Bebíamos
sin sentido. Uno de tantos días más en los que para matar el tiempo decides
hacer lo de siempre, con los de siempre, la ruta de siempre, el auto de siempre
entre tragos de cerveza y quejas de cualquier cosa en derredor: un payaso de
crucero, una madre que cruza imprudente la calle con su hijo en brazos, un
policía gordo de tránsito. Nada incita a cambiar el ánimo de la noche que
apenas comienza, por desgracia, por sopor.
Al
fin llegamos a una casa no muy distinta de la que arribamos el fin de semana
anterior ni el anterior a ese ni el anterior a ese ni el anterior
Departamento
de solteros con pretensiones intelectuales: pocos muebles, muchos libros,
botellas, música y amigos y desconocidos, con pretensiones de amistad con
pretensiones de señores interesantes de sabelotodos de artistas de
hombrescultos de bohemios de borrachos de decadentes de indecentes –depende
de la hora de la madrugada. Otra noche de discusiones acerca del amor, de la
sociedad, del autor, de Dios, del mundo…El comentario menos usual es el de
aquel que recuerda que ya venden Yolis en el DF y lo habías escuchado de boca
de tu sobrino de seis años esa mañana.
En
los mismos recorridos, entre gente tan parecida, una imagen te llama. Es un
reportaje mal escrito acerca de un pequeño grupo de personas tomadas por locos,
la fotografía los muestra, parecen ancianos: piel arrugada y cabello blanco,
deslavado por el agua salada pero con cuerpos bien formados que chapalean en la
playa. Se trata de un grupo de personas relativamente jóvenes (la relatividad
de la juventud comenzó después de que cumpliste veinticinco) que han decidido
pasar la mayor parte de su vida en los linderos de los océanos porque aseguran
que las oscilaciones marinas se han detenido y ellos están dispuestos a dar su
vida para perpetuarlas.
Para
el resto de tus amigos –con los que llegaste y el resto-- no es más que una
nota curiosa de una seudosecta de chiflados… se abre la caja de Pandora, a
hablar de locura, enajenación…
Dejas
de escuchar, las necedades esta vez son peores y tú sólo das vuelta a la idea
de ir con ellos. La razón marca como siempre la traba: es una tontería suponer
que las olas son resultado de movimientos humanos, el colmo de la vanidad de la
especie. Por otro lado, tu intuición te dice que hay algo para ti en esa
absurda idea…te pierdes en cavilaciones absurdas mientras el alcohol te
arrastra poco a poco al sueño…cuando abres los ojos sigues en la misma casa
pero notas que las paredes tienen algo distinto…al acercarte te das cuenta que
en realidad son persianas, levantas la más cercana y ahí está, te deslumbra por
un momento porque el sol se refleja en una superficie casi quieta, no sabes si
es lo más transparente, azul o dorado que has observado jamás. Una cosa es
segura, es el mar, el mar en una impasible –o al menos eso parece.
Es hasta ese momento de placer y
desconcierto que causa el espectáculo frente a tus ojos que notas que te
encuentras solo. No es que te importe demasiado... son pocas las ocasiones que
te da la vida de olvidarte de todo, que te muestra la razón de tu existir, ttu
vocación… ni siquiera te importa despertar.