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Por Canalla
Nunca sé qué hacer con los hombres que se quedan, dijo Cinthia como hablando al farol que con trabajos iluminaba aquélla habitación desde la calle y no con Miguel, el cuerpo de éste en total reposo.
La última vez que él había movido la cabeza, también la dirigió hacia la luminaria quizá en busca de respuestas a las interrogantes que su relación con Cinthia solía multiplicar. Los vellos todavía erizados en esos momentos por la sobrexcitación que le producía la sola proximidad con su tibio sexo húmedo.
Y a los que se quedan los castigo por los que se fueron, y por quedarse; con tantas veces como te lo dije deberías haberlo entendido, Miguel. Estabas obligado a comprenderlo. Y así tenías también derecho a abandonarme en el momento que tú quisieras y sin darme explicaciones.
Esa tarde en particular habían tenido el mejor sexo en meses, y ella logrado un par de orgasmos, pese a que Miguel sustituía cada vez con mayor frecuencia su habitual trato rudo por una suerte de ternura torpemente pueblerina, nunca salida antes de aquél par de manos toscas y callosas.
Sólo se trataba de que siguiéramos cogiendo; de eso, y que cada vez que te tuviera entre las piernas dieras rienda suelta al enojo por no poseerme del todo, de dejar la huella visible de tu frustración alrededor de mis pezones, las nalgas y la espalda, de morderme los labios hasta hacerlos sangrar y de gritarme “puta”, si eso querías.
Los dos aún con la mirada fija hacia el farol, como si ello los salvase de una situación incómoda e insostenible, Cinthia recordó de pronto a su esposo que la esperaba en casa y calculó la hora, sin fuerzas para voltear al reloj o levantarse de la cama e intentar una ducha. Unas últimas gotas de sudor cuajando lentas a la altura de su ombligo y la rara sensación de hambre y ganas de vomitar a un mismo tiempo.
Ese era el papel que te garantizaba mi fidelidad absoluta. Y muchos años después de que te fueras, hicieras lo que hicieses, yo te iba a recordar, y a llorar de tanto sentirme inútil e incompleta por incapaz de retenerte; no como ahora que muy pronto pueda me olvide de ti, Miguel, por sumarte a la lista de amantes que no supieron callarse un “te amo”.
Aún con incipientes náuseas, Cinthia se incorporó resuelta a no bañarse y vestirse lo más pronto que pudiera, segura de que si volteaba de nuevo a la luz ya no podría despegar la mirada y tal vez encontrase una respuesta como la que Miguel parecía haber hallado durante las dos horas que llevaba sin proferir una palabra, se diría también que sin respirar.
Sintió sin embargo la necesidad de admirar otra vez su magnífica corpulencia; de besar su suave boca; de deslizar una mano entre su quebrada cabellera y un dedo por sus lindos labios, de cerrar sus bellos ojos y darle las buenas noches, sintió que se lo debía, aunque con todo cuidado, para no correr el riesgo de despertarlo o mancharse el vestido nuevo de sangre.
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