Por MauVenom
Las
letras no mueren -hay quien muere de letras - pero en mi caso (no lo
crees, lo sé) debo ahogarlas porque descubren un hombre común del que me avergüenzo bastante.
Me obligo a contener la estupidez hasta que pasados esos días, largos o cortos,
puedan regresar los apuntes de obtusos sentimientos que me hacen casi feliz y
miserable, casi, porque el mago de la ironía aparece a tiempo.
Además,
tengo otro problema, leo e idiotizado quedo quieto para siempre, olvidando que
en algún momento debo responder.
Aún
así algo me recuerda abrir el programa escribe-letras y no romper las
servilletas entintadas, un acoso que destapa culpa y vuelca los pasados que deben
ser contados para beneficio de nadie. Entonces escribo una palabra y lo que
sigue es tan obsceno, tan risiblemente simple que debo parar antes de recurrir
al drama o al amor, artefactos de los cuales me he desecho pero que no aprendo
a imitar con eficacia. Tampoco soy diestro en el escenario del control y me
asusta pues podría dar la absurda idea de que me atrapa la
ilusión. No. Soy prestidigitador de consecuencias, uno que se divierte pero no
posee práctica suficiente, si uno de los malabares sale mal todo se vendrá
abajo.
Mis
letras no mueren, las contengo para que no me ataquen.
También
está esa idiotez de sonar triste cuando estoy bien. Y sonar bien cuando no es
así. Y no sonar en lo absoluto cuando me urge que alguien oiga.
Me
cuestionas -¿Y este discurso, entonces?-
Hoy
escribo porque he perdido el rumbo… otra vez.
Imagen:
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