Por Jess
“Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemos.”
Umberto Eco.
“Morales, Daniel Morales.”- Dijo ella de una manera deliciosa, mientras acostada boca abajo al filo de la cama acariciaba las letras azules bordadas en mi bata de laboratorio que estaba tirada en el suelo de mi habitación.
Esa noche Elisa no sólo desnudó mi cuerpo y mi interior, sino también mi nombre.
Nunca había prestado atención a la fonética del mismo, hasta el momento en que ella, desnuda, pronunciaba esas palabras soslayando todos los elementos que la sociedad imponía para la formación de los nombres desde tiempos ancestrales, y de repente, yo no era el hijo de un hombre apellidado Morales, ni el primogénito de una mujer llamada Daniela, no era el nieto de un campesino que luchó en la Revolución, ni era el hombre que tenía homónimos al por mayor … en el momento en que Elisa lo pronunciaba, le daba una verdadera razón de ser a mi denominación humana, cobraba sentido cada palabra, y me identificaba plenamente y a satisfacción.
Había perfecto equilibrio entre esencia, materia y asignatura forzosa.
Nosotros no decidimos la manera en que nos individualizamos en sociedad al momento en que se expide una acta de nacimiento, pero sí decidimos la idea en que la sociedad te ubica al escuchar tu nombre.
Daniel Morales cobró relevancia para mí en el momento en que entendí que Elisa me había nombrado.
Ella nunca supo la trascendencia de su vida en la mía esa noche en que desnudo y fatigado por el esfuerzo físico al que ella siempre me llevaba a la hora de hacerle el amor, no podía sino esbozar una leve sonrisa al observar sus ojos azules fisgoneando mi departamento y todo detalle que había en él.
Ninguna mujer me había hecho sentir como ella.
Y sé que con ningún hombre se había estremecido nunca, de la manera en que lo hacía conmigo.
Lo que más me atraía de ella era su sonrisa, su mirada generalmente era fría y escondía sus verdaderas intenciones, pero las muecas de sus labios y mejillas terminaban por descubrirla.
Nadie sabía esa parte de su personalidad.
Sólo yo.
¿Quién diría que al despedirse de mí se iría a acostar con mi mejor amigo?
Podía entender que la fortuna de él la sedujera mucho más que mi nombre bordado en letras azules, pero no sabía si junto a él sonreía con la misma intensidad y sinceridad con la que lo hacía conmigo.
Nunca supe si también desnudó su nombre.
Él continuamente alardeaba conmigo de la manera en que ella le hacía el amor, y me preguntaba si alguna vez yo había tenido a alguna mujer de tal nivel.
De no ser por el cariño fraternal que le tenía por ser mi amigo desde la infancia, seguramente lo hubiera odiado cada vez que me hablaba de ella.
…..Por el cariño fraternal y porque era mi jefe.
Él creía ciegamente en mí.
Desde niños.
Crecimos juntos.
Lo defendí de los niños mayores.
Le enseñé las trampas de la vida.
Juntos aprendimos las clases de química en las que él sobresalía debido a mi intelecto.
Él tenía los medios necesarios para echar a andar proyectos, y yo tenía el cerebro y la inclinación por la teoría y la práctica.
Teníamos la fórmula secreta para ser un gran equipo.
Él rico, famoso y exitoso.
Y yo con un salario generoso y mi nombre en letras pequeñas en los diversos contratos de patentes.
Elisa fue el trofeo más hermoso que la riqueza, la fama y el éxito trajeron a la vida de él.
Irónicamente siempre compartimos todo, comenzando por el nombre y terminando en Elisa.
Nunca lo envidié.
Yo era feliz con lo que tenía.
Hasta el día en que se comprometió con Elisa.
Tenía la esperanza de que mantuviéramos nuestro affair de manera secreta.
Pero ella, de la nada, se fue de mi vida.
No volvió a recibir ninguna de mis llamadas, esquivaba mi mirada cada vez que yo la veía en eventos sociales, sus ojos azules camaleónicos fingían amor y devoción hacia su esposo, más nunca la volví a ver sonreír.
Continuamente me dirigía a un lugar de mala muerte llamado “Elise” para acostarme con cuanta meretriz se me pusiera enfrente, pero ninguna sonreía como Elisa… ninguna se fijaba en el color azul de mis camisas.
Ninguna desnudaba mi nombre.
Meses después Elisa se embarazó.
Fue madre de un hermoso niño que heredó sus ojos azules… y su sonrisa.
Poco a poco su matrimonio fue decayendo. Lo sé porque ella me llamaba algunas noches, yo contestaba eufórico en un inicio, pensando que me pediría volver a verla, pero en cuanto mi voz sonaba, ella colgaba el auricular.
Nunca entendí la razón por la que ella no fuera feliz, hasta que Daniel me pidió que analizara la muestra de sangre de su hijo y le dijera si era compatible con la sangre de él.
Al momento de hacer los diferentes análisis, y como me lo esperaba, no había ninguna incompatibilidad genética.
Desgraciadamente, el hijo de Elisa era fruto de su relación con Daniel, con el Daniel equivocado.
Pero mi amor ciego e irresponsable hacia ella, vio la posibilidad de volver a estar juntos.
Sabía que ella me seguía amando como la primera vez.
Yo sólo quería volverla a ver sonreír.
Y decidí cambiar los resultados de los análisis.
Seguramente se divorciarían y Elisa quedaría libre para regresar a mi lado.
Yo tenía lo suficiente para hacerla vivir modestamente, pero sin ninguna carencia.
Fui un idiota.
Hubiera preferido no volver a verla sonreír nunca más, que saberla perdida para siempre.
Como dije, Daniel creía ciegamente en mí.
Desde niños.
Maldito el momento en que no sólo violé mi ética, sino también quebranté la confianza en mí depositada... y en el que traicioné a mi nombre.
Nunca creí que Daniel reaccionaría de la manera más inhumana posible por su “traición.”.
Dudo mucho que él haya llorado como yo, la pérdida de su esposa.
Vi su cuerpo desnudo en los forenses y escuché la declaración del asesino de Elisa.
No sé si odiaba más a mi antiguo compañero de aulas o me odiaba más a mí por haber sido la causa de dicho acto.
Sólo sé que un doce de Febrero Elisa fue asesinada.
Y ese mismo día partí de esa Ciudad como un fantasma, sin dejar huella o rastro alguno de mi paradero.
Me despojé del traje que llevaba puesto, pero hasta el día de hoy, conservo la camisa que llevaba puesta ese día, que era la misma camisa azul que me vestía el día que conocí a Elisa.
No hay día ni noche que no acaricie dicha prenda y vea esa sonrisa intensa pronunciando mi nombre desnudo.