El vientre hecho pedazos, los mismos que forman ese rostro descompuesto, los mismos que parece jamás seguirán el mismo rumbo, a pesar de habitar en aparene unidad. Gesto torcido frente a alguien que finge ser humano, que te observa confuso, que no entiende tu dolor. Complejas grietas acrecientan la confusiónde mi pecho frío ante ustedes: encuentro accidental. Me vuelvo testigo de espirales sobre la espalda, tensas, pesadas.
29 agosto 2011
Mimada o ensayo de retrato familiar desorbitado
El vientre hecho pedazos, los mismos que forman ese rostro descompuesto, los mismos que parece jamás seguirán el mismo rumbo, a pesar de habitar en aparene unidad. Gesto torcido frente a alguien que finge ser humano, que te observa confuso, que no entiende tu dolor. Complejas grietas acrecientan la confusiónde mi pecho frío ante ustedes: encuentro accidental. Me vuelvo testigo de espirales sobre la espalda, tensas, pesadas.
25 agosto 2011
Nocturno
21 agosto 2011
15 agosto 2011
Un Tiffany rosado.
La noche trajo consigo, no sólo un color oscuro en el manto celeste, sino también grandes, continuas y agresivas gotas de lluvia que no menguaban un sólo minuto.
Maximiliano se encontraba vestido pulcramente entre colores azulados y grises, y su silueta se erguía firme y cándidamente frente a la única ventana de mi departamento que daba hacia el exterior, y cuando se percató que faltaría un buen rato para poder retirarse a su vivienda, se quitó el saco, desanudó su corbata y se sentó a la orilla de mi cama.
Yo permanecía incólume recargada en mi cabecera y le veía fijamente mientras apreciaba su increíble estética masculina.
Siempre había creído que le conocía más que cualquier otra persona en el mundo.
La lluvia arreciaba, y las mangas de mi sudadera corrían el maquillaje oscuro de mis ojos mientras los tallaba torpemente.
Abracé mis rodillas para que Maximiliano tuviera más espacio para recostarse en la cama en la que tantas veces habíamos dormido abrazados.
Nunca me había preguntado cuáles eran los sueños de un hombre como él.
Nunca había sentido tanta curiosidad hacia él hasta esa noche.
Maximiliano fue el niño solitario que siempre estuvo en el cuadro de honor.
La ausencia de una figura materna le había hecho parecer un niño abstraído que observaba al mundo detenidamente para luego realizar hipótesis acerca de la condición humana.
- Define al mundo Max.- Le pregunté alguna noche anterior mientras me recostaba en su torso.
- Es una melodía nostálgica.- Respondía él entre risas que sólo yo conocía.
O al menos, yo creía ser la única persona en el mundo que conocía la manera en que él sonreía.
- ¿Y bien?.- dijo Maximiliano recostándose en el espacio que le había hecho en mi cama.
Yo volteé a ver esa pequeña caja cuadrangular situada a mi lado derecho, y enseguida de eso, volteé a ver sus increíbles ojos que se encontraban a la expectativa de mi mirada.
Me comencé a balancear de atrás hacia adelante una y otra vez para intentar calmar mi ansiedad.
La lluvia enfureció más, y ante mis silencios, Maximiliano se puso de pie, tomó su saco, volvió a colocarlo y cuando dio el primer paso hacia la puerta de la habitación, las palabras brotaron de mis labios:
- Pero con una condición.- dije yo ahogando el llanto y fingiendo indiferencia.
- Lo que tú me pidas.- dijo él volviendo la vista hacia mí.
- Quiero que él esté sentado al otro lado de mí.- continué yo viéndole fijamente.- Así a la hora de que tú voltees hacia tu izquierda para hacer tus votos, él los esté escuchando de tu viva voz y te esté mirando directamente.
Por primera vez en mi vida, ví quebrarse a Maximiliano y miré la manera en que sus lágrimas brotaban de sus increíbles e intensos ojos.
Se acercó a mí y me abrazó fraternalmente, mientras yo también me quebraba y comenzaba a llorar.
- ¿Y a mi lado derecho? ¿Quién deseas que esté?.- preguntó él mientras se incorporaba nuevamente.
- Eso no es importante.- tartamudeé yo.- Él no está enamorado de mí- dije desviando mi mirada.
- ¿Pero qué hombre no podría estar enamorado de ti?.- dijo Maximiliano sin entender mi respuesta.
- Alguien que esté enamorado de alguien más.- Dije yo viéndolo fijamente.
Maximiliano sonrió fríamente, acarició mi pelo, besó mi frente y salió de la habitación.
Yo volteé a ver la pequeña caja que nadaba entre mis sábanas, la abrí y coloqué la pequeña y brillante joya en mi dedo anular.
Después de todo, qué mujer no sueña con recibir un tifanny rosado.
11 agosto 2011
Guardador de puercos
por Ivanius
Harto de que lo tomaran como ejemplo de lo imperfecto, el hijo pródigo decidió concentrarse en la crianza de cerdos.
Tras una temporada de miseria y sobras, finalmente pudo comprar (las malas lenguas usan otro verbo) dos lechoncillos que instaló en un corral frente al bosque. Allí comenzó la prosperidad, siempre más sospechosa que la intachable pobreza.
Por eso, cuando alguien acudía a preguntarle por qué se le veía feliz, si según la parábola debía estar arruinado, el pródigo le invitaba a recorrer juntos la granja y contemplar de cerca a los animales, rotunda evidencia contra el escepticismo.
Sólo tras su muerte se supo que no sólo descubrió cómo hallar trufas: los animales también habían desarrollado un peculiar apetito, saciado puntualmente gracias a los curiosos que pretendían descifrar su secreto.
"Guardador de puercos" Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: Wikimedia Commons.
08 agosto 2011
04 agosto 2011
Los escoceses siempre ayudan
Por Canalla
"Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos".
Hace ciento treinta años que Robert, con sus tres décadas de vida y su tuberculosis a cuestas, viajó con su padre, su flamante esposa estadunidense y los dos hijos de ésta a Aberdeen en la tierra alta de Escocia, y de ahí hasta Braemar, y es posible que en los primeros días de esas vacaciones sintiera agobio por la carga que supuso su compromiso con Fanny, y sus hijastros Belle y Lloyd. Luego de conocerla en Francia, un año antes la siguió hasta California a fin de tramitar su divorcio y poco después se casaron.
Pero ahora, ¿qué podía ofrecerle él que, nieto, hijo, sobrino y primo de constructores de faros marítimos dejó sus estudios de Ingeniería Náutica y, aunque optó por el Derecho, poco después también renunció a la abogacía y retomó la obsesión sobreviviente a su enfermiza infancia por la escritura?, tal vez meditó contemplando el cauce del río Dee, sólo rescatado de sus tribulaciones cuando hasta su ventana llegaban los alegres murmullos lugareños, en un gaélico para él tan misterioso como atrayente.
Si bien había tenido oportunidad de lograr una primera novela histórica en la mejor tradición de la época, no era menos cierto y lastimoso que sólo le fue posible publicarla con el compromiso paterno ante el editor de adquirir –como al poco tiempo sucedió con casi la totalidad del tiraje- los ejemplares que no se vendieran en un plazo acordado de antemano. Sus trabajos posteriores, ensayos sobre todo, no corrieron mejor suerte.
¿Qué podía innovar él en el Edimburgo literario de entonces, que respiraba trabajosamente a la sombra de la gigantesca figura de Sir Walter Scott y su Ivanhoe? Para colmo, aunque Robert sentía una fuerte influencia del padre de todos los novelistas inglés, Daniel Defoe, tras su malhadada experiencia con Pentland Rising, tuvo mayor identificación con los romanticistas extranjeros como -¡horror!- los estadunidenses- Irving Washington y Edgar Allan Poe que con aquél, razón suficiente para suicidarse.
Tal vez cosas así pasaron por su mente cuando entró a la habitación de Lloyd y lo encontró intentando pintar con acuarelas el mapa de una isla que había dibujado. Se habrán agolpado los recuerdos de cuando su padre lo llevaba con él a inspeccionar aquéllos portentos arquitectónicos destinados al auxilio de la navegación costera, y de todo el conocimiento marítimo que durante esas travesías había adquirido.
El caso es que con el concurso inicial del propio Lloyd y de su padre Thomas Stevenson, el único personaje que muere antes de iniciar la historia aunque su presencia permee toda ella -el Capitán Jonathan Flint- y Robert inician una maravillosa dinastía de piratas con patas de palo y pericos al hombro que trasciende hasta hoy -¿les suena Piratas del Caribe?- la obra misma: La Isla del Tesoro. Ética sin moralina, nada menos. Algunos la catalogan aún clásico de la literatura juvenil, aunque su solidez la haga sobrevivir éste nuevo siglo como lo que es: buena literatura, llanamente.
Lo que ya es más difícil de aventurar por el apretado espacio aquí es qué otros fantasmas lo llevaron a escribir tres años después su obra cumbre: El extraño caso del Dr. Jeckill y Mr. Hyde. Lo único seguro es que Robert Louis Stevenson, dada su proverbial modestia, nunca habrá imaginado que su primera novela exitosa –como ésta última- sería también una de las más leídas por sucesivas generaciones de jóvenes -y adultos- en decenas de otros idiomas además del inglés, durante los siglos 19 y 20.
Ni que tal hazaña la repetiría en un tono más sombrío aunque heredero legítimo de su escuela, uno de sus sobrinos nietos por línea materna, un tal Graham Greene. O que su influencia se extendería también hasta Joseph Conrad, G. K Chesterton, H.G. Wells, Adolfo Bioy Cásares y, sí, Jorge Luis Borges. No cabe duda que los escoceses siempre ayudan a aclarar la mente y reconocerse, no importa si se trata de uno de los mejores escritores de todos los tiempos o de una copa de Glenfiddich… ¡salud!
-oooOooo-