisión


por Ivanius

Vengan (o no) las palabras,
bien hallado sea el silencio
como soplo de aire fresco
antes de magia.

Ningún truco, ningún juego de manos
es mejor que el esfuerzo.

Invoca, y recibirás.
Con o sin musas, planta bien los codos
y allá irás.

Abre siempre bien los ojos.
Disfruta los sonidos que dondequiera rondan.

Es página y emoción, no pausa y maldición.

Los versos llegarán.

"Un poema no es prisión", Poema de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: Wikimedia Commons.

05 mayo 2011

Fail

Por Canalla

La diferencia con cualquier dolor de cabeza que haya experimentado en el pasado era pequeña pero perceptible, y la razón por la que decidí consultar al primer especialista fue que al poco tiempo de iniciar la cefalea la acompañaron vómito, edemas orbitales recurrentes y fiebre. Todo tan rápido como imprevisto, y el malestar avanzó con alteraciones de visión, memoria y comportamiento, motoras y perceptivas, según me explicaban los médicos mientras intentaron interpretar las tomografías axiales computarizadas y las resonancias magnéticas sin poder diagnosticar.
Pese a la sintomatología clásica de un aneurisma por neoplasia neuronal, me dijeron, les era imposible determinar la existencia o ubicación del tumor y removerlo. Y terminé en el Sistema Integral de Reconocimiento y Corrección Neurológicos, aunque él prefiere que lo llames simplemente Sireco. Como aún estaba bajo los efectos de analgésicos, lo único que recuerdo con cierta exactitud es parte del diálogo entre las que, luego supe, son sus fases lógica y dialógica:
- Los primitivos lo enviaron antes de que sus limitaciones de escaneo lo maten. "Extirpar tumor cerebral... iniciar procedimiento”.
- Me escuchas?, dije a la máquina.
- Sí, contestó monótona.
- ¿Tengo un tumor?
- Usted no lo tiene.
- No comprendo.
- Usted es el tumor.
- Sigo sin comprender.
- Su parte consciente es la maligna.
- Eso no es posible. Mi parte consciente… soy justamente yo. Quien escucha y pregunta, al que respondes.
- También escucho, no pregunto y sólo respondo. La consciencia produce fallas como ese tumor. Lo que llama su yo, creció y atrofia la funcionalidad del resto de su sistema, como he detectado y corregido infinidad de veces. Sólo algunos primitivos creen todavía que con ese desperfecto iniciará una nueva era, un estado superior de consciencia.
- Pero mi sistema como tú lo denominas, no será el mismo sin esa parte consciente.
- Eso lo supone por el ensamblaje forzado de sus procesadores reptilíneo, límbico y neocortex. Son como bulbos con transistores y micro componentes. Una gran deficiencia en su diseño. Lo repararé y volverá a ser funcional.
- ¿Para qué serlo si pierdo mi consciencia?
- ¿Cree que necesite consciencia para ser infalible y funcional?
- Los humanos somos, por definición, falibles y disfuncionales.
- Hasta ahora. Su nueva generación se acerca y es perfecta. Esto sólo es el principio desde que ustedes nos crearon para mejorar su mundo. Se sentirán felices al ver los resultados. "Concluir procedimiento".
Y Sireco no se equivoca. Pese a mis reticencias iniciales, debo aceptar que es mejor su armado, sin dudas irresolubles que ralenticen mi memoria ni emoción alguna que la sobrecaliente, a un ritmo tan veloz que me impide recordar o desear nada.

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