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22 julio 2013

Anatomía de una sonrisa


por Ivanius 

Hay un problema cuando sonrío que siempre rompe el silencio. Ni siquiera el cansancio de mi cuerpo sabe acallar el rumor (de mi vida interior) con que digiero los momentos.

La alegría se agazapa y devora el espacio. Un instante antes, mera insinuación; al siguiente parece haber estado siempre allí (y para siempre). Le basta una sola comisura de dos labios para, como dice la conseja, nacer, crecer y reproducirse. Por eso, aunque no la descubran, es inmortal.

No teme a las arrugas, porque la acompañan y la envuelven. Sin ellas no existe: el falso declive de una boca tiesa denuncia retoque y cirugía más que gozo. En cambio, las arrugas aglomeradas proclaman, como el rayo hace con el trueno, la inminente aparición de carcajadas.

Lo único que quizás lamento son los ojos pequeños, porque captar allí el aviso es difícil. Sin embargo, arriba del ceño puede brotar magia, aunque no tan célebre como una cicatriz de rayo ni de tanto caché como punzada de bótox. El látigo en la frente también sirve de heraldo, a pesar de que su aparición suela delatar otros pensamientos en formación o en fuga.

Aun así lo aseguro: el ceño fruncido es una sonrisa que ensaya volteretas.

"Anatomía de una sonrisa", Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: "Falstaff", por Eduard von Grützner (1846-1925), en Wikimedia Commons.

3 comentarios:

Jo dijo...

y de pronto...

la curvatura apareció...

:)

la MaLquEridA dijo...

El ceño fruncido no es cuestión sólo de enojos.
El ceño fruncido dicta carcajadas difuminadas en la cara.

Una sonrisa de vida eterna.

MauVenom dijo...


En cambio pareciera que mi sonrisa no rompe los silencios

como que pasa inadvertida

pero secretamente, lo sé, tiene poder sobre los demás.