Por Lidia
He visto llegar a todo tipo de gente a este lugar.
Algunos escépticos vienen buscando algo que obviamente nunca encontrarán porque va en contra de sus creencias.
Otros idealistas llegan para reafirmar su fuerza interna.
Unos pocos realistas únicamente hacen arribo para tomar un descanso de sus ajetreadas vidas materiales y seguir viviendo con lo poco o mucho que tienen.
Todos los visitantes pueden deambular libremente por nuestro pueblo, consumir nuestros frutos y semillas, bañarse en nuestro lago, observar nuestra fauna y naturaleza, aprender nuestras costumbres, escribir sobre nosotros, hablarle al mundo de nuestra manera de vida.
Pero los turistas saben que tienen una limitación.
La noche del cuarto día de cada mes, no pueden estar con nosotros.
Deben subir a la ciudad más cercana y dejarnos solos con nuestro propio Ritual.
A través del tiempo, he descubierto que lo único que todos nuestros visitantes tienen en común, es la curiosidad de saber si esta Ciudad tiene la magia de la que todos hablan en el exterior.
Todos, menos una.
Ella llegó en el último mes del año.
No venía buscando respuestas ni preguntas.
Simplemente, llegó a este pueblo escondido de la “civilización”.
Pidió un lugar para descansar indefinidamente.
Un corazón herido puede definir la personalidad del ser humano o puede desvanecerla para siempre.
Natalia era una mujer que pronunciaba muy pocas palabras.
Parecía que la mayoría de sus charlas eran más que nada internas.
Era común verla sentada a orillas del lago.
Pero conforme transcurrían las semanas sus silencios fueron desapareciendo.
Ahora sonreía más.
Y se interesaba más por el exterior.
Cada lunes se perdía unas cuantas horas para aparecer nuevamente con un sobre entre sus manos.
Volvía a sentarse a orillas del lago para reírse sola mientras leía.
Tomaba tinta y una hoja en blanco, y escribía enfáticamente.
Al parecer hablaba sola, pero mientras lo hacía acariciaba su vientre que cada noche se pronunciaba más.
Una tarde Natalia se acercó a mí.
Me pidió tinta porque al parecer la suya se había terminado.
Ví que su sobre tenía destinatario pero no remitente.
Era una carta dirigida hacia un hombre llamado Neftalí, y quien la enviaba se denominaba a sí misma: “Tu dulce ángel.”.
Ésa fue La señal.
Natalia estaba a punto de subir a la Ciudad, respetando así nuestra cultura y la obligación de no estar presente esa noche en nuestro pueblo, cuando la tomé del brazo y le pregunté si quería presenciar lo que estaba a punto de acontecer.
Ella me miró extrañada.
Mis ojos le brindaron la confianza necesaria para obtener su afirmación.
Y así, delante de ella, inició ese Ritual que se ha conservado en nuestro pueblo de generación en generación desde tiempos ancestrales.
Donde todos nos volvemos uno mismo, donde los cuatro elementos convergen y las estrellas brillan intensamente.
Solamente los ángeles pueden acompañarnos esta noche.
El cuerpo de Natalia temblaba y sus ojos voltearon hacia mí, para preguntarme con su mirada algo a lo que yo serenamente respondí:
“No temas dulce ángel, bienvenida a nuestro pueblo, bienvenida a la Ciudad de Dios.”.